Aunque las casuísticas son tan variadas como las personas, aquellos/as profesionales que han visto incrementada más su productividad han sido quienes desarrollan su actividad con alta diversidad de tareas/funciones (perfiles multitarea). En muchos casos las reuniones e interacciones virtuales han funcionado de forma adecuada. En otros, han sido una castaña. En cuanto a las dinámicas de trabajo, la tan necesitada mentorización entre personas con experiencia/juniors y el intercambio de conocimiento (algo de lo que las empresas no suelen estar sobradas), se ha dado en ciertos casos. En otros, ha brillado por su ausencia.

Como en toda circunstancia, pros y contras. Sin embargo, y viendo la botella medio llena, quizás estemos en un momento óptimo para prestar atención e introducir cambios organizativos. En primer lugar, repensando la forma en la que se trabaja. Cada empresa, en función de su realidad que determinan aspectos como tipo de trabajo, roles/capacidades, colaboración e interacción requerida, localización de los centros, etc. debe ser capaz de lograr que las alternativas de trabajo presencial y remoto resulten efectivas, estableciendo pautas claras para definir cuándo es conveniente y necesario el trabajo e interacción cara a cara, y cuándo el remoto. Para ello, habrá que tener muy en cuenta las cuestiones mencionadas, para pasar a definir/ proponer posibilidades de trabajos en clave de 1. Totalmente remoto, 2. Remoto con excepciones, 3. Híbridos, o 4. Netamente presenciales.

En segundo lugar, prestar atención a la estructura organizativa en cuanto a jerarquía, herramientas de gestión y toma de decisiones. Es fundamental pasar de lógicas del siglo XX basadas en estructuras piramidales a la constitución de equipos de trabajo con personas de distintas funciones, modificar el estilo y forma en la que se toman decisiones, eliminar departamentalismos y cambiar formas de trabajo para romper los reinos de taifas que genera toda estructura departamental. Con o sin covid, las empresas que vean la jerarquía como la única manera formal de que el trabajo se haga o de organizar las relaciones entre las personas, seguirán sufriendo una parálisis importante.

Para ello, se sugiere que el cambio a formas de trabajo más ágiles se sustente, entre otros aspectos, en tres elementos. El primero, incrementando la autonomía de las personas próximas al terreno constituidas en equipos que puedan tomar decisiones. El segundo, en que la dirección asegure con criterios claros un alto grado de alineamiento entre la mirada y propósitos de esos grupos de trabajo. Tercero, que esos equipos trabajen con una sistemática bien definida y métodos ágiles de gestión fundamentados en datos y objetivos claros.

Esto también nos lleva a replantear el propósito de los propios espacios de trabajo, reconfigurarlos para que puedan auspiciar aquellas relaciones que no pueden llevarse a cabo adecuadamente de forma remota, orientando el espacio para momentos colaborativos específicos y de desarrollo conjunto.

Al final, las respuestas serán diferentes para cada organización, pero resulta conveniente pasar de la mentalidad de "personas para trabajar" y cambiarlo por "trabajo para las personas". Cuando a las personas se las trata como a niños, acaban comportándose como tales. Una correcta gestión de estos elementos puede permitir que las empresas y personas se beneficien en cuanto a nivel de productividad, satisfacción, flexibilidad y hasta incrementen posibilidades para incorporar nuevo talento. Quizás, este sea el mejor momento.

Mondragon Unibertsitatea. Investigación y transferencia