La perspectiva de la paz es un horizonte incuestionablemente atractivo para Ucrania y la incapacidad europea de propiciar tanto un estatus de seguridad en su frontera oriental como uno de reforzar la posición de Kiev en el concierto internacional ha dejado la partida en manos de la nueva administración estadounidense. El presidente Volodímir Zelenski ha abrazado esa posibilidad tratando de acordar con Washington un tratado comercial sobre la base de sus materias primas minerales pero está por ver hasta qué punto cede a las pretensiones que el Departamento de Estado de Donald Trump maneja abiertamente: la renuncia ucraniana a recuperar el terreno perdido ante Rusia y a incorporarse a la OTAN.

Estos eran los objetivos centrales de la invasión decidida por Vladímir Putin, de modo que se alzaría como vencedor del conflicto gracias a una estrategia imperialista que no tendría motivos para abandonar. La consecuencia directa es la inestabilidad en el flanco este y norte de la Unión Europea. Los cinco años que identifica el secretario general de la Alianza Atlántica, Mark Rutte, como objetivo para la capacidad de defensa autónoma europea se antojan irreales, dado el estado de la carrera tecnológica y financiera de las políticas de Defensa en la UE y de la limitada capacidad de disuasión que el poderío militar continental muestra.

Trump presiona a Europa con una envolvente sobre Ucrania. Su mediación es por el momento un alineamiento con los intereses de Putin, aunque se proyecte con promesas de paz para Ucrania. Es un negociador implacable y acreditado ventajista que va definiendo como prioridad girar el eje estratégico de sus intereses desde el Atlántico hacia el Pacífico. La deslealtad con Europa no es nueva y su irrupción en la crisis bélica que golpea a Ucrania se añade a su alineamiento con Israel en una estrategia que puede desestabilizar el Mediterráneo.

Se consolida, además, un eje de intereses compartidos entre los modelos autárquicos de gobierno que promueven el nuevo presidente de los Estados Unidos y el perenne de Rusia. La rendición de un esquema de equilibrio y justicia internacional se puede percibir como pragmatismo en pos del fin de la sangría, pero es el premio al agresor y la apertura de un ciclo de inestabilidad e irrelevancia para Europa.