40 años después de su debut con The Bad Seeds, Nick Cave sigue en la brecha y parece que lo seguirá haciendo... de aquí a la eternidad. En su 18º disco, Wild God (Play It Again Sam. PIAS), el australiano ha vuelto a reunir a su excelsa banda para entregar un disco no tan etéreo y minimal como sus precedentes, sino rico en arreglos y con más músculo. Espiritual como siempre, indaga sobre la fe y la felicidad, y la creencia en la vida tras asumir la pérdida de dos de sus hijos. “Es un disco alegre y que rebosa vida”, explica Cave, que lo presentará en directo el 24 de octubre en el Palau Sant Jordi de Barcelona y un día después en el WiZink Center de Madrid.
Tras varias bandas sonoras compartidas con su lugarteniente actual, Warren Ellis, y el reciente Carnage, también en formato de dúo, Cave ha llamado a sus chicos, unos The Bad Seeds cuya formación ha ido mutando con los años pero que siempre ha ofrecido discos vivos, carnales y de sonido expansivo. El embrión de Wild God nació el 1 de enero de 2023, cuando el australiano empezó a currarse sus letras en su famosa libreta, como siempre en su estudio y cumpliendo un horario de oficina.
Tras Skeleton Tree y, sobre todo, Ghosteen, en los que la tragedia de su hijo adolescente fallecido al caer de un acantilado convirtió en álbumes dolientes, sangrantes, descarnados y despojados de arreglos, los Bad Seeds y la complejidad de sus arreglos vuelven a brillar en Wild God. “Lo único que tenía en mente era que el grupo volviera al redil: desencadenado, exuberante y libre”, explica Cave sobre el sonido del nuevo disco, ya no tan etéreo y minimal, sino con el habitual músculo y efervescencia del grupo de la última década, ya maduro y atenuado, alejado del frenesí punk, eléctrico y anárquico de antaño.
El álbum, que cuenta con un trabajo espectacular de Colin Greenwood, bajista de Radiohead e invitado de lujo, y el regreso del batería original de los Bad Seeds, Thomas Wydler, ya recuperado de una larga enfermedad, marca un cambio de registro de Cave, más vestido e, incluso, alegre. “Musicalmente, rebosa vida, vigor, una especie de éxtasis y arrebato”, explica su autor. A ver, siempre dentro de los parámetros del sonido del australiano, propulsados por las increíbles mezclas del maestro David Fridmann.
Místico y espiritual en su lírica, como siempre, y a caballo de las citas bíblicas y religiosas y su confrontación con el mundo real, es un álbum que gira “en torno a la fe”, pero con el dolor de Ghosteen ya atenuado. Sus 10 canciones son un sí a la vida, con Cave dejando atrás el dolor por la pérdida y la aceptación de la tragedia, para abrazar la resiliencia y la recuperación de la alegría en un mundo oscuro y lleno de incertidumbre que amenaza nuestra existencia, pero en el que seguimos a golpe de fe.
CANCIONES, UNA A UNA
‘Song of the Lake’
Evocadora, con un elocuente bajo y unos celestiales coros gospel, los primeros de un conjunto excelso proporcionados por Ellis y Jim Sclavunos, vibrafonista y percusionista. “ Sabía que aunque había encontrado el cielo... aún sentía el arrastre del infierno”, canta.
‘Wild God’
Exuberante en arreglos –clavicémbalo incluido–, salvaje y con guiños auto referenciales a su canción Jubilee Street. En tiempos de anarquía y tiranía, propone la oración y la búsqueda de la libertad. Como si fuera él un viejo dios enfermo muriendo, llorando y cantando.
‘Frogs’
“Al inicio de la semana se arrodilló y aplastó la cabeza de su hermano con un hueso”. Se abre con el primer asesinato de la historia cristiana, el de Caín a Abel.
Melódicamente arrebatadora y envuelta en un crescendo sinfónico arrollador. Amor y dolor con imágenes impactantes de “ranas saltando en las cunetas” y “Kris Kristofferson pateando una lata”. “Retira esa pistola de tu mano, todo estará bien”, recita.
‘Joy’
Baladón al piano con un corno francés y más coros estratosféricos. Todos tenemos muertos en el armario y en nuestras pesadillas, pero entre el canto y el spoken word, hincado de rodillas, proclama “todos hemos tenido demasiadas penas, ahora es el momento de la alegría”. Y la reivindica, de forma escalofriante, bajo un manto de estrellas refulgentes como “metáforas de amor”.
‘Final Rescue Attempt’
El rescate del dolor, la curación. “Después de eso nada volvió a doler”, canta, yaciendo en la cama, dándose la mano con su amada y jurándose amor eterno. Final de tintes épicos: “siempre te amaré”. Destaca su ritmo y su riff de sintetizador.
‘Conversion’
Delicada y lírica en su arranque hasta que la batería se impone y entran las (escasísimas) guitarras. Dedicada a su esposa, a su recuperación de la pérdida de su hijo, una vez que se sintió “tocada por el espíritu y por la llama”, tal y como claman los coros enfervorecidos y febriles.
‘Cinnamon Horses’
Arreglos orquestales solemnes para enmarcar el sueño de una vida dulce y feliz que acaba enfrentándose con la realidad y con “una docena de vampiros blancos” cuando canta “no podemos amar sin herir a alguien”. Una delicia.
‘Long Dark Night’
Basado en un poema de San Juan de la Cruz, es otra balada que se articula en torno al piano. Con el grupo gana cuerpo, expresividad y músculo a pesar de su tempo baladístico. Se refiere a dejar atrás “la larga noche oscura” y el dolor. Una de las gemas del álbum.
‘O Wow O Wow (How Wonderful She Is)’
Corte que pasa de lo sensual –esas referencias a la cama y la ropa interior– a lo nostálgico al recordar a su examante y miembro de The Bad Seeds, Anita Lane. Ofrece un ritmo maquinal y casi hip hop, voces filtradas con vocoder, un silbido, una sección rítmica espectacular… Al final se oye la voz de Lane –y sus risas– rescatada de una conversación telefónica. Un antiguo “contrato de amor” en el que sobraban las palabras.
‘As The Waters Cover The Sea’
Corta, orquestal y emocionante como una oración. El protagonista –quizás él– sale de la tumba para traer “paz y buenas noticias a la Tierra”. Musicalmente, del cero pasa al todo, como si hubiese sido grabada en una iglesia gospel del Bronx.