DE Irlanda al mundo, ese es el viaje que está realizando Fontaines D.C. desde que debutaron con Dogrel hace un lustro. Paso a paso, avanzando en este mundo distópico que se cae a pedazos y que ellos reivindican a golpe de canciones marcadas por el amor, cierto poso político y una evolución constante que les encamina hacia estadios y festivales multitudinarios. Así lo constata su cuarto álbum, Romance (XL Recordings), atrevido, ecléctico, producido por el Rey Midas del rock actual, James Ford, y toda una vorágine que aglutina el anime con Coppola, The Cure, James Joyce, Lana del Rey, el grunge, el pop y la electrónica.

Editado este viernes, Romance es ya uno de los discos del año, la fotografía actual de una banda sin rémoras estilísticas, experimental y comprometida con su país y el mundo que les toca vivir. Once canciones que son alimento espiritual para un mundo en crisis que ellos se niegan a ver caer sin luchar por su continuidad. Y lo más curioso es que ese compromiso personal con el entorno se traduce en estribillos cada vez más refinados e inmediatos, capaces de deslumbrar a un público en progresión cuantitativa.

Solo ha pasado un lustro desde su debut, aquel Drogel de canciones inmediatas y urgentes post punk. Allí hablaban de Dublín, esa “ciudad embarazada por una mente católica” en la que creció el quinteto liderado por el cantante Brian Chatten y de la que prometían trascender porque “voy a ser grande”, cantaban. Lo han cumplido porque su avance, artístico y comercial, no ha dejado de crecer con sus discos: el más denso y pausado Hero´s Death y, sobre todo, el abierto en estilos y sonido Skinty Fia, n.º 1 número 1 en Inglaterra e Irlanda, y que les dio el premia al Grupo Internacional del Año en los BRIT Awards 2023.

Tras el más que solvente debut en solitario de su cantante, llega el cuarto álbum de Fontaines D.C., el primero con el productor James Ford, el responsable máximo de otorgar una unidad sonora a la avalancha estilística dispar que ofrece Romance y a quien conocieron por su trabajo con Artic Monkeys, banda con la que Ford ha colaborado y los irlandeses compartieron gira. El resultado es espectacular, a pesar del temor que invadió a sus fans tras filtrarse las primeras fotografías del grupo en 2024 con un sorprendente (y hortera) cambio estilístico con ropas y pelos coloristas que no presagiaban nada bueno. Si hasta Chatten sale con falda a los conciertos...

AMOR, POLÍTICA Y EVOLUCIÓN

A caballo entre Castilla–La Mancha, donde se alojó su guitarrista de origen español, Los Ángeles, París y Londres, echó raíces el repertorio de Romance antes de que se grabara en un castillo francés. El grupo, que ya cantaba que “el amor es lo principal” en 2020, reincide en el enamoramiento ahora. Su bajista, Connor Deegan, asegura que “siempre hemos sentido esa sensación de idealismo y romanticismo” aunque desde una observación que se ha ido alejando de Irlanda y se ha vuelto más global.

“Ahora miramos hacia dónde y sobre qué más hay que ser romántico”, aclara Deegan. Y lo hacen en un mundo distópico, sin dejar de apostar por el amor y el romance, ese “sitio para ti y para mí” que podrá con todos los males. Eso sí, con una visión del amor alejada de los tópicos –siguiendo el ejemplo de temas previos como I Love You– y que comporta también una visión política subterránea en filosofía y textos al confrontar la realidad con una fantasía casi espiritual. “Me fascina lo de enamorarse en el fin del mundo”, afirma Chatten, para quien “el álbum trata de proteger esa pequeña llama; cuanto más se acerca el Armagedón, más preciosa se vuelve”, apostilla.

Los sustanciosos 37 minutos de Romance se abren con el tema homónimo, un blues industrial y claustrofóbico que podrían firmar Depeche Mode, y se cierran, en el extremo de la balanza, con el latigazo pop y guitarrero de Favourite, con ecos de los The Cure más dinámicos. En medio, en este viaje desde la oscuridad a la luz asentado en sus recuerdos infantiles en el Dublín post Thatcher, podemos encontrar de todo.

Quizás lo más espectacular, por experimental, sea Blockbuster. Hace que el disco explote en nuestros oídos con su ritmo hip hop sincopado, el rapeado de un Chatten jadeante y unos arreglos orquestales que envuelven en celofán un final melódico y pop sobresaliente. Y no le va a zaga en efectividad In The Modern World, con el vocalista y el apoyo magnífico y repetido a los coros de Deegan, reflejando la atmósfera onírica y el glamour de mercadillo hollywoodiense de Lana del Rey al cantar “en el mundo moderno me siento bien, no siento nada”.

Igualmente destacable resulta Sundowner, estreno del guitarrista Conor Curley al micrófono, una oda a la amistad sobre una atmósfera shoegaze ensoñadora –se repite “en mi sueño”– y onírica que a la que no harían ascos Slowdive, pero el espectro es muy amplio y variado: de la rugosidad grunge de Here´ the Thing a las guitarras acústicas de la teatral Motorcycle Boy, inspirada tanto en The Smashing Pumpkins como en Rumble Fish, obra maestra minusvalorada de Coppola, pasando por el pop de Bug o un Horseness is The Whatness crecida en torno a la escritura de Joyce. Control, dolor, entumecimiento de los sentimientos, falsedad, fama, locura… Y frente a ellos, su elección del romance y el amor como sentimiento que “hace girar al mundo”.