EL chaleco reflectante que Tomás Marañón llevó en la marcha de Bilbao a Madrid por unas "pensiones dignas" habla por sí solo. ¡Fuerza y lucha!, Con vosotros siempre, Gracias por todo... Los mensajes se apretujan en una tela donde firman desde pensionistas a alcaldesas y en la que, puestos a alzar la voz, hasta el amarillo es chillón. Cueste lo que cueste, la lucha sigue, reza una cita. Y Tomás, como cientos de pensionistas vizcainos, se lo toma cada lunes al pie de la letra. "Los de Madrid o Burgos nos dicen que somos unos héroes, que los del norte somos la pera. Será que hay más concienciación. Tenemos un problema y lo atacamos". Y en esas están...

"Llego muy ajustado, mirando el céntimo"

A Tomás Marañón, que vive en Bilbao desde los 3 años, apenas le había salido pelusa en el bigote cuando empezó a trabajar en un supermercado. Después lo contrataron en un taller de televisión y, más tarde, en la multinacional ITT, donde permaneció hasta los 35 años. "Nos echaron a todos. Unos entraron en Telefónica y otros nos buscamos la vida". Eso incluye montar cabinas bronceadoras, currar en un obrador de pastelería o en el mantenimiento de máquinas en imprentas y fotocopisterías. A veces con contrato. Otras a pelo. "Te daban 700 o 900 euros y te decían: Te buscas la vida, pero si pagaba autónomos, no me llegaba para comer".

Con 62 años Tomás se jubiló. Ahora tiene 69 y 670 euros de pensión para él y sus circunstancias. "Llego a fin de mes muy ajustado. Ando mirando el céntimo", cuenta tranquilo. Será porque, por increíble que parezca, ha podido aflojarse un agujero de su apretado cinturón. "Antes, con la hipoteca, andaba todavía peor. Eran casi 400 euros". A nada que surgía un gasto extra, "me volvía loco para solucionarlo". Y no le quedaba otra que pedir prestado a un amigo.

Implicado en organizaciones sociales y ecologistas, Tomás acude a las concentraciones de Bilbao "casi como un clavo". Cuando le propusieron ir a la marcha a Madrid no se lo pensó dos veces. Y eso que estaba en espera para una operación de rótula. "Me llamaron cuando estaba allí", confirma la ley de Murphy. Algunos kilómetros a pie, el resto en furgo, Tomás se trajo mucho más que un chaleco estampado de firmas de recuerdo. "Gente que no tenía nada que ver, del PP, cuando llegabas a los pueblos, se volcaba, te ponía la mesa, te buscaba sitio para dormir... Veías sus caras y?". Tomás hace una pausa, embargado por la emoción. "Incluso un guardia civil nos dijo: Mi madre tiene una pensión de 400 o 500 euros. A ver si conseguís algo". También les acompañaron espontáneos, como un abuelo de 85 años al que esperaron para que encabezara la marcha.

Aficionado a la montaña, el sueño de Tomás es ascender el Aconcagua. "Cuando tenía un sueldo, estuve en los Alpes, pero ese chollo ya se acabó. Me gustaría hacer un par de montes en Sudamérica, pero tampoco se muere nadie por no ir", se consuela, sin genio ni hada madrina que le puedan conceder su deseo. A lo que no renuncia es a conseguir "unas pensiones dignas" garantizadas por "una norma que no la pueda romper ningún partido ni gobierno para que no nos toquen la moral otra vez". Con ese fin se empezaron a manifestar "sin siglas, ni partidos, como pensionistas", y ahí siguen a pie de escalinata él y sus amigos, incluido uno "al que le dio un ictus hace años y muchas veces no sabe ni dónde está".

"Mi hijo depende de mi pensión para comer"

Dice Esther Acasuso, 78 años, un hijo casi a su cargo, que su madre "no tenía cátedras", pero hacía muy bien las cuentas. "Ponía: ingresos, gastos y un 10% por lo que surja. Si yo reservara ese 10%, dígame con qué comíamos". La respuesta no es fácil porque entre la pensión de viudedad y una prestación que percibe por haber trabajado de joven cobra 1.200 euros, de los cuales la mitad se le va en "gastos generales". "Esos no los puedo evadir: los seguros de la casa y el coche, el IBI, el teléfono, el agua, la luz, el gas...", enumera. "Con los otros 600 euros vivimos mi hijo, que depende para comer de mi pensión, y yo".

Su hijo, 50 años, maestro pastelero y parado de larga duración. "Le hacen un contratín de nada, hace cursillos con Lanbide... Ha cotizado veintitantos años, pero así está, dando tumbos. Sus ingresos son muy cortos. Desayuna, come y cena en mi casa y luego se va al piso que tiene alquilado", explica. Esa es otra, porque se tuvo que ir del domicilio materno para poder cobrar la RGI. "La RGI le da para pagar la renta. Estamos haciendo rico al rico, porque en mi casa tiene su habitación. Por uno o dos euros ni siquiera tiene derecho a que le ayude el Banco de Alimentos".

Nacida en Bilbao, criada en Barakaldo, donde vive, Esther empezó a trabajar como recadista en un almacén de bisutería con 12 años. También fue comercial. "Si vendía una batería, tenía una ganancia, pero sin contrato", apunta. A los 28 años se casó y dejó de trabajar fuera de casa. Tenía 14 años cotizados. "Cuando me jubilé, percibía el SOVI -una antigua prestación-, pero cuando enviudé me quitaron la mitad para complementar lo de mi marido y me dejaron con una porquería", se queja. Con el presupuesto justo, Esther ha tenido que tirar de lo ahorrado para poner las ventanas "porque entraba el aire y no servía de nada la calefacción". Pero la hucha se vacía. "Quita y no pon, se va el montón". Por eso ya no va al cine o al teatro, como cuando su "vida era normal". Y gracias a que su hijo "no alterna", pero "los gastos de comprar unos calcetines o de comer -dice- están en mi casa. Es impepinable".

Dadas las "condiciones" en las que está su hijo y pensando en su futuro, Esther participa cada lunes en la concentración de Barakaldo para que "blinden lo poquitín que consigamos y nadie pueda volver a hacer este escarnio" y para que "si reaniman el Pacto de Toledo, estemos algún jubilado". "Que luche ahora puede beneficiar a mi hijo y, como él, a otros jóvenes. Así vamos a lograr poco, pero si no peleamos, no lograremos nada".

"Yo me defiendo bien, lucho por otra gente"

Casado y "con dos hijos ya independizados", Basilio Ramos empezó a trabajar a los 14 años en una imprenta. A los 55, en otra, le sorprendió un ERE. "Empezaron a echar a gente. Un grupo, otro... y acabaron cerrando", resume. Dos años cobrando el paro. Tres más, un subsidio y gastándose "los ahorros porque con 400 euros para una familia no llega ni para pipas". Por fin, la jubilación. "Después de 46 años cotizados y en bases altas, con los recortes que te meten por jubilarte con 61 años, porque no te queda más remedio, me ha quedado una pensión un poco ridícula", lamenta. Son 1.390 euros. Ya los quisieran para sí algunas viudas. Pero "el recorte ha sido el recorte, el 6% por cada año, un veintitantos por ciento menos".

Consciente de que hay pensiones mucho más bajas que la suya, Basilio se ha sumado a la causa, más que por él, por todos sus compañeros. "Yo me puedo defender bien, pero estoy luchando por otra gente, porque me parece increíble que, a estas alturas del siglo XXI, puedan vivir con ese dinero. Me da igual si han trabajado o no. Tienen que tener una pensión digna", reivindica. Las personas que ha conocido en las movilizaciones de Barakaldo no le han dejado indiferente. "Hay gente de 82 años que casi no puede andar y viene a la concentración. Eso es lo que me mueve a mí", se sincera.

Basilio también acudió a la gran cita de pensionistas en Madrid. "Se me pusieron los pelos de punta cuando vi todo lo que había allí", confiesa. Lo que más le tocó la fibra fue ver cómo partían los que fueron andando. "El mayor de todos también participó en su día en la marcha de Altos Hornos a Madrid. Tener que volver a hacer esto... Removió muchas conciencias".

"Nos hemos mantenido por no llevar banderas"

Celia Marañón empezó a trabajar de costurera con 15 años y se jubiló, tras tres décadas de telefonista en una fábrica, a los 63, aunque su empresa echó la persiana cuando tenía 59. "Estábamos en un fondo de pensiones. Nos pagaban el subsidio para mayores de 52 años y un complemento. Me quedó una pensión maja, de 1.500 euros, no como las mierdas que cobran ahora", critica. "Es horrible todos los derechos que hemos perdido, con el visto bueno de los sindicatos. Dicen que la patronal está fuerte. Y más que estará si no hacemos nada", protesta y lamenta que haya empresas donde "trabajan 12 horas y les ponen 8 en nómina o el mes de vacaciones los mandan al paro. Hemos retrocedido una burrada".

Luchadora lo mismo por las internas que por los inmigrantes, los pensionistas no iban a ser menos. "Llevo toda la vida peleando. Siempre con la gente de abajo, no como otros, que aprovechaban estar en el comité de empresa para conseguir un puesto mejor". Convencida de que el movimiento de los pensionistas "se ha mantenido dos años porque no llevamos banderas", insta a "no dejarlo morir" porque "si no, no existimos". En esta pelea echa de menos a los jóvenes. "Les han metido tanto que no hay dinero que han conseguido que digan: Si no voy a tener pensión, para qué voy a protestar. Si se repartiera todo lo que han robado, habría dinero para todo". Incluso para las mujeres "que han trabajado en casa como burras sin vacaciones ni nada". Muchas desean que lleguen los lunes. "Se sienten valientes, útiles". Dice Tomás que les llaman héroes. ¿Será solo porque no arrojan la pancarta o porque logran llegar a fin de mes?