“Donde no hay esperanza, debemos inventarla”, dejó escrito Albert Camus, autor de La peste. Queda eso. La esperanza. El aclamado libro del escritor argelino es la lectura de muchos para refugiarse de la pandemia del coronavirus. La guerra de las generaciones que no han vivido un conflicto bélico establece su reino del terror. Nada se le resiste al covid-19, la clave de bóveda de la civilización desde hace semanas. Por eso, cuando finalmente el Comité Olímpico Internacional (COI) comprendió la magnitud del asedio de la pandemia que contabiliza más de 18.000 muertos y está zarandeando las convenciones y certezas que se suponían inalterables, decidió aplazar la cita olímpica hasta el verano de 2021. “Ante un desafío sin precedentes”, el COI, que el domingo se daba un plazo de cuatro semanas para tomar la decisión definitiva, rectificó y mutó su idea después de que el primer ministro japonés, Shinzo Abe, solicitara retrasar un año la mayor cita deportiva mundial en conversación telefónica con el presidente del organismo deportivo, Thomas Bach.

La llamada de Abe convenció a Bach, en una situación cada vez más comprometida después de la cascada de voces que pedían el aplazamiento del evento. Incluso varias delegaciones anunciaron que no acudirían a la cita olímpica para preservar las salud de sus deportistas. El COI viró el rumbo y optó por hacer caso al sentido común ante un problema de dimensiones aún desconocidas que zarandea el orden establecido con virulencia. “En las actuales circunstancias, y basándonos en los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el presidente del COI y el primer ministro de Japón concluimos que los JJ.OO. de la XXXII Olimpiada en Tokio deben ser cambiados a una fecha más allá de 2020, pero no posterior al verano de 2021”, destacó el comunicado del COI. No habrá Tokio 2020 entre el 24 de julio y el 9 de agosto. Quedarán la sede y el nombre, eso sí, pero el almanaque correrá un año. Otra distopía para un mundo nuevo.

El aplazamiento de la más grande competición, el caleidoscopio del deporte, supone un tsunami en el imaginario. En lo deportivo se retrasa un icono insustituible para los deportistas y espectadores y en lo simbólico se lamina la sensación de que nada puede con los Juegos Olímpicos, el encole de lo emocional, de una hermandad mundial, verdadera, transcontinental aunque sea durante quince días de verano. De hecho, solo los dos grandes conflictos bélicos del siglo pasado, la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial, pudieron apagar el fuego de Olimpia. El relato que construyó el barón de Coubertain únicamente dejó de escribirse a causa de las guerras y no celebraron los Juegos de 1916 y tampoco los de 1940 y 1944. Paradójicamente, Tokio era la ciudad encargada para encender el pebetero en 1940, pero la llama olímpica la apagó el fuego de los cañones de la sinrazón. Londres, en 1944, tampoco pudo festejar los Juegos por el mismo motivo. 80 años después, en Tokio, el enemigo del espíritu olímpico es invisible, microscópico, se contagia sin necesidad de pegar un tiro, pero mata como una guerra.

El mundo, que se está convirtiendo en un hospital de campaña, trata de contener una pandemia que empuja a los Juegos Olímpicos a un escenario inhóspito e inopinado hace apenas unas semanas, cuando el covid-19 no dejaba de ser una rareza exótica y desde el COI hacían las cuentas para salvar el gaznate. La realidad feroz de la pandemia ha acorralado a todos. También a Tokio. No había otra alternativa. El coronavirus parece haber adoptado el lema olímpico. Su Citius, Altius, Fortius. “Más rápido, más alto y más fuerte”. De momento nadie puede con él. Por eso, el aplazamiento de la cita olímpica y el mantenimiento de la luz de la llama, aunque más tenue hasta el verano de 2021, es un acto de rebeldía, de supervivencia, resistencia y esperanza. “Los JJ.OO. de Tokio deben ser un faro de esperanza para el mundo en estos tiempos problemáticos”, por lo que la llama olímpica, que llegó desde Olimpia (Grecia) a tierras niponas la semana pasada, se mantendrá en Japón este año para simbolizar así “la luz al final del túnel”. En este sentido, el COI quiere que los Juegos “sirvan para celebrar que la humanidad ha superado esta crisis nunca antes vista”.

La simbología tan presente e indisoluble del lenguaje de los Juegos Olímpicos, con los cinco aros entrelazados que definen el hermanamiento del planeta y sus continentes, la ha alterado el coronavirus, el patógeno que obliga a guardar las distancias y que se combate aislando y separando. Confinarse para abrazarse. Retirarse para unirse. A falta de una vacuna, desde el COI abogan por mantener la nomenclatura de la cita de Tokio tras aceptar que retroceder, retrasar la cita, es avanzar. En la conversación entre Bach y Abe también participaron el presidente del Comité Organizador de Tokio 2020, Yoshiro Mori, y la gobernadora de Tokio, Yuriko Koike, señaló el COI. El propio Mori confirmó en rueda de prensa que pese al cambio de fechas, los JJ.OO. de 2021 seguirán denominándose oficialmente Tokio 2020. “Lamento la decisión pero estoy muy aliviado”, dijo el máximo responsable de Tokio 2020, quien añadió que los organizadores “podrán ahora preparar unos Juegos mejores aún”.

El nuevo escenario que exige el galope del coronavirus necesitará un reajuste, readaptación y cambio de los planes para la celebración de los Juegos. Mori admitió que “serán necesarios muchos ajustes” tras esta decisión, entre ellos el uso de las sedes olímpicas, puesto que algunas “están reservadas ya para después de este verano” y por tanto no podrían utilizarse en 2021. “Tendremos que encontrar una forma de hacerlo, aún no sabemos cómo”, señaló. El impacto económico del aplazamiento de la cita olímpica, las pérdidas que provocará el retraso, aún desconocido, es otra de las derivadas y no precisamente menores, de la catástrofe generada por la pandemia del coronavirus. “Lo importante es salvar vidas humanas, por lo que las consideraciones financieras no son prioritarias”, expuso el COI. En cuanto a la llama olímpica, los organizadores cancelaron el inicio de su recorrido previsto por Japón para el pasado viernes y acordaron con el COI mantenerla en territorio nipón hasta el próximo verano, explicó Mori. Tokio 2020 en 2021. El contagio del covid-19.

Decisión final. La precipitación de los acontecimientos, el galope desbocado del coronavirus -“nunca hemos visto que un virus se expanda de esta manera por el mundo”, destacó Thomas Bach, presidente del COI- que se acerca a los 400.000 contagios a nivel mundial y supera los 18.000 fallecidos, desembocaron en una resolución definitiva de aplazamiento de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Si el domingo el COI se dio un plazo de cuatro semanas para decidir qué hacer, las fuertes presiones resolvieron el dilema en apenas 40 horas. Una llamada telefónica del primer ministro japonés Shinzo Abe a Bach fulminó el plazo de espera y determinó el retraso de los JJ.OO.