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Sin vértigo en el acantilado

Contador olvida la crisis de Ézaro y entra de la mano del resto de favoritos en la cumbre de Teixido, que conquista Lilian Calmejane y coloca líder a Atapuma

Sin vértigo en el acantiladoEFE

Bilbao - En el ventanal de los acantilados más altos de la Europa continental, asomados a las playas de arena negra, todos se sostuvieron sin balbuceos ni tembleques. No hubo vértigo ni mal de altura en el Mirador Vixia de Herbeira, en San Andrés de Teixido, donde Contador, agrietado en Ézaro, en crisis, deshidratado, se repuso. “Las sensaciones en esta etapa han sido normales, no súper. Ha sido una subida complicada porque pegaba mucho el viento”, sostuvo el madrileño, al fin en la misma manecilla que Froome, Quintana, Valverde y Chaves. Restañadas las heridas de la crono por equipos y de Ézaro, donde el corazón se le inflamó hasta las 200 pulsaciones, el madrileño accedió en hora a la ventosa cumbre. Contador entró por la misma puerta por la que asomaron Froome, Quintana y Valverde, otra vez compartiendo eslabones de la cadena dorada. Un día antes, Contador tuvo que colarse por la gatera: agachado, huyendo del sufrimiento. En la panorámica llegada de Vixia de Herbeira, otra postal magnífica, el madrileño respiró profundo. Al fin una onza de esperanza que paladear en la amargura de la Vuelta.

Desde las alturas, limpio el cielo, azul, sin nubes que le mancharan el pantone, observó el horizonte Alberto Contador con cierto optimismo. “Espero ir a más con el paso de los días”, anunció el madrileño. Rubén Fernández fue a menos. “La idea en esta etapa era perder el líder”, matizó Valverde, portavoz del Movistar. Al líder le desabrochó la casaca roja el esfuerzo del día anterior, cuando corrió sin bridas. Potro salvaje. Ingrávido en Ézaro, cayó a plomo en los arisca subida, tendida pero abierta al aire la terraza. Sin contraventanas, el viento se llevó la ilusión del murciano para posarse sobre Darwin Atapuma, nuevo líder de la carrera, dispuesto a defender su sueño con energía. Ese nutriente impulsó el desconocido estandarte de Lilian Calmejane, un joven francés, ganador sorpresa del día al rasgar la fuga que serpenteó por los acantilados. “En el último tramo me aproveché del hecho de ser desconocido, hubo menos control y me pude beneficiar”, apuntó el francés.

Al hito geológico, que mira a la mar por encima del hombro, los favoritos llegaron con filo y vocación de esgrima. Movistar, Sky y Tinkoff se estrujaron para colocar a sus líderes en los asientos de primera clase. Vigilancia extrema. Hasta lo obsesivo. Con anterioridad Nairo Quintana se adhirió a la cola de Froome cuando el británico se fue a reponer líquidos al coche de Sky. Atracción fatal. Quintana persiguió a Froome, que iba escoltado por algunos de sus pretorianos. Camino de la montaña todos abrieron los ojos y activaron el radar. Jonathan Castroviejo se encaramó a la cabeza para dar ritmo a una subida veloz. El Sky respondió con Peter Kennaugh, un exlíder para darle cierta tensión a la narrativa. La Vuelta acumula exlíderes. El rojo es un color efímero. Cuatro días, cuatro identidades diferentes. Kennaugh avivó el fuego y se quemó Rubén Fernández. Otro ex para la lista.

valentía Por delante Calmejane, efervescente, se descorchó. “Quien no arriesga no gana”. El mantra de los valientes en la cabeza. Champán francés. Indetectable por su anonimato, el galo avanzó con determinación y la sensación de ser invencible. Clavó la mirada al frente y olvidó a sus perseguidores, tipos del tallaje de Atapuma, Rolland o De Gent, partícipes de una escapada de veinte efectivos. Calmejane les vacunó uno a uno. A sus espaldas, la etapa se medía en centímetros y en miradas bizcas, las de control, esas que vigilan con disimulo y sin torsiones de cuello. Con el viento partiendo la cara al que la ofrecía, los favoritos firmaron un armisticio. Misión de paz. En una subida propicia para los acelerones, se impuso la calma de los peregrinos que visitan la capilla de San Andrés, un santuario al que según el dicho popular vai de morto quen non foi de vivo (va de muerto quien no fue de vivo). O sea, que se ha de visitar sí o sí. No hay escapatoria. O mar o acantilados. Los que estaban allí querían llegar vivos, de una pieza, que nunca se sabe con los tradiciones, menos si cabe en tierra de meigas, que haberlas haylas.

Cuentan que los romeros que emprendían el camino hacia el templo que escala los formidables acantilados acostumbraban a lanzar una piedra en los túmulos que se encontraban a ambos lados de la ruta de peregrinaje. La leyenda narra que esas piedras “hablarán en el Juicio final” para decir qué almas cumplieron con la promesa de ir a San Andrés. Calmejane fue el primero en lanzar la piedra. Pero no escondió la mano. La mostró. Con ella señaló el cielo, en memoria de Romain Guyot, compañero fallecido el pasado mes de marzo al ser atropellado por un camión. Guyot también estuvo en San Andrés. Otra pedrada y Atapuma se vistió de rojo. Los favoritos, Froome, Quintana, Chaves, Valverde y Contador continuaron con la tradición. Lanzaron las piedras a la vez para dar constancia de su llegada al santuario que gobierna los acantilados, donde no hubo vértigo.