Se viene hablando (y actuando) mucho últimamente sobre el salario mínimo. El año pasado se aprobó la subida del salario mínimo interprofesional en España hasta los 950 euros mensuales (con 14 pagas), lo que equivale aproximadamente a unos 7,5 euros por hora trabajada. En EE.UU., una de las medidas de política económica propuestas por Joe Biden que más controversia está creando es su intención de elevar el salario mínimo desde los actuales 7,25 dólares (6 euros) por hora hasta los 15 dólares (12,5 euros) por hora a lo largo de los próximos 5 años.

Muchos economistas ponen nubarrones sobre el mercado de trabajo cuando se habla de salario mínimo. Los libros de texto de principios de Economía suelen argumentar que la imposición de un salario mínimo provocará un aumento de la tasa de paro porque disminuirán los empleos demandados por las empresas mientras que aumentará el número de personas que buscan trabajo. Este resultado se obtiene en un modelo sencillo de oferta y demanda en competencia perfecta, en el que operan muchas empresas y trabajadores interactuando sin poder de negociación y asumiendo que el salario es proporcionado por el mercado y aceptado por todos los agentes.

Pero la teoría económica también ha estudiado los efectos de un salario mínimo en un mercado de trabajo en el que hay pocas empresas y tienen capacidad de decidir el salario que van a pagar a los trabajadores. Esta situación monopsonista es característica en los sectores del mercado de trabajo en los que personas sin una elevada cualificación perciben salarios cercanos al mínimo legal. Y tiene repercusiones muy diferentes al paradigma de la competencia perfecta. Veamos por qué.

En competencia perfecta, el salario de mercado coincide con la productividad del trabajador. En competencia monopsonística, las empresas se aprovechan de su capacidad para fijar el salario de los trabajadores y reducen los costes laborales unitarios por debajo de la productividad con lo que obtienen un beneficio económico superior al de la competencia perfecta. En este tipo de industrias tanto el nivel de empleo como el salario son inferiores a los niveles observados en competencia perfecta. Un regulador benevolente podría fijar un salario mínimo por encima del que vienen decidiendo las empresas y por debajo de la productividad del trabajador, consiguiendo un nuevo equilibrio con más empleo y más ingreso laboral para los trabajadores. Las empresas verían reducido su beneficio pero todavía sería positivo. El salario mínimo generaría una ganancia de bienestar social una vez cuantificados los efectos sobre productores (empresas) y consumidores (trabajadores). El trabajo de los economistas David Card y Alan Krueger (publicado en American Economic Review) aporta evidencia empírica que apoya este resultado teórico: los restaurantes de comida rápida en New Jersey (EE.UU.) aumentaron el número de trabajadores contratados tras de la aprobación de un incremento del salario mínimo en los años 90. Aunque algunos restaurantes llegaron a cerrar, aumentó la contratación en la mayoría de los que permanecieron abiertos y también se abrieron nuevos establecimientos.

Los economistas en ocasiones pecamos de un exceso de dogmatismos al defender los postulados de nuestras teorías. El análisis debe estar basado en el rigor científico a la hora de construir un modelo y validar tanto sus supuestos como su capacidad de predicción. Y entender que la realidad es compleja y diversa; diferentes modelos pueden explicar correctamente realidades cambiantes.

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El autor es profesor del Departamento de Economía, UPNA