- El Puy Mary era un volcán extinto que ayer se convirtió en un durísimo puerto de primera. En el final de la etapa reina. Era un cráter cadáver que, sin embargo, entró en erupción al paso del pelotón y cuyo magma, ese pesado asfalto que se inclinó por encima del 8%, se llevó por delante las aspiraciones francesas. Porque antes de la salida en Chatel-Guyon, Guillaume Martin (Cofidis) y Romain Bardet (AG2R) eran tercero y cuarto en la general. Parecían lejos del nivel exhibido por el líder del Jumbo, Primoz Roglic, y carecían de la explosividad de Tadej Pogacar (UAE); pero ambos eran la esperanza gala de colocar a un compatriota en el podio de París. Sin embargo, la décimo tercera etapa quemó a Martin y tiró a Bardet, que abandonó la carrera al finalizar la etapa. El Macizo Central echó por tierra la ilusión francesa, desterrando a sus dos mejores corredores lejos del Top 10 de la general y transformando la pugna por el podio en un partido de dobles entre Eslovenia y Colombia.

De hecho, pronto se supo que Bardet terminaría lejos de toda pelea. El ciclista del AG2R se quedó en fuera de juego por culpa de una caída bajando el Montée de la Stèle, a 86 kilómetros de meta. El galo pudo volver sin problemas al pelotón, pero las molestias le impidieron seguir el ritmo del Jumbo cuando la etapa picó para arriba y acabó entrando en meta con el maillot roto y dos minutos y medio más tarde de lo esperado. Más adelante se conocería la decisión de su adiós en el Tour.

Sin embargo, Martin no tuvo excusa. Simplemente no pudo. Reventó. Cuando por primera vez en su carrera se hablaba más de su poderío sobre la bicicleta que de sus estudios en filosofía -tituló su trabajo de fin de máster Nietzsche y el deporte, tiene una novela Sócrates en bicicleta y una obra de teatro Platón y Platoche-; Martin se resquebrajó, desapareció del pelotón de los favoritos y sucumbió hasta la décimo segunda plaza de la general. Ayer, el ciclista galo dejó de ser la sorpresa del Tour para volver a ser el escalador intelectual, el corredor dramaturgo. Ayer, al de Cofidis no le pudo ayudar ni la ironía socrática, ni el superhombre de Nietzsche; y, cuando por fin pudo salir de la caverna volcánica de Puy Mary, cuando por fin pudo ver la luz entre tanto esfuerzo, comprobó que el podio del Tour se le había marchado ya demasiado lejos.