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Galder Reguera: “Publicamos porque ansiamos ser leídos”

El bilbaino propone en esta ‘reentré’ ‘Vida y obra’, una reflexión novelada sobre cómo la literatura puede unir a las personas o separarlas para siempre

Galder Reguera: “Publicamos porque ansiamos ser leídos”Borja Guerrero

La página en blanco no es el único reto que Galder Reguera (Bilbao, 1975) enfrenta al emprender una nueva novela. El bilbaino reconoce sin tapujos las dificultades que conlleva compaginar su faceta como escritor con sus responsabilidades en la Fundación Athletic Club y los cuidados que demanda la paternidad. Reguera, pues, se aleja de ese arquetipo de escritor consagrado en cuerpo y alma a su obra. De hecho, no tiene reparos en señalar los defectos del universo de las letras y en bajar a tierra firme a los dioses que lo habitan. Lo hace en esta entrevista y en su última novela, Vida y obra (Seix Barral, 2024), donde aborda el privilegio que esconde el compromiso total de un autor con su trabajo a través de la historia de un padre ausente y un hijo resentido. Ambos son escritores, pero entienden la literatura desde dos posiciones irreconciliables.

‘Vida y obra’ plasma precisamente eso, ¿cierto? Las vidas y obras de dos autores: el padre ausente y el hijo resentido.

–Sí. Habla de hasta qué punto la idea romántica del escritor que se sacrifica y lo abandona todo por el arte esconde un privilegio. Es decir, el artista es quien se dedica a lo que quiere y, para eso, descarga en terceros las obligaciones más mundanas. Eso me interesa mucho.

¿Por qué?

—Yo vengo de una familia de artistas y pintores. Debajo de todo eso, hay privilegios de clase y, al final, quien escribe es quien se lo puede permitir y eso es muy difícil. Fíjate: cuando ya has publicado unos cuantos libros y te llegan las liquidaciones, en marzo, también te llegan las de todos los anteriores, siempre que estén en el mercado y se vendan, claro.

Ajá.

—Nunca es mucho, pero es un acumulado. Eso sí, cuando eres un autor novel es absolutamente imposible vivir de la literatura. O vienes de una familia de bien, que te permite ser literato, o descargas todas tus obligaciones en terceras personas.

Entiendo, pues, que critica el arquetipo del escritor cuyo mundo se reduce al despacho.

—Totalmente. Pero no solo a nivel literario, también a nivel de modelo de vida. Hay un mensaje claro que me gustaría trasladar, sobre todo a los varones. La mujer se ha incorporado tarde a la literatura. ¿Por qué? Porque llevaba el peso del mundo sobre sus espaldas, porque mientras ellos escribían alguien tenía que ocuparse de todas las tareas que tiene el día a día, que son numerosísimas. En realidad, Cacenave Hernández (el antagonista, padre ausente) no huye para cumplir su sueño de vida. En realidad, desea no tener cargas familiares. Unai, por su lado, es un personaje que intenta mostrar a su padre que podría haber ejercido su paternidad y, a la vez, ser escritor.

Es él quien conduce al lector por la historia. ¿Por qué esa voz en primera persona?

—Por una razón muy clara: este libro es un ajuste de cuentas. Es él diciéndole a su padre lo que ha pasado cuando ya no estaba ahí. Me gustaba mucho que Unai le descubriera qué ocurría cuando estaba ausente. O incluso que en escenas donde él sí estaba presente, le ofreciera una perspectiva de la realidad totalmente diferente a la suya.

¿Hay aquí también un cuestionamiento de las viejas masculinidades?

—Sí, totalmente. A mí me han acusado de ser un autor sentimental. No me han dicho que escribo literatura para mujeres porque queda mal. Parece que cuando es un varón quien expresa sentimientos se piensa que eso no va acorde con lo que tiene que ser la escritura de un hombre.

¿También muestra su rechazo a una concepción elitista de la literatura?

—Cacenave Hernández no entiende la literatura como algo que pueda unir. Por eso, nunca leyó a Unai de niño ni compartió historias con él. Cree que la lectura es algo que le compete solo a él: se encierra en su libro y no da pie a tener una relación con su hijo.

Sitúa la novela en 1986. Usted estaba a punto de cumplir 10 años ese año, al igual que Unai. ¿Cuántos recuerdos de su infancia habitan en este libro? Las referencias a la cultura popular de la época son constantes.

—Muchos, aunque Unai no soy yo. Tenemos una visión diferente de muchas cosas. Cacenave Hernández tiene algunas cosas de mí, al igual que el abuelo. En la novela, siempre que adelanta a un ciclista en la carretera le lanza un ¡Aupa, Marino! y ese es uno de mis chistes internos, lo hacía yo de pequeño. Las tías también tienen cosas mías, estoy en muchos sitios. Todos los personajes tienen, además, mucho de la gente de mí entorno.

¿Pero no hay absolutamente nada de usted en Unai?

—Sí, tiene algo en común conmigo. Al igual que él, yo me mudé a La Bilbaina en ese año. Esa mudanza es la que yo viví, aunque de manera completamente distinta.

Unai, en un pasaje de la novela, se pregunta por qué él y su padre se dedican al oficio. Usted, ¿por qué escribe?

—No sabes por qué escribes, ni por qué publicas. Tú puedes escribir por afición, porque te gusta jugar con las palabras como te gusta hacer figuritas de plastilina. Pero no las llevas a una galería de arte. Entonces, ¿por qué publicamos? Publicamos porque ansiamos ser leídos. Además, hay una diferencia entre escribir porque tienes algo que decir, que eso es la filosofía, y escribir porque tienes algo que contar para recibir después otra historia. Eso es la literatura.