A la espera de los conciertos nocturnos de Bulego y Delaporte, Gatibu e Izaro fueron los triunfadores de la jornada diurna del III Zeid Fest, que se celebró ayer en el BEC con la colaboración de DEIA y una propuesta centrada en grupos euskaldunes pero abierta a otras latitudes de la que disfrutaron unos 10.000 fans.

Organizado por Pello Reparaz, líder de Zetak, con el apoyo de la Diputación Foral de Bizkaia, el festival surgió tras la pandemia como demostración de fuerza y resiliencia, la de una sociedad, la vasca, que buscaba proyectar una imagen de optimismo, felicidad, integridad, pasión y diversidad.

Y esa diversidad se apreció ayer en su cartel, en el que, sí, la mayoría de sus 22 grupos, distribuidos en dos escenarios, fueron euskaldunes, pero con la mano abierta a propuestas de otras comunidades: Galicia, Comunidad Valenciana, Madrid, Andalucía… Unas 10.000 personas acudieron al BEC, la mayoría veinteañeros, además de treinteañeros resistentes ya con hijos –parte de ellos con cascos protectores– que disfrutaron en familia, de la mano y hasta en brazos.

Gatibu abrió el escenario principal, llamado Aaztiyen, igual que el último álbum de Zetak, a las 12.00 horas. A pesar del horario intempestivo, sonó el clásico Urepel en segundo lugar y ya lo recibieron alborozados miles de fans. Entre ellos, la donostiarra Carlota, que se estrenó en el Zeid Fest con sus dos hijas, Julene y Vera, que no llegaban a los 10 años. “Sí, nos gusta Gatibu, pero nuestros preferidos son Bulego. Salen a las 21.00 horas, pero aguantaremos seguro”, defendían las txikis.

Las donostiarras alucinaban ante los bailes robóticos de Alex Sardui y los acordes de Pailazo, con una introducción que emuló a The Passenger de Iggy Pop. Gatibu, que fueron llenando la pista a medida que avanzaba su actuación, se soltaron un ‘grandes éxitos’ de libro, picando del reggae, del rock, el pop, el funk y los sonidos africanos. De Bang bang txik txiki bang bang a Ezin disimulatu, de los clásicos al reciente EH distopikala.

Y lo hicieron con una formación de octeto con sección de metales. Entre “egurre” constantes, ánimos al Athletic, a Villalibre –también gernikarra– y a una Euskadi “askatuta”, cayeron Gora kopak!, con vasos al cielo del BEC; Euritan dantzan; una Loretxoa que sonó a himno; la desenfrenada Aske maitte con el ondear de la bandera palestina; Zeu, zeu, zeu!; un guiño surf al Miserlou Twist de Dick Dale y el postrero Gabek zureri begire. Ni el sonido opaco y enmarañado –al menos al fondo de la grada– hizo mella a la fiesta rockera de Gatibu.

Madurez

Izaro se adueñó del escenario a las 15.00 horas. La vizcaina residente en Donostia, en plena sobremesa y todavía con la peña con el estómago lleno, ofreció 70 minutos de concierto que demostraron el crecimiento –musical y en personalidad y tablas– logrado en el último lustro.

Lejos queda su presentación en el Arriaga marcada por la timidez y cierta bisoñez. Izaro sonó madura y dominadora. Como ella misma ha reconocido en la promoción de su disco Cerodenero, ha vuelto con fuerzas renovadas tras una crisis personal. Y lo demostró desde Zero, cantada en penumbra, como si saliera de un útero, y con los bailes de Iparraldera, entre los “uoh uoh” de sus fans, antes de que se se sentara al piano para entonar edzddh.

Su bilingüe concierto fue creciendo a partir de Delirios, tema en el que cedió el micrófono a sus fans, ya activa y bailonga. Y a pesar del sonido enmarañado y del zurumurru constante de las cuadrillas –la falta de respeto en festivales es ya una constante–, que dificultaban la escucha, Izaro deslumbró con su capacidad para imprimir personalidad a un repertorio cada vez más ecléctico, que pasó de la balada sentida a la rave vespertina, y de los ritmos sintéticos a los pasajes más orgánicos, rodeada por su banda, liderada por el guitarrista Iker Lauroba.

La de Mallabia lideró un tobogán de estilos, de la electrónica de x eta besteak a la caricia de Errefuxiatuena y el baile de París. Cantó a capella y, entre diligentes cambios de escenografía e instrumentación y una cuidada iluminación, coreografía y planificación de cámaras, se atrevió con el twerking cuando, 70 minutos después, se despidió con La felicidad, con los fans no ya felices, sino enfervorizados.