Xabier Ibargaray (Erratzu, 1985) lo recuerda con nitidez: el 26 de enero de 2021. Ese día fue el último en el que cogió la pala. Era martes. Estaba preparando el Individual. Buscaba su segunda txapela. La primera data de 2019. Se la ganó a Esteban Gaubeka.

Desde entonces: un paréntesis vestido de blanco. Desde entonces: la nada en el frontón. Desde entonces: un tormento personal, fuera de los focos, que únicamente conoce él y los que le tienen cerca. “Ha sido un proceso complicado”, define. Es un eufemismo. La realidad es mucho más dura.

Fue un martillazo en casa. “Me golpeé el meñique de la mano izquierda. Fui a urgencias y me dijeron que se me había salido el dedo. Lo metieron en su sitio. Comentaron que eran quince días de baja y luego ya me tocaba hacer vida normal”, recuerda el palista navarro.

DEDO EN GATILLO

A los once días, el dedo se le había quedado “en gatillo” y no lo podía mover. “Fui al traumatólogo a Iruñea. Valoró que estaba dislocado, roto y que quizás tenía algún ligamento tocado. Me inmovilizaron cuatro semanas para después ir a rehabilitación”, cuenta.

En mayo, los galenos observaron que tenía que operarse, pero que antes debía hacer más rehabilitación. “Se comunicaron por carta conmigo. El cirujano dijo que no me iba a rehabilitar”, evoca. El tiempo vuela. Llevaba más de cuatro meses parado.

El 15 de julio firmó el consentimiento de la intervención. Los expertos no sabía cómo iba a quedar. La operación estaba fijada para el 3 de agosto. “Comenzamos a pensar en mirar una segunda opinión. Al fin y al cabo, los médicos de la Seguridad Social estaban valorándome por una sola radiografía hecha en marzo. No habían hecho ni ecografías ni resonancias”, desbroza Ibargaray.

UNA SEGUNDA OPINIÓN

Miró por otro lado, le hablaron de un fisioterapeuta de Beasain, el especialista Xeber Iruretagoiena, que trata las manos de muchos escaladores. Fue a su consulta. La operación se volvió a posponer. El experto observó que “tenía una avería en el nudillo, que estaba hundido, pero que había algo más”.

“Opté por la medicina privada”, desgrana Xabier, quien reconoce que “contacté con el doctor Fernando Dávila y me hicieron la primera resonancia en ocho meses”. Y dio con la clave: fracturas en las poleas C1 y C2 y deformidad de Boutonnière. “La única opción era la cirugía. Otra vez estaban a punto de operarme. Entonces, Dávila, que estuvo en una convención en Hungría y enseñó mi caso, se encontró con un colega que le dio otra solución: infiltrar para relajar la musculatura, el uso de una férula durante un máximo de dos meses y rehabilitación diaria”, cuenta el palista.

EL FANTASMA DE LA RETIRADA

“En teoría, puede ser el mejor tratamiento; luego veremos si puedo volver a jugar o no, pero estoy esperanzado”, sostiene. Al fin y al cabo, durante muchos meses, el fantasma de la retirada estaba presente. Era una losa. El dedo no mejoraba, nadie daba ninguna garantía. No podía coger la pala, que pesa un kilogramo. La primera parte del tratamiento ya está aplicado; el 3 viernes le pondrán el dedil corrector.

Giro de 180 grados: la lesión que parecía abocarle a una jubilación prematura -Ibargaray tiene 36 años y la trayectoria profesional de un palista es larga- parece tener un final. “Tengo contrato hasta mayo. Si queda bien, me pondré rápido, pues físicamente estoy igual que en enero”, añade.

PERDER LA CONFIANZA EN LA SEGURIDAD SOCIAL

He pasado meses malos, desesperado. He perdido la confianza en la Seguridad Social. No me he sentido bien tratado. Me he tenido que pagar una resonancia para saber qué es lo que tenía ocho meses después del accidente. He terminado asqueado”, recita Ibargaray, quien reconoce que “estoy animado, porque ya sé lo que tengo”.

Durante estos meses, Ibargaray ha intentado centrarse en “otras cosas” para olvidar el veneno palista que corre por sus venas. Hay luz al final del túnel.