La energía no se crea ni se destruye solo se transforma. Eso dice la ley de la conservación de la energía. Contra ese dictamen científico, un axioma, se postula con descaro Mathieu Van der Poel, creador de energía, según se desprende de los vatios generados en su explosiva exhibición en la Strade Bianche, donde sacudió los cimientos del ciclismo. El neerlandés ofreció un espectáculo magno. Fue tan brillante y fulgurante su victoria, pura pirotecnia, que su luz ciega cualquier juicio valor. El asombro perdura todavía. Su victoria ha dejado onomatopeyas como único modo capaz de describir semejante despliegue. La arrancada de Van der Poel en Santa Catalina, una cuesta sobre la piedra medieval de Siena, (un repecho de 500 metros con un 12% de desnivel y tramos al 17%), en el que pulverizó a Julian Alaphilippe y convirtió en cenizas a Egan Bernal constituye uno de los episodios más alucinantes de los últimos años.

El estruendo provocado por el neerlandés alcanzó cada recoveco del universo ciclista, ojiplático ante el despegue sideral de Van der Poel, que en esas calles viejas y bellas de Siena parecía un cohete camino del espacio. Un astronauta en Cabo Cañaveral. Cuando la humanidad aún permanece admirada por el lanzamiento de un vehículo explorador a Marte, un marciano en bicicleta asomó por la historia. Tan extraordinario relato lo ha decorado su equipo, el Alpecin, que ha dado a conocer los datos generados por Van der Poel en la clásica del sterrato, convertida la carrera italiana en el escenario de una colosal actuación. Memorable. Las cifras que elevaron a Van der Poel a los altares del ciclismo son apabullantes. El nieto de Poulidor es una central nuclear de vatios. Un dispendio de energía. Van der Poel generó una potencia media de 389 vatios durante la disputa de la prueba italiana.

Fue una carrera espectacular, repleta de grandes estrellas. El ritmo resultó muy elevado por la calidad de los competidores, tan voraces como talentosos. En el grupo de cabeza se reunieron Van der Poel, Van Aert, Alaphilippe, Bernal y Pogacar, entre otros. Una pléyade de luminarias en medio del polvo de camino que iluminó la prueba. La lucha por el triunfo se sublimó en los 60 kilómetros finales de la Strade Bianche, donde la carrera accedió al Olimpo. Van der Poel completó ese recorrido en 1 hora 30 minutos. En lo que dura un filme, el campeón del Mundo de ciclocross produjo una potencia media de 439 vatios. Una barbaridad. La temporada en el barro ha vigorizado a un ciclista volcánico, bestial en las arrancadas. Un incendio. Napalm.

Dos puntos culminantes

Sus cañonazos tuvieron dos puntos culminantes según los datos ofrecidos por su propia escuadra. Durante la exigente ascensión a Le Tolfe, uno de los tramos de sterrato, el neerlandés rodó durante un minuto a una media de 738 vatios. Unas cifras apabullantes. Con todo, a pesar la onda expansiva generada, no fue el momento álgido de Van der Poel. En el callejero de Siena, con Alaphilippe y Bernal, a la espalda, Van der Poel retorció la lógica. La llevó a otra dimensión. Con su estallido, lapidó a Alaphilippe y Bernal, de repente convertidos en figuras de cera, en ciclistas de cartón frente al colosal neerlandés. En ese momento, Van der Poel aró la historia entre piedras. El neerlandés puso en marcha la centrifugadora. Un programa corto, pero trepidante. Una locura. Fueron 20 segundos con una potencia media de 1.004 vatios. Estratosférico. El corazón de Van der Poel era un doble bombo de batería. Un alarido que alcanzó las 186 pulsaciones por minuto. Pura energía. Van der Poel es una bomba de vatios.