RODEADOS de molinos, cualquiera de los accionistas de Iberdrola que se acercase ayer al Palacio Euskalduna para participar en la junta general pudo sentirse un gigante. Mire usted: gigantes en la ciudad de las aguas y los vientos. Es una buena metáfora para explicar lo vivido en una mañana que fue más, mucho más, que una puesta en limpio, negro sobre blanco, de los datos y las cuentas, del futuro que se avecina y el pasado que sonríe. Cómo no sonreír, si se anunció al accionariado un incremento de los dividendos por acción.
Fue, ya digo, algo así como la edificación de un poblado propio y único, sembrado en hierba artificial, donde lo mismo uno podía saludarle al pintor hiperrealista, Antonio López que preguntarle a Vicente del Bosque si Aduriz jugará la próxima Eurocopa. En ese mundo aparecieron simpáticos robots, se potenció la igualdad de oportunidades - Ana María Rincón y José Manuel Melliz, fueron dos de los integrantes de Gorabide que repartieron presentes entre los asistentes...-; se vivió el extraño caso de una junta general sostenible -Aenor, de manos de su director general, Avelino Brito, entregó la acreditación que reconoce tal cualidad al presidente de Iberdrola, Ignacio Galán, algo que se reconoce por primera vez en la historia...- y se recogió el reconocimiento del Gobierno vasco a la compañía de manos de la consejera Ana Oregi, quien entregó la distinción Errekonda Garbia entre los aplausos de los presentes.
¡Cuánta hermosura corrió por las venas de la mañana! Lo digo al recordar a parte del personal de Iberdrola vestido con la colección Cápsula, diseñada por el diseñador vasco Ion Fiz para la compañía eléctrica y, sobre todo, al escuchar la historia de la familia Uriarte-Ibarrondo. Subieron al escenario para recoger la distinción Juntos Iberdrola 2016, un galardón recién creado que se concedió a un clan insólito: no en vano, catorce integrantes de esa misma familia que recorren tres generaciones son accionistas de la compañía. He ahí un ejemplo de los lazos de compromiso que vinculan a Iberdrola con el pueblo vasco. “Llevan Iberdrola tatuado en el alma”, chistó una voz próxima. Después, ya en la hora de un cóctel digno de los grandes banquetes de boda, el propio Galán se sentaba en la mesa de Rafael Subijana, María Dolores Aspiazu y otra buena gente y hablaba con ellos. “¡Nos van a dar lecciones de renovables a la gente de esta tierra!”, les dijo, tras recordarles que él también había vivido en Getxo como alguno de los presentes - “en Tamarises, para más señas...”- y compartir con ellos su preocupación por César Alierta. “Pobre hombre”, les dijo. “Primero lo de su mujer y luego un problema de aquí”, les dijo, tocándose el corazón. Al levantarse ya había tocado el de los presentes en la charla que le repetían ¡cuídate tú, Ignacio! ¡Cuídate tú!
Antes, en las tempranas horas de la mañana, el Palacio Euskalduna, engalanado con los molinos, el césped artificial y un escenario singular en el Auditorio que recordaba por momentos el fondo del mar y poco después el fondo de los cielos, el gentío fue llegando para el desayuno. Ahí se vivió una de las primeras anécdotas del día, cuando el propio Antonio López llegó a Palacio y le requirieron la acreditación. De inmediato le llovieron mil y un disculpas y el hombre sencillo, con media sonrisa, no hacía más que repetir “tranquilos, tranquilos. Me pasa muchas veces”. El genial pintor, que trabaja sobre un cuadro de Bilbao en el caballete más grande del mundo, Torre Iberdrola, hablaría después de la fuerza de la ciudad y de la energía que transmite la Ría, algo muy propio visto el auditorio en el que se encontraba.
A las 9.55, llegó el propio Ignacio Galán al Palacio Euskalduna. Para entonces, al filo de las nueve de la mañana, Anne Etchegoyen, la voz de Iparralde que susurra las palabras, ya había iluminado los desayunos con su voz, acompañada por el coro Biotz Alai (Aitor Aranburu y sus correligionarios fueron el mejor partenaire posible para Anne...) y la compañía de los más madrugadores. Con ellos se sentó al primer café Ignacio. Accionistas de infantería (digámoslo así, con el mayor de los respetos...) como Jerónimo Bravo, Carmen Crespo, Manuel Lázaro, Bibiana Martínez, María Ángeles Lavín, José Antonio Hernández, Andrés López; los jóvenes innovadores de Bilbao Berrikuntza Faktoria, Asier Ojembarrena y Beñat Insunza, que se hicieron un selfi, Carlos Motis, padre e hijo (ellos fueron los primeros en saludarle de entre la tropa...), María Ángeles Agirre y un largo etcétera de ellos celebraron el gesto de cercanía.
A buen paso fue avanzando la mañana. Muchos de los accionistas iban llegando en tranvía -Iberdrola regaló a la ciudad los viajes de la matinal, fuese para acercarse hasta palacio o para cualquier otro menester...- y se encontraban, de entrada, con un mecano de molinos en la explanada. El mensaje gráfico era ése: los parques eólicos, las fuerzas del mar y de los vientos, el poder de las redes eléctricas. Todo elegante y sin apabullar. Frente a ello desfilaron, además de los citados, el presidente de la ABAO, Juan Carlos Matellanes, quien llegó acompañado por Txema Vázquez Eguskiza; el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, corbata verde en ristre, Javier Andrés, director general de Editorial Iparraguirre, Iñaki Alzaga, Agustín Garmendia, Estanislao Rey Baltar, involucrado en fastuosos proyectos allá en el mar Báltico; Jon Ortuzar, anfitrión de la casa, encantado con el aspecto singular del Palacio Euskalduna; Javier Olarrega, Eva Alonso, Luis de León; tres jóvenes como Carmen López, Belén Téllez y Ana Bilbao ; José Antolín, presidente del Grupo Antolín, quien llegó acompañado por el propio Del Bosque, Aitor Muguruza y una legión de nombres propios.
Mientras tanto sonaba la música de Belize y de Julieta Venegas, a quien saludó y agradeció su presencia en el acto el propio Galán al son de “soy un charro del otro lado del Atlántico” y se presentaba y proyectaba el cortometraje Renovable, dirigido por Jon Garaño y José María Goenaga, poco antes de la proyección de Dextrógiros & Levógiros, un cortometraje de animación dirigido por Magoga Piñás. En ese universo fantástico, casi propio del realismo mágico que engrandeció Gabriel García Márquez, también se encontraba Eugenio Ampudia, reconocido internacionalmente por sus montajes audiovisuales, y autor del sistema que permite una relación interactiva entre la gente y la iluminación de la Torre Iberdrola, como habrán comprobado durante esta semana, Montse Chirapozu, el cónsul inglés Dereck Doyle, Santos Alonso o María Victoria Recalde, quien, muleta en ristres, departió un buen rato con Galán tras la junta, con Rafael Orbegozo cerca de ambos. El propio Ignacio se encargaba de recordar el papel preponderante de los antepasados de Rafael en Iberdrola. Dio la impresión que llegó, incluso, a sacarle los colores a su jefe de gabinete.
A lo largo del día se cruzaron un sinfín de saludos y nombres propios. No faltaron al energético encuentro nombres propios como los de Xabier Sagredo, nombrado consejero de Iberdrola en la misma junta, Xabier de Irala, quien deja ese puesto vacante a sus setenta años; Fran Aspiazu, Iñaki Garcinuño, Javier Ormazabal, Juan Carlos Rebollo, Gerardo Pérez, José Ignacio Barroeta, Luis Ramón Arrieta, Leopoldo Sánchez Gil, Asís Canales, José Antonio Isasi, Javier Aresti, quien fundió con un abrazo con Galán, Juan Ignacio Elorza, Berta Longas, Enrique Asla, Gregorio Villalabeitia; el presidente de Gamesa, Ignacio Martín. Miguel Ángel Zudaire, Javier Zalbidea y un buen número de ausentes a una cita que, año tras año, deja huella en Bilbao.
Entre los presentes se recordaba la semana de emociones que Iberdrola ha descargado sobre Bilbao estos días. Hubo quien se admiró con la exposición de arte en la misma Torre Iberdrola dedicada a México (unos mariachis que se movieron en el suculento cóctel de mediodía se encargaban de reavivar los vínculos de la compañía con el país azteca...) y quien apreció el desfile de dos días después. A nadie le fue indiferente esa descarga de feliz electricidad sobre la ciudad. Galán, mientras tanto, seguía hablando con los accionistas. Un abrazo por aquí, un beso por allá. Lo había dicho poco antes. “”A menudo nuestros accionistas tienen muy buenas ideas y me gusta escucharles”, mientras Edurne Ormazabal le entrevistaba en tono distendido. Fue en esa charla en la que precisó que las acciones de hace 50 años han dado una rentabilidad del 250% -más tarde, en el turno de preguntas de la junta, hubo quien le agradeció “la solidez de las acciones en un tiempo donde la Bolsa es tan incierta” y también quien recordó la figura de Emilio Botín como gestor eficaz de la compañía en ese campo...- y donde incidió en que la apuesta se juega en las energías renobables, en la energía eólica y en la marina. “Nos llamaron locos cuando apostamos por ello hace un tiempo y dijeron que el viento no sopla cuando uno quiere, lo que es cierto; y que la energía no puede almacenarse, lo que es falso”. Cosechó una gavilla de aplausos con esas palabras.
Aprobadas las cuentas y los proyectos, llegó la hora del avituallamiento y allí se armó un pandemonium con el personal arracimándose sobre platos y bandejas. Había un para qué. No en vano, el arroz cremoso, las gambas rebozadas, las croquetas y la merluza frita, las hamburguesas de cordero, el queso con membrillo y un sinfín de gollerías más suponían todo un desafío para las horas que eran: más allá de las 2.15 de la tarde. La junta arrastró un retraso de más de media hora (Galán contestó a las cuestiones planteadas en el turno de ruegos y preguntas, pese a tener un plazo hábil de siete días para hacerlo por escrito...) y había hambre. Sobre el tapete verde se movían Mari Carmen Muñoz, Sergio López, Juan Carlos Aranguren, José Luis Martínez, Carmen Ibarrondo, Tomás Argoitia, y un buen número de asistentes a una cita que colmó el espíritu y el estómago de los asistentes que abandonaron el Palacio agradecidos por la gestión de una empresa que navega viento en popa. Ya ven, de nuevo el viento y el agua.
Para las notas del final cabe destacar que la junta directiva de Iberdrola, junto a un grupo de escogidos invitados, almorzaron en el restaurante Etxanobe que regenta Fernando Canales en las plantas altas del propio Palacio Euskalduna . Fue el único momento privado del día, el único tiempo íntimo donde, es de suponer, los presentes se congratularon del día. Y del año.