LA Federación Internacional y Europea de Fútbol Femenino se creó en Turín en 1970. La ciudad italiana se convertía así en sede organizativa para el impulso de la mujer en el deporte del balón. Italia daba pasos en favor de la igualdad de género en el fútbol. Acogía, ese mismo año, el primera Copa del Mundo femenina, eso sí, como competición no oficial.
El fútbol era entonces un deporte cuya categoría femenina, por ejemplo en España, no recibía la conformidad institucional. Así lo hacía saber el presidente de la Federación Española de la época, José Luis Pérez-Payá, en declaraciones recogidas en enero de 1971 por el diario Marca: “No estoy en contra del fútbol femenino, pero tampoco me agrada. No lo veo muy femenino desde el punto de vista estético. La mujer en camiseta y pantalón no está muy favorecida. Cualquier traje regional le sentaría mejor”. Italia, por tanto, era símbolo del progreso en favor de la igualdad de género. En España, la Federación aceptó el fútbol femenino en 1980.
Resulta que en 2019, Italia, concretamente su Supercopa de fútbol, se ha convertido estos días en un argumento para la demostración de la discriminación de las mujeres.
El caso es que la Supercopa de Italia, que disputarán el próximo día 16 de este mes la Juventus -sí, de Turín- y el Milan, ha desplazado su terreno de juego a Yeda, Arabia Saudí. Atraída por el dinero, la final que jugarán el campeón de Liga y el campeón de Copa ha traspasado las fronteras de su territorio. El hecho en sí ya genera dos corrientes de debate: si el fútbol se concibe como negocio, el traslado es comprensible, porque se espera el embolso de 7 millones de euros; si el fútbol es del pueblo y se debe a los aficionados, no lo es cuando se juega fuera del país al que pertenece la Supercopa. Pero en este caso la gran polémica surge porque con motivo de la celebración precisamente en Yeda, la Serie A, que es el organismo competente del torneo, ha establecido una normativa de venta de entradas que pisa sobre el derecho de igualdad.
Para empezar, en el estadio Rey Abdullah que acogerá el partido habrá dos zonas diferenciadas: una para hombres y otra para familias en la que tendrán cabida las mujeres pero solamente aquellas que asistan acompañadas por un hombre. Para seguir, el área reservada para hombres está ubicada en los lugares más cotizados de los estadios de fútbol, mientras que la zona destinada para familias estará situada en las gradas más altas, o sea las peor valoradas por el espectador.
una cuestión de estado “No es admisible que el fútbol italiano finja no ver esta flagrante discriminación de derechos. El deporte debe ser un vehículo de difusión de los buenos valores, como la igualdad y la paridad de género”, manifiesta el subsecretario de Estado en Italia, Vincenzo Spadafora, que es el responsable de las políticas de igualdad.
Mientras, el ministro de Relaciones Exteriores, Enzo Moavero Milanesi, trata de apaciguar el ambiente con unas declaraciones que lo han encendido más, al recordar que las mujeres están autorizadas a acudir a la final. Pretende explicar que existen reglas “sobre su presencia limitada a ciertos sectores del estadio por razones que ellos (los saudíes) definen como de orden público”.
La voz de Spadafora es solamente una de las tantas que se han alzado en contra de la decisión de la Serie A de llevar la Supercopa a un lugar que, cabe recordar, permitió en 2018 el acceso de la mujer a los estadios de fútbol, pero con los condicionantes citados. En Italia, el asunto, se ha convertido en una cuestión de Estado. “Por 7 millones de euros la Serie A acepta reglas que son contrarias a nuestra Constitución”, criticaba un sindicato de la Radiotelevisión Italiana (RAI). Medios de comunicación, como el Corriere della Sera, también han denunciado la decisión e incluso van más allá y motivan a la suspensión del encuentro: “La final no es una excursión exótica en un país donde rigen ritos y costumbres extraños. Es un trozo de Italia el que se juega en el exterior y no podemos tolerar que haya espectadores, por un lado, y espectadoras inferiores, por otro. ¿Y si Juventus y Milan amenazaran con no jugar si no se consiente a las mujeres acceder libremente al estadio?”.
Muchos lo entienden como un retroceso de la sociedad. “¿Hemos vendido siglos de civilización europea y batallas por los derechos de las mujeres por el dinero de los saudíes? La Federación Italiana debe bloquear de inmediato esta vergüenza absoluta y llevar la Supercopa a una nación que no discrimine a nuestras mujeres ni nuestros valores”, expresa la presidente del partido político Fratelli d’Italia, Giorgia Meloni.
El ministro de Interior, Matteo Salvini, opina en Facebook: “Que la Supercopa se juegue en un país islámico donde las mujeres no pueden ir al estadio si no van acompañadas de hombres es una tristeza, una inmundicia. Ese partido no lo veo”.
La Supercopa de Italia ya ha levantado polvareda en ocasiones anteriores. En 2002 se llevó a una Libia bajo el yugo de Muamar el Gadafi; en 2014 y 2016 se celebró en Catar, foco de polémica por la falta de garantía del cumplimiento de los derechos de los trabajadores que levantan los estadios para el Mundial de 2022; en otras dos ocasiones, el encuentro se ha celebrado en Estados Unidos (1993 -primera vez que salió de Italia- y 2003), así como otras tres en China (2009, 20011 y 2015). En total, dieciséis ediciones se han jugado en Italia y nueve, contando la que acontece, fuera. En resumen, la Supercopa de Italia ha aterrizado donde aparecía el mejor postor. Esta vez 7 millones han valido más que el derecho de igualdad. Hoy, 1970 queda muy lejos.