Los últimos días han registrado la muerte de un joven hernaniarra apuñalado en Donostia y la agresión con arma blanca a otro en Bilbao que retratan un fenómeno de violencia en la cotidianeidad que resulta inconcebible e inaceptable. Una discusión casual que acaba de apuñalamiento contiene aspectos que no cabe obviar. En primer lugar, la responsabilidad individual y colectiva que no ha logrado desechar de la convivencia la facilidad, frivolidad incluso, con la que se recurre a la violencia en el más nimio de los asuntos. No son las de estos días las primeras agresiones brutales en el entorno de un marco festivo, en el centro o los aledaños de un espacio de ocio compartido. La voluntad de hacer daño está presente en demasiadas ocasiones cuando la desinhibición buscada mediante el consumo de alcohol o estupefacientes se torna descontrol y lo que realmente inhibe es la responsabilidad. En el pasado, se ha censurado a responsables políticos por el tono de su denuncia sobre quienes salen a la calle portando un arma blanca. En un entorno de seguridad envidiable -como el que vive la ciudadanía de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa o Nafarroa- no cabe circunstancia que haga entendible que esa amenaza latente se normalice como parte del precio de la convivencia. Entre la impunidad y el estado policial existe el amplio espacio de la seguridad en libertad que debe alimentarse activamente. Los acontecimientos de los últimos días se añaden a otras formas de violencia cotidiana que siguen encabezando el capítulo de tareas pendientes y que solo una contundente defensa del respeto y la igualdad, una intolerancia absoluta hacia esa subcultura de la agresividad pueden permitirnos encarar. Es la misma batalla que se sigue librando contra la violencia machista. De los cerca de 240 homicidios registrados en el Estado en los primeros tres trimestres de este año, al menos 90 lo fueron de mujeres víctimas de violencia machista. La fase educativa de esta batalla no ha bastado en las últimas décadas para reducir unas cifras que deben mover a la vergüenza colectiva. Un joven, una mujer adulta, un niño o una adolescente no pueden reducirse a estadística asumida. La aplicación de una Justicia eficiente, garantista y rápida es imperiosa; pero el desprestigio social sin condiciones de toda esa violencia debe acompañarla.