L plan urdido por una serie de clubes europeos poderosos, capitaneados por Florentino Pérez, de crear una Superliga cerrada al margen del sistema de competición vigente, no es sino la constatación de un intento de golpe a la vergüenza deportiva que se viene gestando en los últimos tiempos, singularmente en España.

Cualquier observador de la deriva del fútbol español ya advertía la sima que se ha abierto fundamentalmente entre dos clubes y el resto, con la adulteración de la competición por acumulación desigual de recursos. Comenzando con el Real Madrid, todo ha sido blanqueo: los favores gubernamentales, los pelotazos urbanísticos consentidos, la atención reverencial de los medios, públicos o privados, las concesiones competitivas de todo tipo otorgadas por los mandamases del fútbol hispano (aquéllos que ahora se rasgan las vestiduras más por su sillón que por reconocer su connivencia) no han hecho sino apuntalar el imperio de Florentino y su derecho de pernada. Como hace falta un partenaire, un eterno contrario para sostener el paripé y el negocio, he ahí al Barça, más que un club y menos que una empresa, regentado por presidentes de dudosas prácticas, con un cañón actual que solo una maniobra como la perpetrada puede cubrir. El clásico, le llaman, fomentada la diarquía por los paniaguados mediáticos y por el mirar para otro lado de sucesivos gobiernos, ora de derechas, ora social-consumistas. Y atención, estamos ante dos asociaciones sin ánimo de lucro! El tercero útil completa hoy el espectro, el antaño club obrero, el Atleti, el equipo del rey, con colchón ante el gasto incontrolado y alternativa capitalina por si acaso. Completada la troupe y los poderes fáctico-periodísticos, a forrarse. A los demás que les den… las sobras. Viva el fútbol español.

Triunfante o no la asonada continental, solo con lo hasta ahora vivido por aquí el resto de los clubes de la Primera División, y singularmente la clase media (Sevilla, Valencia, Villarreal, Athletic, Real Sociedad) bien haría en poner pie en pared y organizarse. Ya vale de representar el papel de convidados de piedra y sacar milagrosamente la cabeza de cuando en cuando por una brecha competitiva que busca cronificarse. De eso va todo esto. El estrato más humilde también debería significarse y no conformarse con las migajas de los tragaldabas, pues se trata de responder con órdagos a otro órdago. Es preferible una liga sin dictadores, con segundones y competida, que la de siempre pero con todavía más desigualdad, plantillas de 40 jugadores para que su equipo C sea mejor que el A del Betis. No gracias, para ti. Como decía mi ama “hoy no ceno, que se fastidie el coronel”.

En el frustrado golpe de estado europeo de los ricos, la operación galaxia del fútbol con Florentino Armada y Joan Del Bosch al frente (en esto no hay patrias), los italianos colegas y los magnates dueños de las marcas inglesas pusieron el resto. La esperanza de que la sedición del capital fracasara venía de las Islas y del sentido común alemán. Sobre todo del nacionalismo inglés, que en pleno Brexit sabe de verdad lo que es una liga propia, con raíces y competitiva, con centenarios clubes que no se dejan pisar el escudo. La ejemplar reacción del fútbol británico, de sus aficionados y deportistas, y del propio gobierno de Boris Johnson, aunque sea por sus propias razones antieuropeístas, se ha revelado como el hueso imposible de roer. Luego han venido las deserciones de los socios, forzadas y poco convincentes. Menos de la extraña pareja. No nos engañemos, de España poco o nada se puede esperar, plegada de arriba a abajo al papanatismo bipartidista, blanco o culé, al dinero florentinesco, ni una mala palabra ni una buena acción, y el último que cierre Laporta. La codicia, la insolidaridad más descarnada, y todos los demás a hablarles de usted, a ver si cae algo. Deprimente lo que nos espera si no hay machinada de la burguesía periférica y del proletariado del balón, porque las instancias oficiales madrileñas tienen la boca pequeña. Son quienes han alimentado al monstruo y viven del chiringuito. Atentos por tanto, todavía, a la jugada y al VAR.