bilbao. Casey Stoner es un tipo acostumbrado a una vida cambiante. Es un nómada. Así se crió, persiguiendo los circuitos del mundo con la casa a cuestas. Sin más techos que el de una autocaravana que era el hogar familiar después de vender las propiedades en Australia y hacer las maletas. Manta y carretera. Los padres de Casey vieron en él un futuro campeón y decidieron cumplir su ilusión de piloto profesional. No se equivocaban esos ojos paternos, clínicos como los del más preciso cazatalentos. Esta forma de supervivencia detrás de un sueño le permitió al australiano ser diferente a los demás, siempre abrazado a la modestia, a la humildad. Le mostró lo que cuesta estar en una parrilla del mundial de motociclismo, así de rudo es, aunque, dicen, simpatiquísimo detrás del box, cuando aparca la seriedad. Pero además, ese errante modus vivendi le educó en otros aspectos. Le enseñó a ser amoldable. A los climas, a las humedades, a las costumbres, a las gentes y sus moradas. Ayer demostró que es un guante para las circunstancias. El australiano es seda. Lo fue en Ducati, lo es en Honda y también ayer. Tiene trasero sensible el buen chico de Southport.

Bajo la lluvia de Gran Bretaña, la de ayer fue una victoria heroica por lo destacado sobre los rivales y la seguridad en la ejecución de la misma. Stoner es tan riguroso, tan exigente, que no da concesión el día que es superior. No hay sombras que oscurezcan sus mejores jornadas de trabajo. Sus obras son perfectas. Si bien, la caída de Jorge Lorenzo, que cedió el liderato al australiano, es el punto de inflexión del Campeonato. Un golpe de efecto al Mundial que devuelve la justicia a la lucha por el campeonato, reflejando las verdaderas diferencias entre las Honda y las Yamaha. Justicia porque tanto Pedrosa como Stoner habían sufrido caídas por causas ajenas que le permitían a Giorgio, que se precipitó por ambición, sostenerse en la cabeza de la clasificación, temblando, porque la evidencia es que Stoner está por encima del resto a estas alturas de temporada. Y lo peor para los demás es que el australiano apenas lleva meses en la casa nipona y cada día que pasa su acoplamiento es mayor, incluso penetrando ya en el corazón de los mandamases. Y es que Honda no firmaba tres victorias seguidas desde 2003, con Rossi. Demasiado.

Lorenzo fue un espejismo. Su salida fue la más precisa, pero fue efímero el mallorquín después de un susto que le relegó el resto de su carrera a la tercera plaza. Delante, Dovizioso arrebató momentáneamente la primera posición a Stoner, pero este no tenía día para la juerga y completado un giro a Silverstone se olvidó del resto. Se puso a segar en la cortina de lluvia. En esos compases iniciales, Rossi, que cayó en la salida hasta el anteúltimo lugar, rodaba 5 segundos más lento que la cabeza de carrera. Remontaba con ímpetu, pero era vergüenza tifosa.

Simoncelli fue el primero de la cabeza de la carrera en padecer el descontrol al que invita la lluvia. Aunque fue un amago. Lorenzo, sin embargo, fue presa. "No he esperado mi momento". Rodando en la tercera plaza y en pleno crecimiento de su confianza, la rueda trasera le abandonó, patinó y la Yamaha le escupió por los aires. Ahí quedó cortada la impresionante racha del mallorquín de 25 carreras calificando entre los cuatro primeros. Entonces, Stoner rodaba a cuatro segundos. Con la caída de Spies poco antes, Edwards, 37 años de historia, pasó a ser el máximo representante de Yamaha y terminaría tercero, adalid de la épica, pues una semana atrás fue operado de su clavícula con la inserción de trece clavos. Otra pasta.

Con la caída de Simoncelli en la vuelta diez, ecuador de la prueba, mientras este se fajaba por la segunda plaza con Dovizioso, el espectáculo quedó censurado. Pereció la emoción. Stoner levantó la rueda de su Honda, alzó el brazo, acarició el carenado y más de un minuto después, en sexta posición, Rossi pasó sexto por ese mismo punto, el de meta. Cómo cambia la vida.