Helena Taberna empezó tarde en el cine, ni siquiera soñaba con ser cineasta, uno de los techos de cristal más difíciles de romper para las mujeres. Fue cuando comenzó a recibir premios cuando pensó que igual tenía talento y se decidió probar en el mundo del cine, según ha confesado en numerosas ocasiones. Desde entonces, ha llevado a la pantalla largometrajes como Yoyes, Nagore, Varados, Acantilado o La buena nueva.
Nosotros, su última película – actualmente en los cines–es la historia de una pareja, con sus luces y sombras, a lo largo de una década. Protagonizada por María Vázquez y Pablo Molinero, está basada en la aclamada novela Feliz Final de Isaac Rosa y está rodada en Bizkaia. El filme reconstruye la historia de un gran amor empezando por su final, la ruptura. Una pareja corriente que, como tantas, se enamoró, vivió una ilusión, tuvo una hija, se esforzó para no rendirse y acaba sucumbiendo al deterioro de la relación. Nosotros está llena de matices, de detalles, es una cinta para disfrutarla y para reflexionarla. “Lo que más me gusta que pase con mis películas es que la gente reflexione sobre ellas después”, confiesa la cineasta.
¿Por qué eligió rodar en Bizkaia?
—Además de las ventajas fiscales, están los parajes increíbles y la facilidad de aprovechar una industria técnica muy interesante. En mi película, Bilbao no tenía que ser Bilbao porque he tratado de hacer una historia universal sobre cómo funciona el amor en las parejas en el mundo occidental. Por eso he elegido esos elementos de la ciudad, que no son del todo reconocibles para el que no es de aquí y, sin embargo, tienen una gran belleza. Es como mi ciudad deseada, con una gran potencia visual, con ese metro, al que yo le llamaba la culebra, del que me enamoré totalmente, y por otro lado, con multicines pequeños y librerías pequeñas. Una gran ciudad que mantiene los elementos cálidos, que me parecían importantes para contar una historia de amor.
Pero ‘Nosotros’ no una historia de amor al uso.
—Muchas veces no tenemos tiempo para pensar que ese amor grande que apareció en un momento va deteriorándose con las pequeñas cosas de la vida cotidiana. La película tiene aliento poético, la idea era narrar una historia sencilla de una pareja sencilla, pero otorgarle la trascendencia propia del amor.
La película lleva ya un mes en el cine. ¿Cómo está siendo la recepción por parte del público?
—Me está gustando mucho porque se está viendo en profundidad. Tenía miedo porque se banalizan tanto las cosas que hemos olvidado la reflexión, es como si se hubiera perdido. Pero con esta película, la reflexión es obligatoria. El público sale del cine haciéndose preguntas y dedicándole un tiempo al filme. Estoy viendo cómo los personajes son tan como nosotros, las vivencias son tan genéricas, que inmediatamente el espectador entra a hacerse preguntas. Durante el rodaje, iba pensando en las pausas que iba a dejar para que las ocupaseis vosotros como espectadores y que tracéis en vuestra propia biografía. Eso es lo que más me puede gustar que pase con mis películas, que la gente reflexione sobre ellas después.
¿Cuál es la tesis de ‘Nosotros’?
—Si el amor romántico ha sido una mentira, igual tenemos posibilidad de crear otro en la convivencia, mimándonos, cuidándonos más, incluso cuando se termina el amor, teniendo una mirada más dulce sobre ese final, recordando lo bonito del principio, en lugar de echarnos la culpa. La tesis de la película es clara, el amor existe, el amor se acaba y no hay culpables. De los mayores errores que cometemos ahora es quedarnos con el rencor del final, creyendo que la otra parte es la culpable.
A los escritores no les suele gustar ver sus novelas en la gran pantalla. ¿Cuál ha sido la impresión de Isaac Rosa de ‘Nosotros’?
—Ha comentado que llegó al final sacudido, emocionado y convencido de que no, no hemos visto todas las películas de amor. No nos han contado así la manera en que nos amamos y desamamos en nuestro tiempo, que es la misma desde hace siglos y a la vez muy diferente y desconcertante. Ha sido muy bonita la experiencia, incluso la gira que hemos hecho juntos de promoción con el cine y la literatura como dos espacios reflexivos. Dentro de la crisis que está teniendo la cultura, uno de las problemas es que no se tiene en cuenta que el cine no tiene la misma vida que la literatura. Dentro de poco, tendremos que plantearnos crear espacios como las bibliotecas públicas pero en filmotecas públicas en los barrios para que el cine, como elemento reflexivo, no desaparezca.
Los cines proyectan sobre todo comedias o thrillers...
—Efectivamente, noto que falta el cine independiente, los americanos hacen muy bien los thrillers y las series, pero donde hay que apostar es por un cine de calidad. Un cine que abra nuevas fórmulas de contar, que se atreva, como yo he intentado hacer con esta película, abordando una narrativa diferente. He buscado una estructura diferente, funciona como la estructura del recuerdo, que en un momento te hace recordar algo muy bonito y, al minuto siguiente, un episodio penoso. En la convivencia existen luces y sombras y yo quería contar las dos cosas porque el cine frecuentemente ha mostrado solo las luces o solo las sombras de la pareja.
La película comienza con un homenaje a Rossellini...
—Fue el primer director que habló de una crisis de su propia biografía cuando con Ingrid Bergman hizo la película Te querré siempre. El estreno fue fatal en Roma pero en los años después de la Nouvelle Vague decían que todo el cine había envejecido diez años después de esa película tan moderna. Tiene esa capacidad de conmover, que es lo que yo veo que está pasando con mi película, me parece muy emocionante que le toque a la gente en zonas especiales, en el alma, porque si no, lo poético se nos escapa también en la vida. La cultura puede ser la única manera de alimentarnos con todo lo que está cayendo en todo el mundo, las guerras, la vuelta a la extrema derecha, la falta de pensamiento...
Helena Taberna nunca se ha plegado al cine comercial.
—Nunca y con el tiempo voy viendo que tengo razón. He sabido siempre que a los seres humanos nos importa a todos lo mismo, a nadie le disgusta una película si es buena y le da alimento al pensamiento. A mí me importa mucho el espectador.
Además de presentar su película, acaba de recibir el premio Silver Film que se ha celebrado en Bilbao. ¿Qué significa para usted este premio?
—Decía una actriz argentina el otro día que los premios son un abrazo, entonces, ¿a quién no le gusta un abrazo? También es cierto que sabes lo aleatorio de los reconocimientos porque siempre hay un elemento de suerte en ello. Y sí, es cierto que ha habido y sigue habiendo en mí un esfuerzo por contar cosas a la gente, pero creyendo en su inteligencia. Me parece irritante, y yo como espectadora no soporto, el cine que trata al público como si fuese menor de edad o si le tuviese que adoctrinar. En todo caso, suelto las cosas que a mí me abren preguntas para abrir preguntas al espectador de una manera atractiva.
Siempre le ha interesado el cine no solo como memoria, sino especialmente como memoria de la mujer. Además, ha luchado por la visibilidad de las mujeres en esta industria.
—Estoy muy contenta de coincidir y estrenar películas con esta nueva generación de cineastas vascas. Ya nos ha hecho falta tiempo poder visibilizar nuestro trabajo porque nos ha faltado también apoyo en muchos casos. ¿Dónde han estado los festivales para estrenar películas de mujeres? Hemos tardado mucho, porque el talento siempre ha estado ahí. La mitad de la población ha tenido que tener por fuerza talento y yo he peleado no solo por mí, sino por mis compañeras. Me hubiera gustado que hubiera habido en mi momento mayor número de mujeres directoras, y por eso fui una de las impulsoras de la asociación fundadora de CIMA, que es la primera asociación de cineastas del mundo. Además, hemos pensado no solamente en las directoras de las películas, sino en las de fotografía y en las de los demás departamentos. Una sociedad que pierde la mitad del talento de la población es una sociedad, cuando menos, poco inteligente.
Este mes se cumplen 25 años desde que se estrenó ‘Yoyes’, asesinada por Kubati a los 32 años, al año de acogerse a la reinserción. Su cine soporta muy bien el paso del tiempo.
—Es cierto que mi cine está envejeciendo muy bien. Yoyes supuso un punto de inflexión en la historia de nuestro país y la película, en otra medida, también. Lo mismo que el cine irlandés ha contribuido al proceso de paz en Irlanda. Han pasado 25 años desde que la estrené y sigue teniendo una gran fuerza.