Bilbao - Alrededor de la figura de Vladimir Putin, espía antes que presidente y todopoderoso zar de Rusia, todo adquiere un aire inquietante, profundamente marcial. La figura de Putin, heredero de la Rusia ultranacionalista, encarna la iconografía bélica. El presidente ruso es un señor de la guerra. Por eso, después de que la delegación rusa arrasara sin miramientos en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, donde se bañó en oro en una exhibición colosal amparada por el dopaje de Estado, Putin elevó el mentón. El presidente ruso se sentía invencible. Antes de la competición, su aceptación en Rusia marcaba una pronunciada curva descendente. Su figura era discutida. El brutal éxito deportivo de Sochi, donde Rusia, exuberante, inmisericorde e implacable, mostró todo su arsenal deportivo, modificó el tablero.

Previamente cargados los deportistas rusos con el combustible que aportaba La Duquesa, el cóctel de esteroides ideado por el científico Grigori Rodchenkov y gracias a la manipulación de los muestras por parte de la FSB (antigua KGB) y miembros del propio laboratorio de antidopaje ruso, Rusia alcanzó el nirvana. El efecto de las conquistas deportivas elevaron el índice de popularidad de Putin hasta el 90%. Treinta puntos más que antes del desfile militar en Sochi. Con ese respaldo, sintiéndose invencible, Putin dio rienda suelta a su afán expansionista y comenzó la guerra con Ucrania para quedarse con la península de Crimea. Anexionó el territorio tras una guerra en la que la maquinaría bélica rusa venció por aplastamiento. Aquel episodio que vincula el deporte y la guerra, asoma en Icarus, el documental donde Rodchenkov desvela todo el entramado de dopaje creado por Rusia y que él ideó, entre otros, para arrasar en Sochi. “Me sentí responsable en parte. Si Rusia hubiera ganado menos medallas, Putin no habría sido tan agresivo”, confiesa el científico huido a Estados Unidos una vez destapada la trama. Tras su confesión y la investigación desarrollada por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), el máximo órgano mundial de la lucha contra el dopaje sancionó con cuatro años por dopaje de Estado a Rusia, que no podrá competir bajo su bandera en las competiciones internacionales. La sanción prohibe a la delegación rusa participar en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y en los de Invierno de China en 2022. Tampoco podrán competir en el Mundial de fútbol de Catar en 2022.

La sentencia de la AMA soliviantó a Putin, que considera injusta la resolución. “La decisión de la AMA contradice la Carta Olímpica y tenemos todos los motivos para recurrir a los tribunales”, apuntó tras conocer el fallo de la Agencia Mundial Antidopaje. Como hiciera en el caso de los Juegos de Río (2016) -entonces sólo el atletismo ruso fue excluido-, el presidente ruso volvió a recordar que desde los tiempos del derecho romano “cualquier castigo debe ser individual” y no puede tener un “carácter colectivo”. Lejos de la reacción de Yuri Ganus, director de la agencia antidopaje rusa, que abogó por cambiar los métodos, la reacción de los funcionarios rusos evita cualquier autocrítica. El enemigo es la AMA. El ministro de Deportes, Pavel Kolobkov, aseguró que solo en el TAS puede haber una investigación “objetiva”, el jefe del COR, Stanislav Pozdniakov, denunció la politización de la lucha contra el dopaje y la legendaria pertiguista Yelena Isinbayeva , icono de Rusia, tachó las sanciones de “crueles”, “injustas”, “atroces” y “asesinas”. Rusia declara la guerra a la AMA.