bilbao. El Bilbao Basket, sus jugadores y cuerpo técnico, encontraron ayer un par de horas de paz dentro de los tiempos convulsos que les están tocando vivir. Las encontraron, evidentemente, sobre la cancha, el lugar en el que se expresan los artistas y los obreros de este deporte llamado baloncesto, donde se encienden los focos y el trabajo se convierte en juego y competición más allá de cuentas, deudas e incertidumbres varias que enturbian las mentes e inquietan los ánimos hasta provocar hartazgo. Se pusieron el mono de trabajo los hombres de negro con ese orgullo y esa profesionalidad que quedan fuera de toda duda, cargaron al hombro pico, pala y dinamita e hicieron saltar por los aires, sin ningún tipo de piedad ni miramientos, a un endeble Panionios que acabó siendo un muñeco en sus manos, absolutamente abandonado y a la deriva salvo las andanadas individuales del enérgico Errick McCollum ante la ausencia de actores de reparto con algo de fuste dispuestos a secundarle. Sin el concurso del capitán Álex Mumbrú, en barbecho por unas molestias de rodilla, los de Rafa Pueyo cobraron rápidamente ventajas en el marcador, fabricaron la rampa de despegue hacia la paliza en el segundo cuarto (40-30 al descanso) y a vuelta de vestuarios aniquilaron a los griegos subidos a lomos de un parcial de 20-1 que lideraron a toque de corneta Fran Pilepic, certero con su muñeca, y un desatado Roger Grimau que hizo todo lo que quiso, y más, ante un rival con demasiadas vías de agua como para evitar el naufragio.
Seriedad, orden, aplomo, energía sin reservas y acierto fueron los ingredientes de la suculenta receta utilizada por el Bilbao Basket, intachable desde el primero hasta el último de sus trabajadores a pie de obra, para imponer su abrumadora superioridad, tanto individual como colectiva, ante un cuadro heleno absolutamente romo y desganado que decidió desenchufarse del partido en el tercer cuarto cuando comprobó que el oleaje en contra era intenso. No puso demasiado sobre la cancha para que aquello no acabara convirtiéndose en un tsunami mientras la afición local vitoreaba y agradecía la actitud de sus jugadores, se entretenía pidiendo minutos para Mamadou Samb y Sergio Sánchez -los tuvieron-, pero tampoco se olvidaba de mostrar su enorme preocupación, hartazgo más bien, ante la complicadísima situación por la que atraviesa el club. Por primera vez desde que arrancara la singladura del Bilbao Basket se escucharon en el pabellón gritos de "Arrinda vete ya" entonados por parte de la afición. Llegaron principalmente desde los dos fondos del Bilbao Arena en los 90 segundos finales de cada una de las dos partes y se hicieron notar, aunque también hubo otras protestas más individuales y fugaces. Pero lo que de verdad atronó en Miribilla fue el tradicional "Bilbao Basket, Bilbao Basket" en honor de los que en cancha se batieron el cobre hasta el bocinazo final.
En eso sí que hay unanimidad por parte de la grada. Y la hay porque el equipo, una vez más, ofreció motivos para que así sea, porque afrontó la cita con la seriedad y el aplomo que la situación requería y porque esa actitud no varió ni siquiera cuando las rentas superaron con holgura los 30 puntos. Se defendió como si el marcador estuviera equilibrado, se atacó como si cada canasta fuese un tesoro y se luchó por cada balón dividido como si no existiera el mañana. Y así, desde el primero hasta el último, con las punzantes penetraciones de Grimau, los tiros de Pilepic, los bailes de Gabriel a los pívots rivales, la intensidad desbocada de Hervelle, la energía de Bertans... Todos se llevaron su reconocimiento y todos agradecieron al público su calor. Aliento recíproco en tiempos de necesidad. Merecido.
Desde el arranque La superioridad del Bilbao Basket con respecto al conjunto griego fue plausible desde el salto inicial. El contundente 9-2 con el que se inauguró el marcador fue solamente una declaración de intenciones, un esbozo de lo que estaba por llegar. Cierto es que el Panionios se aferró a la pólvora de McCollum y a un par de errores de los anfitriones para conseguir que el primer cuarto transitara equilibrado (21-19), pero estaba claro que su intención de hacer la goma no iba a tener demasiado éxito. De hecho, se rompió en los cinco primeros minutos del segundo acto, mientras el pequeño escolta estadounidense cargaba oxígeno en el banquillo. Un parcial de 11-2 en cinco minutos hizo que las ventajas locales superaran los diez puntos (32-21) y el intento de aferrarse al duelo con uñas y dientes de los helenos se evaporaba por momentos.
El 40-30 en el ecuador de la contienda pintaba un panorama magnífico y el Bilbao Basket no dudó a la hora de lanzarse a la yugular rival. Regresó de vestuarios con la mirada del tigre, sin intención de hacer prisioneros y arrolló a un Panionios que ni siquiera tuvo tiempo de ver por dónde le llegaban los golpes. Lanzó Gabriel los primeros derechazos, luego se le unió la pegada lejana de Pilepic y cuando Grimau decidió unirse a la fiesta aquello saltó por los aires. Del 47-35 que ya era todo un tesoro se pasó a un 67-36 con el catalán dominando todo lo que acontecía en cancha sin miramientos. Imparable. Enfurecido. La defensa no escatimó esfuerzos, los ataques no perdieron fluidez y el 69-39 dibujó diez minutos finales de absoluto trámite, con McCollum engordando estadísticas en el bando visitante y los locales liberándose de la tensión que lleva implícita una situación tan ingrata como la que les está tocando vivir. Markota tuvo tiempo para gustar y para gustarse, Vrkic hizo de la ominipresencia su principal virtud, Samb y Sergio Sánchez tuvieron minutos de actividad y el público aprovechó para expresarse. Algunos arremetieron contra el máximo accionista del club, a otros no les gustó la protesta, pero todos coincidieron cuando se gritó "Bilbao Basket, Bilbao Basket". Porque eso es lo que a todos les importa, el Bilbao Basket y su futuro.