Los héroes de Zomegnan
Evans y Vinokourov desatan una batalla dantesca disputada sobre el barro de las "Strade Bianche"
bilbao. "El ciclismo necesita algo nuevo, y los corredores, motivación".
Angelo Zomegnan, el cuarto en la dinastía de santones del Giro de Italia, heredero de la batuta de Cougnet, Torriani y Castellano, soltó la sentencia como preludio de su gran creación, una prueba anacrónica que rescataba el ciclismo viejo de carreteras descarnadas y polvorientas: la Montepaschi Strade Bianche, la Eroica, clásica primaveral de poso añejo creada en 2007. Buscaba Zomegnan algo tan simple como añorado en el ciclismo: ciclistas legendarios, hombres hechos de otra pasta. Los encontró ayer, sobre las Strade Bianche de la sobrecogedora Toscana, en Montalcino, ciudad fortaleza encaramada a una colina hasta la que fueron trepando uno a uno ciclistas sucios, engullidos sus coloristas maillots por el lodo, hombres envejecidos en una sola jornada, rostros arrugados, ojos desvanecidos, almas barrenadas... Los héroes de Zomegnan.
Afloraron en el Giro de Italia, la carrera diferente. No la mejor, sino diferente. Por hermosa. Por dantesca cuando combinan los imponderables. Como en aquella antológica etapa en el Gavia, en 1988, bajo un vendaval de nieve. Como ayer en las Strade Bianche de la Toscana, pistas asfaltadas de tierra y piedras, polvo blanco que era barro que engordaba la lluvia cuando el Giro se asomó a ese paisaje sobrecogedor, estalló en mil pedazos y se trasladó a otro siglo.
A la época del ciclismo de forja. La circunstancia sublimó las cualidades de los ciclistas rudos sobre los estilistas; el coraje, la garra, la fuerza bruta se impuso al virtuosismo delicado; la lija a la seda. Se rebelaron los duros, los hombres de hierro. Evans, que ganó la etapa en un sprint bestial, y Vinokourov, que recuperó la maglia rosa tras desplegarse portentoso durante 40 kilómetros infernales, "más duros que en la Roubaix", sobre Nibali y Basso, al borde del precipicio el dúo italiano, en el límite del descalabro al perder dos minutos el primero y cinco segundos más el segundo. "Ahora sólo nos queda pasar al ataque", se conjuraba el capitán del Liquigas. O sobre Carlos Sastre, tercero en el pasado Giro, candidato serio a la victoria y rebozado en el barro en la meta de Montalcino, empequeñecido, arrinconado tras una caída antes de adentrarse en el barrizal -la misma que alcanzó a Nibali y la mitad del equipo Liquigas- y abatido después de que una monumental pájara a 8 kilómetros de meta le noqueara definitivamente. El abulense está, sin haber tocado la montaña, a años luz del líder kazajo, a 7:06. "Está difícil, pero todavía queda mucha carrera", confiaba Sastre, que se lamía las heridas en Montalcino deseándose una urgente recuperación.
Tendrá que ser para hoy, pues llega el primer final en alto, el Terminillo que roza los 1.900 metros de altitud en los que la lluvia, dicen las previsiones, será nieve. Otra prueba de fuego para los héroes de Zomegnan.