A pesar de que con sus canciones, las propias y las de su anterior dúo Pereza, ha expuesto diferentes vertientes del rock a las generaciones más jóvenes del Estado en las dos últimas décadas, el madrileño José Miguel Conejo (abril de 1980), verdadero nombre de Leiva, tiene mala prensa entre los aficionados indies, quizás porque llena pabellones, como sucede también con Coque o Amaral. Melómano irreductible, acaba de publicar el que es ya su sexto disco de estudio, Gigante (Sony), un álbum que presentará el 14 de junio en el BEC de Barakaldo, que tiene su cima en una colaboración con Robe Iniesta y en el que se muestra maduro, confesional y vulnerable… pero orgulloso de su supervivencia.

Tuerto desde la niñez por un disparo de perdigones de un primo, Leiva parece un insecto desnudo y un señor elegante cuando se viste de traje y corona este con un sombrero. El exPereza empezaba a repetirse hasta que dio un giro a su música y a su carrera con la publicación de Cuando muerdes el labio, su disco anterior, en el que grabó duetos con cantantes femeninas como Natalia Lacunza, Natalia Lafourcade, Ely Guerra, Daniela Spalla, Gaby Moreno, Zahara, Nina de Juan o Tulsa.

Portada del disco. DEIA

Aquel aire fresco prosigue en Gigante, el sexto disco de este músico que puede jactarse de contar con dos Goyas, uno compartido con su colega Sabina, con quien tiene ya mediado un próximo disco del jienense. Su repertorio actual se ha grabado a medias entre Madrid y Texas, en los célebres estudios Sonic Ranch de la ciudad fronteriza de Tornillo y ligados para siempre a clásicos de Fiona Apple, At The Drive In, Arcade Fire, Big Thief, Waxahatchee…

Grabación en analógico

Allí, grabando en analógico, tocando juntos y mirándose a los ojos, disfrutando del error y dando la espalda a las ventajas que aporta lo digital, ha grabado un disco que se erige con orgullo en el rock clásico, valiente, sin prejuicios y totalmente confesional. Una fotografía sonora y escrita que en su casi una hora de duración –catorce canciones nada menos, lo contrario de lo que pide hoy en día el mercado– lo mismo emula a los Zeppelin que a Petty, Lou y los Stones que remite a Nirvana, Cecilia y Sabina, grabado mayoritariamente por él mismo, aunque con el apoyo de colegas como Carlos Raya y Adán Jodorowsky, César Pop, Nino Bruno, su hermano Juancho o Esmeralda Escalante, de Ainda.

Canciones

‘Gigante’ Percusión poderosa, un riff de guitarra y otro de teclado que atufan a clasicismo setentero, con armónica final y ecos r&b. Temblor eléctrico y gigante que rima con rencor. Con la perspectiva de un dron se desnuda al cantar “acostumbrado a estar en un estado de shock” y al hablar de problemas de voz y soledad. Y deja un verso para el recuerdo: “todo el mundo cree en Dios cuando se agita el avión”.

‘Bajo presión’ Poderoso bajo para un medio tiempo con coro infantil y dúo femenino, en la onda de su trabajo anterior. Un tema en el que aparecen la indecisión, anfetaminas, el autocontrol, el cruzar la línea o no. Estados de ánimo a ritmo de pop, una historia de redención y reconstrucción –obligada la agonía– con guiño a la argentina Chechi de Marcos.

‘Ángulo muerto’ Baladón con ecos de Sabina sobre una chica que “me quiso de verdad”. Era perfecta, fallida y fugaz, como “la fuga del Chapo”. Con ‘slides’ country y un final de electricidad rock pero corazón enredado en el blues, el dolor y la supervivencia: “no me des más por muerto, solo llevo un disparo en el ala”.

‘Ácido’ Rock con un arranque vocal reflejado en la grandilocuencia coral de Queen con otro verso inolvidable: “puedes tenerlo todo, menos lo más importante”.

‘Caída libre’ Presente y ya historia del rock en castellano. Con Robe se asoma al precipicio de la depresión. Habla de remontar el vuelo, del ruido mental, del griterío de los pensamientos, el cansancio de avanzar hacia atrás y de la asunción de la enfermedad –“ya no me reconozco y me importa muy poco”– en clave acústica. El verso “hasta las moscas me pasan de largo, será que algo les huele mal” es puro Robe, y otro, “hay un millón de muebles que mover y no sé detrás de cuál está lo que he perdido”, es una metáfora ajustada de la depresión.

‘‘El polvo de los días raros’ Otra confesión sobre el vértigo y la angustia, cuando sientes deseos de “mendigar un simple abrazo” tras una ruptura. “La ciudad huele demasiado a ti” canta mientras va creciendo en intensidad eléctrica y vocal, con coros y guitarras distorsionadas.

‘‘Leivinha’ “Maníaco, inestable, obsesivo y currante/hiper aprensivo, ensimismado y leal/unas veces me doy tregua, entro en pánico antes de salir a tocar/nunca me sentí a la altura de esos focos deslumbrantes”. Autorretrato mecido por aires de bossa en su arranque, luego ritmo casi funk–disco y con una bellísima trompeta final. El síndrome del impostor, el exceso del alcohol, la nostalgia de “las sensaciones de antes” y su deseo de “invisibilidad”.

‘Nueva misión’ Balada típica en crescendo con uso del falsete. “Ya no sé quién está al mando en esta nueva misión”, más falta de control: “me deslizo por mi lado más dark probando mil terapias de shock”.

‘Cometas y estrellas’ Medio tiempo que vuela sobre el ritmo de sus habituales coros. Es su adaptación del ‘Brilliant Disguise’ de Springsteen: “no me parezco en nada a lo que pensáis, soy un reflejo demasiado vulgar de mi mundo de cometas y estrellas”.

‘Shock y adrenalina’ El riff es puro Lou Reed, un calco del ‘Sweet Jane’ de la Velvet, conciso, monolítico y chulesco. Se confiesa como “la golosina de su psicoanalista aunque brillara en el medio de la pista”. Lejos de hacerse la víctima, rescata al final la voz femenina con guitarras wah wah.

‘Cuarenta mil’ Descarada invitación al baile sobre un colchón de teclados y pianos soul.

‘Barrio’ Emotiva carta de amor a los colegas, las calles, aquella sidrería, las tribus, los riffs de los Zeppelin, el fútbol, su grupo Buenas Noches Rose y el extrarradio madrileño de su barrio, Alameda de Osuna: “mi escuela, mi origen, mi bandera”. Trasmite, antes que nostalgia o impostura, respeto y cariño hacía un tiempo donde todo estaba por hacer y descubrir. “Se escapan los años… siempre llevo en la cabeza a la gente del barrio”. Otra cima, con ecos de rock blues.

‘Cortar por la línea de puntos’ La más dura, adrenalínico rock de guitarras aceradas con programaciones que camina entre el nihilismo y el disparo a bocajarro: “a solo un clic de la demolición/noto adrenalina como un batallón”.

‘Nevermind’ Curioso guiño al disco homónimo de Nirvana aunque se abre con una cita a ‘Lucy in the Sky With Diamonds’ de The Beatles. Suena a pop indie de los 60 y 70, inspirado por Jeanette e interpretado al modo de un ‘crooner’ latino: “quise responderte con una escena de amor gigante”, se despide.