SI Alfred Hitchcock hubiera nacido hoy en día, posiblemente no se le hubieran permitido sus rarezas, sus manías, sus excentricidades, su misoginia y, sobre todo, su obsesión por las mujeres rubias que rayó en ocasiones en lo perverso. Por ejemplo, en el rodaje de Los pájaros, el realizador hizo sufrir a los actores el mismo terror que padecen sus personajes para lograr mejores resultados. A la protagonista, Tippi Hedren, tras sufrir el resonar de los tambores que Hitchcock hacía sonar para que el miedo fuera más palpable, tuvo que soportar el ataque de pájaros falsos para atemorizarla, lo que le provocó varias heridas y un episodio nervioso que le hizo abandonar el plató al grito de “¡Puto cerdo gordo!”. El realizador intentó además besarla en un coche, como contó en un libro en el que aseguró que el ataque fue “brutal”.

El cineasta con dos de sus actrices rubias preferidas, Kim Novak y Grace Kelly.

Grace Kelly, Ingrid Bergman, Janet Leigh, Kim Novak o Joan Fontaine formaron también parte de esas rubias de Hitchcock , un director nacido en Essex el 13 de agosto de 1899 y que comenzó en el mundo del cine cuando las películas aún eran mudas.

Hitchcock, ¿un genio o un ‘pájaro’?

“Los actores son ganado”, le dijo Hitchcock a Truffaut durante una serie de entrevistas que el cineasta francés hizo a su colega en 1962 y que fue publicada en un libro en 1966. El británico no tuvo jamás reparo para utilizar cualquier medio que se le ocurriera para conseguir sus objetivos. Como dejar esposados a Madeleine Carroll y Robert Donat, protagonistas de Los 39 escalones, durante todo un día. La finalidad era que sintieran lo que sus personajes vivían.

Pero si olvidamos la fijación por las rubias, las torturas psicológicas que infligía a sus actrices o el pervertido in pectore que se agazapaba bajo su oronda figura, no hay duda de que en pleno siglo XXI el cineasta británico sigue ostentando el título del rey del suspense. El universo hitchcockiano es inagotable, sus películas son tan ricas en significados e inventiva visual que cada visionado desvela nuevos matices.

El genio del suspense

Nadie como él ha sabido crear suspense. Manipuló a los espectadores jugando con sus expectativas, supo crear tensión con trucos visuales geniales, manejó la ubicación de los personajes en el espacio para construir tensión... Con su marcha a EE.UU. se vio al Hitchcock más brillante y no pudo comenzar esa andadura con mejor pie que con un clásico en toda regla como Rebeca (1940), una película protagonizada por Laurence Olivier y Joan Fontaine, que obtuvo 11 candidaturas a los Oscar. Y, sin embargo, él jamás consiguió un Oscar como mejor director.

Suspense supuso su primer trabajo con Cary Grant, con quien volvió a colaborar en Encadenados (1946), Atrapa a un ladrón (1955) y la mítica Con la muerte en los talones (1959), cuya escena del avión acechando al protagonista pasa por ser una de las más recordadas del celuloide.

La soga (1948), su primera película en color, fue también el inicio de sus trabajos con James Stewart, con quien filmó después La ventana indiscreta, El hombre que sabía demasiado (1956) y Vértigo (1958). Precisamente, esta última película la presentó en el Zinemaldia, donde acudió acompañado de su mujer Alma Reville.

Su brillante filmografía también incluye La sombra de una duda (1943), Extraños en un tren (1951), Crimen perfecto (1954), Marnie, la ladrona (1964), Topaz (1969) o Cortina rasgada (1966), entre otros, además del famoso formato televisivo Alfred Hitchcock presenta, cuya inolvidable sintonía daba paso a la aparición de perfil del realizador.