bilbao - Le Tour, c’est le Tour. Conviene no olvidar la frase, que no necesita traducción porque está grabada a fuego en la piel, tatuada en el alma de los ciclistas desde que naciera la carrera más despiadada del mundo. No perdona la Grande Boucle, un Saturno que devora a sus hijos sin descanso. El sacrificio en el altar del Tour es uno de los peajes de su grandeza. El Tour siempre requiere episodios dramáticos, más en días en los que nada pasa hasta que todo estalla y solo quedan el humo y los escombros. Del Tour se cayó Mikel Landa, derribado por el infortunio, que no le da tregua. Le acosa la fatalidad. Crucificado por el mal fario, perseguido por el mal de ojo. No hay paz para Landa, otra vez repudiado por el Tour, que parece no amarlo. En 2017 le faltó un segundo para colgarse del podio de París. El pasado año se estampó cuando había esquivado las minas de los adoquines. El sino de Landa en el Tour es un calvario. El alavés estaba con los mejores camino de Albi, en los abanicos que provocaron el Deceuninck y el Ineos, un equipo a toda vela que gobierna el Tour cuando lo requiere. Aunque sea de modo inopinado, siempre está. Es su reino.

“Hemos logrado una buena brecha y hemos dado un buen golpe en un día en el que realmente no lo habríamos esperado. Ganar un minuto y medio debido a un error de posicionamiento de parte de los rivales es excelente desde nuestro punto de vista”, expresó Geraint Thomas, segundo en la general, tras Alaphilippe, y primero del Tour. Landa no estaba lejos del galés. Sonreía su buena estrella porque por detrás, entre el viento y el huracán provocado por el equipo británico, se desperdigaron los dorsales de Fuglsang, Pinot, Porte, Urán? que perdieron el hilo de la carrera en una rotonda mal trazada. Lo que el viento se llevó. Era la situación ideal para el alavés. Landa tachaba rivales sin atacar, acomodado en la carga de caballería británica, repleta de jinetes espléndidos. Landa volaba sin aletear. En el llano. Una jugada maestra en un escenario insospechado a una brazada de la jornada de descanso.

Restaban apenas 15 kilómetros para que apretara el puño en señal de victoria interior, -el triunfo en meta fue para el increíble esprint de Wout Van Aert, “no me puedo creer que haya ganado”, dijo el belga- cuando se desató el caos a su espalda, ajeno a él, en principio. Nunca se sabe dónde espera la guadaña del destino. Cerca de la cuneta, Landa miraba el frente, concentrado en guardar la posición cuando Warren Barguil tocó la rueda trasera del líder, Alaphilippe. Afilador. El maillot amarillo giró la cabeza tras notar el contacto, pero, danzarín, mantuvo el equilibrio sin mayores problemas. Landa era, por entonces, un actor secundario. Hasta que Barguil no pudo sostenerse. Efecto dominó. El campeón de Francia sacó la cala del pie derecho, trató de caminar sobre el alambre pero su cuerpo, en un acto reflejo, se bandeó a la izquierda. Allí cobró toda su dimensión la teoría del caos, esa que promueve que todo está interconectado en el cosmos y que de alguna manera, el aleteó de una mariposa en Australia puede provocar un huracán en Albi.

Barguil, zarandeado, empujó, sin querer, a Landa. El alavés no pudo reaccionar. Se fue a la cuneta disparado, sin posibilidad de rectificar. El de Murgia esquivó una señal de tráfico de puro milagro. “Afortunadamente no tengo consecuencias físicas”, analizó el alavés. En la caída, a gran velocidad, impactó contra un espectador. “Ha sido un ‘shock’. Tan pronto estaba de pie como estaba entre gente y en el suelo”, explicó Landa, aturdido por la tunda. “Estoy triste por la caída de Mikel Landa. Me desequilibré y toqué la rueda de Julian (Alaphilippe). Después toqué a Mikel, que remontaba por la izquierda. Fue un accidente, no tuve intención. Evité la caída de milagro y golpeé a Mikel. Espero que esté bien”, se disculpó el campeón francés.

En ese instante, a Landa se le escapó el Tour. En el suelo. Agarrado por los designios del azar, capturado en la mazmorra del desasosiego. El grupo de favoritos era un cohete tripulado por el Ineos. Full gas boys! Landa, en el arcén, era un lamento a la espera de un mano amiga que le rescatara. El Movistar, que rodaba en cabeza con Nairo Quintana y Valverde, mandó parar para remolcar a Landa. Demasiado tarde. Si el Ineos pudo restablecer a Thomas cuando este se cayó días atrás, el Movistar no tuvo respuesta para reponer a Landa. “Mikel tiene una mala suerte terrible, espero que alguna vez tenga suerte y se le devuelva todo lo que merece”, apuntó lacónico José Luis Arrieta, director del Movistar, tras el lance de carrera que dejó a Landa revolcándose en la amargura, en el lugar de las preguntas sin respuesta. ¿Por qué a mí? En el Giro, Simon Yates le derribó. En el Tour, Barguil le derrotó.

sin daños físicos Para cuando Landa, que sufrió golpes y abrasiones, se enroló junto a sus compañeros, el Tour era un pesadilla para él. La Grande Boucle no espera a nadie. Menos en días de guerra, cuando el pelotón es una lucha de trincheras, donde no existe el fogueo y siempre hay víctimas. Landa fue un daño colateral, pero el más perjudicado en un accidente. El alavés, acompañado por Nelson Oliveira e Imanol Erviti, que rapelaron en su búsqueda, tiró para delante cómo pudo. Masticó desilusión y rabia. La bilis del infortunio. “He podido seguir bien y los compañeros han salvado muy bien una situación complicada”, expuso. Mientras Landa buscaba alivio, aguantarse en medio del derrumbe, Thomas y Bernal arengaban a los corceles del Ineos, que contaban con el empuje del Bora y del Deceuninck, dos equipos exuberantes de potencia. Por detrás se desgañitaban Fuglsang, Pinot, Urán y Porte, que estuvieron a un palmo de agarrar la cuerda de los mejores, -estaban a 12 segundos de empalmar- pero se desfondaron en un repecho, cuando se desperdigaron las cuentas del rosario.

Los jerarcas mantuvieron la calma en ese instante y, una vez comprobado que los perseguidores perdieron capacidad de presión, elevaron aún más el ritmo, infernal, alocado. Era el doble bombo de batería, desaprensivo, inclemente, repleto de vatios. Una tormenta eléctrica que electrocutó a los perseguidores, a los que les cayeron en 1:40 en meta. Un mundo. El Tour les aplastó por el torbellino del Ineos. Landa sobrevivió a esa galerna hasta que el azar le señaló y alcanzó Albi con el gesto torcido y la pena atravesándole la moral con un retraso de 2:08. Una vida. El Tour se había esfumado para él. “Es solo pérdida de tiempo? y se escapa un poco el objetivo por el que vinimos”, cerró el alavés tras un día para olvidar, revolcado en la cuneta, perdido en el minutero. Al llegar a meta lanzó el botellín, repleto de frustración y rabia. La fatalidad condenó a Landa.