bilbao - Entre el resoplido de Pello Bilbao y su grito en Bagnères-de-Bigorre, se coló Simon Yates. El inglés le quitó la gloria al gernikarra, repelido por la arrancada del británico, el primero en desenfundar en un duelo a tres. Mühlberger fue el tercero. “Yates ha sido el más rápido, llegó más fresco al final y entró primero en la curva. Yo iba con el gancho, sufrí mucho en el último puerto. Yates jugó sus cartas y yo iba vigilando a Mühlberger. Me faltó chispa”, radiografío Pello Bilbao con la pena acariciándole el rostro. En ese intervalo, entre esas dos reacciones del gernikarra, se escribió el relato del triunfo del inglés, que batió al vizcaino y al austriaco. Simon Yates se descorchó y bebió el champán. El inglés fue el más certero en un esprint de 200 metros, una distancia que apenas da para la arrancada y la celebración ante la mueca de Pello Bilbao, debutante en el Tour, al que le faltaron dos palmos para coronarse.

El reprís del gernikarra se quedó colgando en las montañas, en el esfuerzo que tuvo que hacer para engancharse a la cordada de Simon Yates y Mühlberger. El inglés no quería jugársela con Pello, vencedor de dos etapas en el Giro en grupos reducidos. Era consciente de que el vizcaino, menudo, chisposo, era un rival difícil de descifrar. Por eso, cuando supo que el gernikarra, insistente, estaba a punto de plancharse a su espalda, aceleró. Pello Bilbao tuvo que rehacerse y dar otro respingo para alcanzar al dúo en el descenso. Probablemente, ese extra al que le obligó Yates camino de la cumbre de la Hourquette d’Ancizan fue el que derrotó al vizcaino.

Tan cerca del goce, pero sin él, a Pello Bilbao le invadió la sensación de haber perdido una magnífica oportunidad. “Estoy contento con las dos victorias en el Giro, pero no rematar en el Tour es una pena”, estableció el gernikarra, un ciclista que cotiza al alza. Al vizcaino también le visitó la duda. “Podría ser más veloz que Yates, pero no pude demostrarlo”, lanzó antes de rendirse a la evidencia. “No tenía piernas para un esprint largo”, subrayó Pello Bilbao, que se manejó de maravilla en el previo al esprint. Integrante como sus dos rivales de la escapada de 40 corredores que recorrió la primera jornada pirenaica, el vizcaino supo bandearse y reubicarse para la timba definitiva. El gernikarra cortó la cinta del último kilómetro, pero de inmediato se abrió para vigilar a Mühlberger, el más fuerte en un arrancada de lejos, aunque el menos rumboso en las distancias corta. A medida que la fragancia de las flores de meta era más intensa, Yates, algo distante, se ensilló a espaldas de ambos. La mejor panorámica.

Pello Bilbao y el austriaco, en paralelo, se miraban. Cambiaron impresiones. Una cháchara de esas que arrastran las palabras. Yates observaba en silencio la batalla de los nervios, la guerra psicológica, la dialéctica de la incertidumbre. Los tres tamborileaban los dedos, acodados en la barandilla del suspense. Pello Bilbao jugueteó con la mímica. Después resopló. Simon Yates, ante el ensimismamiento del gernikarra y el austriaco, atacó con el colmillo afilado. Vio la rendija. Entró como la corriente que ventila. Ganó el interior e inauguró la curva. Allí estaba la victoria. En una esprint tan escaso, menguante, el impulso inicial del inglés fue el definitivo a pesar de la lucha agonística de Pello Bilbao, que pedaleó con el alma. Esa resistencia no le alcanzó ante la euforia de Yates. Gritó el gernikarra su casi y el austriaco bramó contra Pello. “Mühlberger me gritó y le dije que hay que saber perder. Dio la curva el último y yo no iba a abrirle la puerta”.

los favoritos se reservan Entre gritos y un portazo se cerró la única emoción al primer asalto pirenaico, una jornada con relieve suficiente, con dos puertos de primera, el Peyresourde y el Hourquette d’Ancizan, que invitó a la resignación. Lo celebró el Ineos, feliz ante la pasividad de los que se suponen opositores de Geraint Thomas y Egan Bernal. “Esperábamos que sucediera algo en el puerto final porque había pasado poco tiempo desde el descanso. Nos esperábamos hostilidades, pero no llegaron”, dijo Thomas. Tal vez los aspirantes se conforman con serlo. Conscientes de que no hay acceso al club de los imposibles. Todos ellos se camuflaron en el anonimato. Con la crono individual de Pau cimbreando en el horizonte, nadie quiso asomar. Temor.

Mikel Landa guardó la dinamita. “Todos pensamos en lo que viene y no nos hemos animando, hay que guardar energías”, estableció el alavés. Tampoco hubo pólvora para Bardet. Pinot, Fuglsang, Porte y Urán, que dejaron pasar el día viendo cómo el Ineos formaba con Luke Rowe. Un percherón estableciendo la marcha nupcial en el Hourquette d’Ancizan, donde el pelotón era gordo. Se paseó el Ineos, con calma, en formación, calentando las piernas como si hicieran una serie de entrenamiento de bajas pulsaciones. Perfecta su coreografía. El resto, pasmado. No hubo huella de Quintana, Kruijswijk, Mas... Decidieron que aquello no estaba tan mal, que al fin y al cabo siempre queda carrera, el eterno discurso con el que algunos llegan a París y no caen en la cuenta de que el Tour ha terminado e inmediatamente proclaman su candidatura para el siguiente.

En ese ambiente de abulia, de esperar a la espera, de inacción, murió de inanición cualquier atisbo de esperanza. No hubo lugar para los arrebatos. “Viene un día duro. Habrá diferencias, los equipos no han intentado nada”, argumentó Enric Mas, el alfil de Alaphilippe, el líder alegre. Los pretendientes no pretendían y en el Ineos, siempre en vanguardia, con el manual de estilo de Francia, celebraron la ausencia de pirotecnia. Los británicos le restaron un par de cumbres a los Pirineos. Vuelo raso. Alaphilippe, el líder, se posó con una sonrisa después de un viaje cómodo hacia la crono de hoy en Pau, donde Geraint Thomas, que esperaba que al menos le molestaran, lanzará su ataque. “Haré todo lo posible para ganar la crono”, cerró el galés el día en el Simon Yates le sisó el sueño a Pello Bilbao.