EL enconamiento del conflicto laboral en la Ertzaintza y el tono en el que se están desempeñando quienes pretender hablar en nombre de todo el colectivo ha degenerado de lo comprensible a lo preocupante. No se trata de cuestionar la legitimidad de cualquier trabajador público para demandar mejoras de sus condiciones laborales. Ni siquiera cuando estas están significativa y objetivamente por encima de la media de la ciudadanía a la que sirven. Tampoco sería la primera vez que se asiste al conflicto entre los límites de lo legalmente aplicable y lo laboralmente demandado, como es el caso y han descrito con profusión desde el Departamento de Seguridad del Gobierno vasco, única parte que ha expuesto públicamente y con datos entendibles por la sociedad su oferta de mejora de condiciones laborales frente a la ambigüedad de las reivindicaciones de la contraparte. Todo ello puede quedar en un tira y afloja más o menos afortunado pero dentro de los parámetros de la relación sindicatos-administración. Pero la degeneración del tono alcanza ya cotas que reclaman ser denunciadas y ante las que el propio colectivo debe tomar conciencia. En representación de sus intereses, se está aplicando un discurso de una agresividad verbal inadmisible en parámetros de democracia y libertades, con veladas amenazas en su forma pública y acoso en las redes sociales de todo aquel que se atreve a cuestionar los extremos del discurso reivindicativo. El señalamiento, la agresividad, el acoso a periodistas y cargos del Gobierno se está realizando amparado en el anonimato pero practicado bajo el paraguas de los emblemas, eslóganes y logos de la reivindicación de todo el colectivo. Son prácticas amenazantes impropias de un cuerpo democrático y que no pueden ser sustitutivas, mucho menos representativas, de la profesionalidad acreditada por el colectivo humano mayoritario de la Ertzaintza. Pero llega un momento en que el amparo silencioso que implica no alejarse, no purgar estas prácticas, acaba manchando a cada miembro del colectivo. Hace 250 años, Edmund Burke acuñó su célebre axioma: “para que el mal triunfe basta con que los buenos no hagan nada”. Es hora de denunciar que hay prácticas antidemocráticas en nombre de la Ertzaintza y no condenadas públicamente por sus representantes autorizados que debilitan su imagen.