bilbao - El Muro de Huy, tan corto su nombre, que se asemeja a onomatopeya, es un instante. Un chasquido. Un punto. El de Julian Alaphilippe. “Todos conocíamos la subida final y allí es clave llegar bien situado. Yo estaba en el lugar adecuado. Esperé al momento justo para lanzar el ataque definitivo”, resolvió el victorioso francés. En ese lugar se concentra una clásica atomizada, la Flecha Valona, hasta que se impone lo nuclear, el corazón de un carrera que se suspende en el tiempo y que conquistó el francés, que repitió en Huy. Alaphilippe corrió sobre su recuerdo de 2018. “El año pasado fue mi primera gran victoria, frente a un gran campeón (Valverde), nunca lo olvidaré. Este año había muchas expectativas a mi alrededor. Fue una edición aún más difícil que el año pasado”, estableció el francés. Alaphilippe, en tierra conocida. Conquistada. La memoria de la victoria. Jakob Fuglsang le pudo arrancar el triunfo, pero el danés se quedó con el pasmo ante la exaltación de Alaphilippe, apoteósico en un final extraordinario del que se desprendió Valverde, undécimo, a un viaje lunar del impulso del francés alado, heredero de Jalabert e Hinault, ambos ganadores en dos ocasiones en la mítica cima, que ahora es el hogar de Alaphilippe.

Todo se para en Huy, convertidos los ciclistas en estatuas de sal, suspendidos en el aire tras una travesía que exploró por primera vez Euskadi-Murias, que paladeó la amargura del abandono de Óscar Rodríguez y la batalla entusiasta de Mario González. En medio del jadeo, de los pulmones que son arena, se disparan los latidos y galopa el ácido láctico en el Muro, una pared que hay que tomar al asalto. Para acceder al balcón del Huy se necesita una pértiga. Es un escenario fronterizo, donde se talla a los corredores, dorsales que vuelan y caen -se fueron al suelo Ion Izagirre, Adam Yates, Domenico Pozzovivo...- antes de reptar un kilómetro vertical. Colosal. Huy exige los pedales del arrojo y el manillar del cálculo. Cualquier error es una capitulación. A Valverde, el infinito, rey de Huy durante cinco ejercicios, se le destiñó el maillot de todos los colores. Ni el plastidecor del arcoíris le sirvió ante el sofoco que le provocó la empalizada.

No hubo distancia Valverde, desvanecido cuando Huy elevó la quijada. Kwiatkowski se sacrificó en el altar belga. El polaco es muy potente pero le falta luz para iluminarse en una ascensión que es una bajada a la mina. Se apagó en un paredón de fusilamiento. Le acompañó en la derrota Vanendert. El interruptor pertenecía a Alaphilippe, al que Enric Mas llevó a hombros para hacer frente al Muro. Mas fue el andamio de Alaphilippe.

Ciclistas de la misma especie, mellizos, Valverde se posó en la cola del francés. Entre sus miradas se coló Fuglsang, una rareza, cuya fisionomía se aleja del arquetipo de Alaphilippe, un colibrí. El fogonazo del danés desenmascaró a Valverde, frágil en el disparadero. Carne de cañón. Se derritió Valverde. Desnudo el rey. No le resistieron las costuras a Valverde ante el empeño del indómito Fuglsang. La amenaza del danés alertó a Alaphilippe, el estandarte del ciclismo galo. Campeón un año atrás, Alaphilippe supo que no debía esperar más ante Fuglsang, enemigo íntimo en la Amstel Gold Race que capturó el sorprendente Van der Poel tras una riña vecinal entre Alaphilippe y Fuglsang, que dejaron que el neerlandés gritará una conquista excepcional, increíble en su desenlace.

valverde, desencajado En guardia, Alaphilippe se erizó cuando Fuglsang le tentó. Valverde se replegó, encogido sobre el sillín. A 275 metros de meta, el arcoíris se quedó en blanco. Sentado. Una imagen en sepia. Pasado. El lienzo de la victoria los pintarían otros. El danés, terco, provocó el respingo de Alaphilippe. El francés enlazó con Fuglsang, más corpulento y pesado, con cierto aire paternalista. La ley de la gravedad es insobornable. Alaphilippe, danzarín en la rampa que asusta, esa que afeita a la mayoría con su filo del 20%, tomó ventaja. Fuglsang no se desplomó. El danés desplegó su orgullo y le sostuvo el pulso a Alaphilippe, que cuando giró la cabeza y quiso ver el vacío tras de sí observó la mandíbula prieta de Fuglsang, que no estaba dispuesto a renunciar. El duelo resultó estupendo por intenso y extremo. Alaphilippe y Fuglsang se entregaron a un ejercicio de supervivencia, de resistencia metafísica. Apercibido de la dureza de Fuglsang, el galo viró una pizca la trayectoria en el remate para negar el remonte del danés. Elevado el brazo, Alaphilippe se fue al suelo para recuperar, sentado, el resuello. Devoró el oxígeno a bocados. Después, en el trono, sonrió. El rey del Muro. Alaphillippe, dueño de Huy.

flecha valona

1. Julian Alaphilippe (Deceuninck)4h55:14

2. Jakob Fuglsang (Astana)m.t.

3. Diego Ulissi (Emirates)a 6’’

4. Bjorg Lambrecht (Lotto)a 8’’

5. Maximilian Schachmann (Bora)m.t.