LA nueva agresión a un miembro de la Ertzaintza en el contexto de las celebraciones de las fiestas patronales en Euskadi –segundo ataque en el intervalo de apenas tres días, y de mayor gravedad al incluir violencia física– es una intolerable muestra de sectarismo y odio que revela que los comportamientos intolerantes y antidemocráticos continúan vigentes en ciertos colectivos que mantienen referencias y nexos ideológicos con la izquierda abertzale. A diferencia de lo sucedido en Mutriku, donde se excluyó a una agente de determinadas actividades festivas, en la agresión que ha tenido lugar ahora en Gasteiz el rechazo se extiende a la mera presencia del agente en la calle, a lo que se añaden la amenazante conminación a abandonar el lugar, los insultos, el hostigamiento y, finalmente, la agresión física, a consecuencia de la que tuvo que ser atendido en un centro hospitalario. Es muy destacable la juventud de los presuntos autores, de 21, 22 y 25 años de edad, que fueron detenidos y posteriormente puestos en libertad con cargos. Un estilo de actuación puramente fascista que remite a actuaciones similares y violentas contra los miembros de la Ertzaintza en décadas anteriores y que parecían haber desaparecido. Esta nueva agresión ha llevado a la mayoría de los partidos y de las instituciones a emplazar a la izquierda abertzale a que actúe y ponga todos los medios posibles para atajar estos comportamientos. La lacónica y genérica respuesta de EH Bildu al ataque, en la que reafirma su “rotundo rechazo a cualquier tipo de agresión” es insuficiente. La denuncia de un acto violento así debe ser no solo más contundente, sino más concreta y deslegitimadora del acoso y hostigamiento contra la Ertzaintza. Es obvio que los colectivos que ponen en práctica estos intentos de apartheid no se sienten en absoluto cuestionados por rechazos universales y etéreos como los de la izquierda abertzale. Por el contrario, deben ser directamente interpelados respecto a los hechos concretos y sus consecuencias, y rotundamente recriminados por ellos. Estas agresiones no tienen cabida en una convivencia en libertad y deben terminar ya, para lo que es necesario también expresar no solo el derecho de los ertzainas a disfrutar como cualquier otro ciudadano de las fiestas o el ocio, sino defender su labor profesional y el papel de la Policía vasca en una sociedad democrática.