Duración: 60:54 minutos de juego.

Saques: 4 de Urrutikoetxea (tantos 6, 8, 11 y 20) y 2 de Ezkurdia (tantos 3 y 14).

Faltas de saque: Ninguna.

Pelotazos: 251 pelotazos a buena.

Tantos en juego: 14 de Urrutikoetxea y 5 de Ezkurdia.

Errores: 7 de Urrutikoetxea y 4 de Ezkurdia.

Marcador: 1-0, 1-1, 3-1, 3-3, 4-3, 4-4, 14-4, 14-7, 15-7, 15-10, 16-10, 16-12, 20-12, 20-14 y 22-14.

Apuestas: Se cantaron posturas de salida a la par.

Incidencias: Partido correspondiente a las semifinales del Campeonato Manomanista de la LEP.M disputado en el frontón Bizkaia de Bilbao. Buena entrada. 1.400 espectadores. En el primer partido, Artola-Mariezkurrena II ganaron a Víctor-Albisu (21-22). En el tercero, Alberdi-Salaverri vencieron a Arretxe II-Erasun (8-18).

Bilbao - Mikel Urrutikoetxea se descerrajó la garganta: un trueno. El restallar de un látigo contra el suelo. Las cuerdas vocales se tensan. Los músculos del cuello se agarran a la piel como si les fuera la vida en ello. Y el pasado se descarga a través de la voz, que dicen que vale menos que una imagen y lo que dice se lo lleva el viento. Entretanto, el ciclón del zaratamoztarra surcó el frontón Bizkaia de Bilbao en un prodigio de una milésima de segundo. Una instantánea de gloria y dolor, complementada con Joseba Ezkurdia, lamentándose por todo lo sucedido en la semifinal del Manomanista de Primera, que perdió.

Porque de la voz de Urrutikoetxea, al que el de Sakana no pudo callar en el debate, demasiado espeso en la creación e inerme sin la violencia del pelotazo, se coló en cada esquina del templo de Miribilla: un “aquí estoy yo”, un “he vuelto, disculpen la espera”. No hay belleza en lo tibio. Fue una resurrección plena, ya tramada en un Campeonato de Parejas, en el que el camino se tornó empinado por los problemas de manos, que se convirtió en certeza después de la primera eliminatoria del Manomanista ante Oinatz Bengoetxea, al que tumbó con autoridad. Ese velo de autoridad se transformó en juego. El juego fue ritmo. El ritmo fue fuego. El fuego abrasó a Ezkurdia. Ezkurdia naufragó entre los cascotes y erró a pesar de los regalos de su contrincante. Y Mikel, con un pequeño tramo de dudas, asumió los galones de una victoria de lujo, en la que él mismo fue su propio rival. Porque los fantasmas de Urrutikoetxea aparecieron desde su propio bando. Algunos regalos dieron oxígeno a su contrincante, incapaz de hacer daño con el saque -exquisito el resto del vizcaino-, pero que nunca dio sensación de poder. Urrutikoetxea, con muchas luces en el primer tramo y algún punto negro en el segundo, siempre anduvo un escalón por encima del de Aspe, roto con un 14-4 de salida que le pesó como la roca de Sísifo, que no terminó de remolcar.

En el retrovisor del vizcaino está el pasado de un virus que le rompió los planes de 2018 y contra el que peleó a base de días fuera de focos, sin el eco mediático de las tardes vestido de blanco. Fueron tres meses y un largo periplo por el Sahara. Vietnam en el espejo. Por eso se le tensó el espinazo al ganar. Y porque el runrún de la semifinal le estaba asaeteando el estómago y miles de pirañas hambrientas le transitaban la epidermis.

Ante uno de los mejores sacadores del cuadro profesional, Urrutikoetxea expuso su resto, estupendo, con el que cimentó gran parte de su victoria. Además, la fluidez del movimiento, piernas de jilguero y caja de maratoniano, más Bekele que Bolt, sirvió para que su propuesta alcanzara cotas extraordinarias. Ocurre que, con una distancia letal (14-4), los yerros pudieron pasarle factura en una eliminatoria intensa y dirimida a gran velocidad. La medicina de Mikel fue la solidez. Al cóctel añadió el sufrimiento de terminar con la mano izquierda picada y con dolor en cada pelotazo. Pellejo de acero. Todo ello le servirá para disputar la final del Manomanista de Primera el próximo 2 de junio en el frontón Bizkaia de Bilbao frente a un adversario que saldrá de la eliminatoria de hoy entre el otro zaratamoztarra del cuadro, Danel Elezkano, e Iker Irribarria en el Astelena.

La tacada Una tacada de diez tantos sirvió para desnortar el partido de Urrutikoetxea ante Ezkurdia. Llegaron al abrazo a cuatro con un gran descorche. Cuerpo a cuerpo. Sobre todo, en el primer cartón, en el que Urrutikoetxea y Ezkurdia impactaron cuando el arbizuarra iba buscando un pelotazo del vizcaino por la pared. Miró a los jueces. No pitaron la vuelta, el tanto fue para Urrutikoetxea y a Ezkurdia se le subieron los humos, visiblemente mosqueado por la decisión. Quizás ese detalle empezó a carburar en contra del navarro, que no terminó de encontrarse cómodo, tal y como reconoció al terminar la semifinal. Aun así, el navarro abrazó el luminoso en el primer cartón y en el tercero. El 4-4 fue la última igualada. Tras ello, un monólogo de Mikel. Un clínic del Manomanista.

Las buenas sensaciones cristalizaron con un gancho que marcó las fisuras del de Aspe. Tras saques en ese tramo dieron alas al vizcaino. Y hundieron a Joseba en el frontón Bizkaia de Bilbao: cielo negro para Ezkurdia, alfombra negra para Urrutikoetxea. Paradojas. Mikel, hambriento, sumió en un mar de dudas al de Sakana. Sólido y con sentido de la distancia, el de Baiko fue constante con el pelotazo a bote, lleno de dirección, venenoso, buscando la pared; ajustició con el remate -fue espectacular el dos paredes del 9-4- y dio muestras de un sotamano y una defensa espectaculares. En especial, ante cualquier tipo de incertidumbre, el zaratamoztarra posee una solvencia espeluznante para despejar el cuero. Joseba, desactivado, sufrió las consecuencias.

Las decisiones Siendo el protagonista absoluto de un aplastamiento, Urrutikoetxea falló una volea y enlazó un tramo de dudas. “Tomé malas decisiones”, desveló después el pupilo de Baiko. La velocidad de kamikazes favoreció a Ezkurdia, que sumó cinco tantos sin enseñar lo que llevaba dentro. Se colocó 15-9 y la eliminatoria se puso tensa. Muy tensa. Sin embargo, Joseba no aprovechó la tendencia. Sin velocidad no hubo nirvana. Sin violencia no hubo premio. Sin pegada no hubo final.

Porque Urrutikoetxea no se escoró a pesar de todo: fortaleza mental. Y sufrimiento. La zurda, de la que se empezó a quejar en los últimos tantos, le mordisqueó. Pero siguió y siguió. A lo suyo. Una tacada de cuatro tantos le puso a un soplido de la final del Manomanista (20-12), a la que accedió sin remisión tras encajar dos zarpazos; entre ellos, el único gancho de Ezkurdia. Y se le tensaron los músculos, que parecían mil sogas recorriéndole el cuello. Y se le tensó la lengua. Y proclamó su regreso a casa, a una final. Por la puerta grande.