Una pequeña tirita de color blanco en la rodilla izquierda le recuerda a Roglic el pellizco del Giro cuando se fue al suelo la pasada semana. En Monte Bondone al esloveno se le vieron las costuras, deshilachado por el ambicioso Almeida y el sabio Thomas, el líder que recogió en la cumbre la maglia rosa. Para Roglic quedaron las espinas. Se le clavaron 25 segundos. La idea de Roglic, otra vez al sol la carrera, era reponerse.

Ganar tiempo en el tránsito hacia Caorle, a un palmo de Venecia. En Caorle, los canales que atravesaban la ciudad se rellenaron. Lucen pizpiretas las casas de colores, que ofrecen una paleta de colores estupenda, como si fuera una caja de plastidecor.

Los pantones de Roglic balancean entre el negro y el blanco. Ciclismo a dos tintas. Se impone el gris. El esloveno necesita recomponerse después de mostrarse poroso en Monte Bondone, donde Almeida agitó el Giro, pero lo ordenó. Lo jerarquizó aún más.

Dainese soporta a Milan

Después de la jornada que aproximó a todos al límite, menguantes las fuerzas en la despensa, tocaba la transición, que es como la chaqueta de entre tiempo. Entre Monte Bondone y la montaña enorme que aguarda en los próximos tres días, donde quedará resuelto el ajedrez del Giro, tocó un asunto de velocidad.

Dainese agarró el triunfo al esprint ante el colosal Milan y el brillo de Matthews. El italiano remontó al aussie, que se quemó antes de tiempo. Ícaro. No le alcanzó con la turbina. Le faltó energía a pesar de partir con gran ventaja en la recta definitiva. Se le hizo largo el esprint, agónico para todos. Demasiado viento de cara. Se la partió a Matthews.

Dainese, más protegido, le rebasó. También Milan, que surgió desde las profundidades, llegó muy hundido al esprint, para ir arrancando rivales a su paso. Un palmo le derrotó ante Dainese, el que más se estiró. Su golpe de riñón fue el más efectivo. La foto-finish resolvió las dudas entre Dainese y Milan. Cuando supo que había ganado, Dainese gritó.

Su alarido de felicidad llenó de pasión una tarde calmada, sin efecto para los generales de la carrera, cuya mirada recorre con inquietud las alturas de los tres días que les esperan por los rascacielos de los Dolomitas antes de embocar en Roma.

La fuga, sentenciada

Para tratar de enmarañar la etapa se alistaron a la aventura Champion, Sevilla, Quarterman y Leysen en un día con arquitectura de esprint, diseñada para el relax de los mejores y para la disputa entre los velocistas tras los sarpullidos que les provocaron las montaña. Los escapados estaban ajusticiados desde el amanecer.

Esta vez, escaparse no era un buen negocio. Ni la llamada del gobernador les podría indultar. Era la penúltima opción de los guepardos, que deseaban saborear su presa. Los jerarcas cruzaban los dedos para que el mal fario no apareciera cruzando la carretera o les señalara con mirada aviesa. Llegaron todos a la playa sin oleaje.

El pelotón, con calma, absorbió la fuga de pura inercia a pesar del empeño de Leysen, que estiró el final. Sin necesidad de apresurarse, cumplieron con el expediente sin mácula. Todo dispuesto para que el frenesí de la velocidad zarandeara la capitulación de la jornada.

Un esprint muy ajustado

Al olor de las flores de meta, el perfume embriagador de la victoria arrastrado por la brisa del Adriático, se fijaron los raíles por los que se embalaban los trenos de los velocistas en paralelo a la playa de arena fina y sin huellas de turistas. Los vecinos de Caorle disfrutaban del Giro.

No era época de postales ni de souvenirs. Se acodaron a presenciar el duelo de velocidad, descorchado tras unas curvas nerviosas, que dieron con una recta magnífica. En ese escenario abierto, en el anfiteatro de la potencia desbocada, en un esprint ajustadísimo, Dainese aceleró más que nadie en la transición.