No podría haberse editado en mejor momento Antineutral. Música y economía moral en la era del Turbocapitalismo (Liburuak). El ensayo, firmado por el músico, locutor y activista Pepo Márquez, asistente al BIME la semana pasada, coincide con la polémica de la entrada de los fondos de inversión en los festivales musicales, lo que, en su opinión, “tiene efectos devastadores” en desigualdad, sostenibilidad ambiental y social, y potenciación de los beneficios empresariales.

 “La música se ha convertido en una competición, todos contra todos”, explica Márquez, que defiende “una economía moral” y aboga por la creación de un sindicatos de músicos y acciones de boicot y movilización de cara a crear un sistema más justo dentro del sector en la actualidad. 

El ensayo Antineutral es “la pequeña bomba” que inaugura Buruhauste (quebradero de cabeza, en euskera), la nueva colección de ensayos de actualidad para “mentes no domesticadas” del sello vasco Liburuak. Su autor, que indaga en “las turbias conexiones financieras en la industria musical, instando a la reflexión ética y política”, indica que es “un texto lleno de rabia, pero también de esperanza”. 

Contextualizando y resumiendo: la industria de la música, especialmente los macrofestivales, están en manos de las élites económicas, protagonistas de “un proceso de financiarización” de “efectos devastadores”, escribe Márquez, lo que se traduce en “desigualdad, la penalización de la sostenibilidad ambiental y social, y el descenso de los beneficios culturales y simbólicos en favor de los empresariales”. 

“La música es sexy para el gran dinero”, explica Márquez. En el Estado, de 2023 a 2024 creció un 25% la música en vivo, y entre 2015 y 2024 casi ha cuadruplicado su volumen de negocio. Siguiendo con más cifras, existen en torno a un millar de festivales musicales en el Estado, adonde se dirige el capital tras el descalabro de la música grabada. “¿A costa de quién, ha mejorado las condiciones de los actores: artistas, empresas y público?”, se pregunta. Él mismo se responde: a costa del enriquecimiento de fondos de inversión como KKR.

En algunos festivales

Este fondo, vinculado a festivales españoles como Primavera Sound y Sónar, está ligado a empresas que desarrollan tecnología usada por Israel en el genocidio palestino, en su política expansiva con los asentamientos ilegales en Gaza o en IA militar. “Contribuyen a la violación del derecho internacional y a un blanqueo simbólico. La cultural no es neutral, ni estática”, escribe Márquez, músico en The Secret Society.

Márquez defiende “el poder simbólico de la música”, ya que refleja la sociedad, la interpreta, la contesta y, en ocasiones, hasta la transforma. “Nunca se ha generado tanto dinero y nunca ha estado en tan pocas manos. ¿Consecuencias? El gran hueco entre los superventas y el resto de músicos, y entre las empresas que se dedican a la música en directo. Se genera muchísimo dinero, especialmente después de la pandemia, y las hay que solo sobreviven mientras otras se han hecho millonarias”, apostilla.  

Sindicalismo y boicots

Dado que los festivales “son actividades extractivistas y que la música se ha convertido en una competición alimentada por métricas externas como las redes sociales y las escuchas en las plataformas”, Márquez aboga por la creación de un sindicato del sector. “No es un lujo, ni una opción romántica, sino una necesidad estructural para equilibrar este mercado que favorece a quienes tienen el poder. Y debe ser vivo, ágil, digital, inclusivo y cooperativo, hablando del presente y del futuro”, según el músico y escritor.

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Márquez también defiende la realización de huelgas, boicots y movilizaciones como respuesta a la situación actual, ya que son “movimientos pacíficos y legales normalizados en otros países y sectores”. Y busca implicar tanto a los artistas -“la precariedad laboral les impide mostrar un posicionamiento ético con total libertad”, escribe- como al público que acude a los festivales, cada vez más “actos sociales y experiencias” que escaparates musicales. “Su rechazo incidiría en el consumo y, por tanto, en los ingresos”, apostilla. 

Finalmente, también se muestra crítico con la entrada de capital público en la organización de festivales, para “vender la internacionalización de las ciudades” donde se celebran y fomentar el turismo. En su opinión, para evitar la instrumentalización institucional propone varias medidas: cláusulas éticas para las subvenciones culturales; la transparencia corporativa de las empresas; modelos alternativos con festivales independientes y la evaluación de su impacto social, no solo económico.