Jon Aguirrezabalaga vivió de la música durante más de una década con el grupo We Are Standard, que pasó a llamarse WAS posteriormente. Tras su disolución, el músico bizkaitarra se ha labrado una reputación en sus estudios bilbainos de El Tigre como productor reputado entre la vanguardia musical de Euskadi. Parte de esos colegas –Verde Prato, RRUCCULLA, Sara Zozaya y Liam de Full Cab– le ceden sus voces en el disco que acaba de autoeditar como Zabala y bajo el título de No Club. “Es un disco de electrónica, pero pop, no enfocado a la pista de baile”, explica en esta entrevista. “Zabala el sitio de mi recreo y experimentación”, apostilla este músico al que ha alabado hasta Laurent Garnier.

¿Cómo surge ‘No Club’? No habrá sido fácil centrarse en su propia música.

Parte de los temas son de 2018 y no conseguía sacar dos meses para acabar el álbum. Finalmente, el año pasado guardé de noviembre a enero para mí, compuse temas nuevos, rehice los antiguos, los mezclé todos, grabé las colaboraciones y lo acabé en febrero de este año. Y luego hice el máster en Barcelona con Alex Ferrer.

¿Qué esconde el título, que no es un disco para bailar como tal?

Me volví loco con él y estuve a punto de llamarlo Lp, sin más. Con la foto de las sillas vacías de la portada me vino lo de No Club. Enfatiza que es un disco de electrónica pero no destinado a la pista de baile, es más contemplativa o paisajista.

Incluye pasajes muy etéreos y oníricos, pero sí hay algunos temas de ritmo y beats más marcados, caso de ‘Urtu’ o ‘Crystal’.

Sí, esos y algún otro tiene más groove y un punto casi bailable. Es lo más rítmicamente marcado que he hecho como Zabala.

Por cierto, ‘Crystal’ me remite a WAS, en la etapa de ‘Gau Ama’.

¿Si? Puede ser, yo lo veo en otro lugar, pero estás tan encima que no ves esas relaciones.

¿Busca más la mente que el cuerpo?

Sí, pero sí he intentado que el disco tenga un punto más físico que los anteriores, de tierra y de pegada. Me apetecía mezclar ambas facetas y buscar el hueco. Me gusta esa contraste que se crea entre lo contemplativo y lo físico.

¿No descarta irse al extremo opuesto y grabar un ‘Club’, un disco destinado a la pista de baile?

Este año me lo he planteado seriamente, pero hay algo que me está generando rechazo, como que artistas que me admiro y sigo porque son referencia como Caribou, Four Tet o Floating Points, han publicado discos nuevos y hecho sesiones más destinadas al baile y pienso que han empobrecido su discurso. Suenan más facilones y menos complejos o ricos. Si hiciera algo más destinado al club, sería desde otra perspectiva, algo más personal. Pero bueno… se intentará (risas).

Además de los artistas citados, veo como referencias en el disco también las bandas sonoras y hasta, diría yo, el minimalismo y la música clásica.

Sí, lo que más he escuchado en estos últimos años ha sido clásica: Debussy, Ravel, Stravinsky, Brahms… Empecé con lo más cercano, como Stravinsky, y fui hacia atrás. Y tienes razón, en algunas casos he intentado adaptar elementos cogidos de ellos y aplicarlos a mi música aunque me faltan las herramientas para llegar a su nivel. Me gusta cómo lo hace Aitor Etxebarria y nuestra evolución se podría calificar como paralela. Se trata de hacer cosas nuevas aunque entrar en la música clásica es un mundo inabarcable. Es cuestión de fases, pero solo con Beethoven te puedes tirar una vida.

Lo grabó en El Tigre, en Bilbao, su segunda casa.

(Risas) Menos la masterización, en Barcelona, lo hice todo en mis estudios con la ayuda instrumental de Nerea Alberdi (violín y viola) y de Jaime Nieto, que tocó el bajo en WAS cuatro años y recientemente los sintetizadores con El Columpio Asesino. En el disco toca el contrabajo. Y luego están las colaboraciones vocales de Verde Prato, Liam de Full Cab, RRUCCULLA y Sara Zozaya. Son amigos y, además, les admiro. Pensé en gente de fuera, pero he buscado gente de un entorno cercano. No sé si así suena más familiar. Además de afinidad, había un contacto previo con ellos.

Y siempre partiendo de un escenario ligado al pop y a la melodía ¿no?

Sí, es un disco de electrónica pero bastante pop. Además, venía de un disco más abstracto y denso como Martian civilitation, y me apetecía algo más pop aunque sea sui generis.

Hay una elevada presencia de voces a través de las colaboraciones. ¿Es un deseo de que su música suene más humana?

Va unido a ese deseo de grabar algo más pop. Decidido eso, lo primero que te viene a la cabeza es el uso de las voces como modo de darle más calidez y un contenido melódico a los temas. Me apetecía mucho y esto es como un péndulo: el anterior era un disco totalmente instrumental y frío, y ahora huyo de ello con esa búsqueda de la calidez, las voces y otro tipo de texturas. Ya me estoy planteando volver a lo instrumental en el proyecto siguiente.

Ciudad fría, piel caliente”, canta Verde Prato.

Eso es, en Nire azala, el tema de apertura del disco.

Ese deseo parece ir contracorriente, en un mundo cada vez más digital. ¿Busca huir o enfrentarse a la realidad?

Puede que sí haya algo de confrontación y de deseo de reivindicar otro tipo de música y de forma de entender la cultura, la vida y las relaciones personales. No sé explicarlo bien aún, pero reflexiono sobre el uso de redes sociales, ese ansia de hacer público todo, de exponerlo y amplificarlo. Creo que pierden valor la relaciones, que pueden ser de amistad, amorosas o generadas en el club, en la pista de baile, por el hecho de usar móviles y sacarlo todo a la luz. Les resta algo de valor y de perdurabilidad. Es como huir de la pornografía de los sentimientos.

Curiosamente, al mismo tiempo le da mucha importancia a la imagen.

Las piezas audiovisuales basadas en mi música son básicas, parte del proyecto. Ya había trabajado con Rafa Zubiria y sigo ahora. Su trabajo es una inspiración, como demuestra el tema Urtu, del que le mandé una maqueta sin terminar y él me respondió enviando el video acabado en un 90%. Sobre sus imágenes, rehíce el tema. Hubo una interacción creativa, me pidió otras texturas y melodías. Lo convirtió en algo muy enriquecedor.

Sus videos son muy oníricos.

Sí, tiendo a eso (risas). Mi consumo de cine, música y literatura me tira por ahí.

Hay una creciente agitación creativa en Euskadi y Bilbao, gente trabajando y haciendo cosas interesantes y más vanguardistas que nunca.

Estamos muy encima, me siento muy dentro de esa escena porque muchos vienen a El Tigre a grabar. Me falta perspectiva por ello, pero creo que vivimos un gran momento; y no solo para la electrónica, también para el pop con discos y artistas de gran calidad. Diría que vivimos un tiempo dorado.

Cierto, hay ejemplos recientes aquí como los de Izaro y Olatz Salvador y en el plano internacional destacan Fontaines D.C. y el álbum en solitario de Alan Sparhawke (Low).

El lenguaje actual viene claramente de la electrónica. Sí es cierto que Alan ya venía usando la electrónica en los últimos trabajos de Low; yo mismo participé en un álbum homenaje al dúo en el que canté por primera vez en mi vida (risas). Low es una referencia de cómo desde el pop se puede llegar a un espacio vanguardista y muy personal. Lo que hacían no lo hacía nadie más, eran únicos. Es una referencia desde mi trabajo como productor, que pasa por intentar siempre llevar al artista un paso más allá.

¿Desafiarlos?

Algo así. Y con este disco me ha pasado lo mismo, ya que quería un disco que solo pudiera hacer yo. Algo realmente personal y evitar caer en lugares comunes y obviar las referencias que todos tenemos.

El disco es la última producción de Forbidden Colours, sello que ha agrupado a lo más vanguardista que ha parido Euskadi en la última década.

Es una coincidencia, ni sabía que el sello dejaba su actividad. Es una pena, deja un vacío difícil de llenar y su legado es increíble con tantos discos brutales que ha editado. Siento mucho orgullo de haber formado parte de esa colección. Y la despedida en el Kafe Antzokia resultó inolvidable, un broche de oro.

¿Será más difícil que nunca ahora, sin él, sacar la cabeza, orillarse y dejar el camino de creación más trillado?

Bueno, vamos todos camino de la autoedición. Era un gran apoyo, un sello con un respeto tal al artista que acababa siendo una autoedición con apoyo. Vamos a perder ese soporte.

¿Le apetece defender el disco en los escenarios, lo ve complicado?

No tengo en mente nada (risas). Tengo muchas cosas de trabajo hasta diciembre, pero en 2025 me lo plantearé aunque todavía no sé qué, ni cómo. Sí que tendrá un componente muy orgánico y que me acompañaré de mi hermano en los audiovisuales.

¿Qué tiene entre manos ahora fuera de su música personal?

Estoy trabajando en tres bandas sonoras, algunas como compositor y otras como productor musical, y en discos de Full Cab, Airu y Omago.

Que a alguien tan reputado como Laurent Garnier le haya gustado el disco ¿puede ser un primer paso para el reto de poder vivir de su música?

Cuanto mejores son las condiciones de trabajo, mejor. Yo viví varios años de la música con WAS y fue una experiencia increíble aunque me gusta también no vivir de mi música. Me da calma y libertad, lo enfocas de otra manera. Estoy encantado de vivir de la música, bien como Zabala, como productor o haciendo bandas sonoras. Zabala es como mi sitio de recreo.

Que diría Antonio Vega.

Sí, de recreo y experimentación. Trabajo sin presión, ni expectativas comerciales, sin necesidad de sacar singles o de girar. Eso sí, cuanta más repercusión tenga, mejor. Además, este disco último está envejeciendo muy bien en mi cerebro. Lo vuelvo a escuchar y no cambiaría nada hoy en día. Estoy muy contento con él.

¿No echa de menos subirse a un escenario?

No mucho, aunque sí los disfruto. Me gusta que sea en momentos especiales y con buenas condiciones de recinto y sonido, y cuando la gente acuda a verte a ti. No necesito girar de manera continua.