Revólver –o sea, Carlos Goñi– acerca sus guitarras y clásicos como El roce de tu piel, El Dorado o Si es tan solo amor este jueves 21 de diciembre al Teatro Campos de Bilbao. El compositor, guitarrista y cantante valenciano asegura que su grupo actual y la gira de presentación de su disco Adictos a la euforia (Altafonte) están siendo las mejores de una carrera longeva iniciada en 1990 tras 10 años curtiéndose en otras bandas. “Llevan diciendo que el rock ha muerto desde que cogí mi primera guitarra eléctrica, en 1980”, explica Goñi en esta entrevista, en la que asegura sentirse cómodo “en la trinchera, a la contra”.

Sigue pegado a sus guitarras. ‘No Surrender’, que diría Springsteen. ¿Pero el rock no había muerto?

-La primera vez que cogí una guitarra eléctrica acababa de leer un artículo sobre Neil Young que decía que el rock había muerto. Debía ser 1980, así que ya venía avisado desde el principio (risas). A nivel mainstream sí es posible que haya muerto o que esté estabilizado en algún sitio. Como mi vida ha sido siempre poco mainstream, estoy acostumbrado y me manejo cómodo en la trinchera, a la contra.

Lo innegable es que ha perdido proyección comercial, política y social.

-Lo obvio es que ya no es una cuestión económica, ni política ni social. La música no ocupa el lugar que logró en los 60 y 70. Hoy es una opción de entretenimiento más, como los videojuegos o el cine, que hoy te lo traen a casa. Además, la música, conceptualmente, es gratis. Estas son las reglas, pero no me voy a quejarme. Intento hacer las cosas lo mejor que sé, que es lo que puedo controlar.

Hoy, nuestros hijos escuchan reggaetón aunque conozcan a Bruce, Dylan y Young. ¿Ley de vida o hemos hecho algo mal?

-Algo mal habremos hecho, viene en el contrato (risas). Quizás haya que buscar más para encontrar menos. A principios de los años 70, mi década favorita en la música, existía una libertad creativa descomunal. Era fácil ir a una tienda de discos y comprar un disco, uno a la semana en mi caso. Y tenía que elegir entre cinco o seis grandiosos. Entonces había gente con responsabilidad que te pagaba por grabar un disco. Hoy en día, todo es gratis y no hay filtro. Por eso hay mucho que tapa aquello que más nos interesa.

Su último disco suena más a rock y electricidad que otros recientes.

-Así es, sin duda. Puede que entronque más con mi memoria más primaria y con las canciones que me rompieron el alma. Eso se respira en todo el álbum.

Siempre ha peleado por no repetirse: tocó el cielo con el ‘desenchufado’, abrió el rock a la música del Magreb, habló de racismo antes que muchos… ¿Alguna novedad en este disco?

-Esa pelea es conmigo mismo. Lo único que me prohíbe mi religión es el aburrimiento. No me aburro jamás, y menos en lo musical. Siempre he creído que si yo lo paso bien, el público puede que también. Por eso he ido haciendo más cosas según me iban interesando. En este último disco, hay baterías grabadas solo con dos micrófonos, por ejemplo. Puede que al público no le interese, pero tiene mucho que ver con cómo suena. Hay otras pequeñeces que le importan más a los músicos y técnicos que a la audiencia, pero que son importantes en el resultado final. Y he querido que no sonara a hoy en día, sino como recordaba aquella música que me voló el corazón.

El disco ha tardado en llegar porque le afectó la pandemia, pero creo que luego llegó a tener casi 30 canciones. ¿Resultó dura la selección?

-No fue duro, no me tiembla el pulso si tengo que retirar canciones. Si tengo que cargarme varias para ofrecer lo mejor y subir la nota, lo hago sin problema emocional o existencial. A veces, hecho mano de cosas desechadas, como todos; y otras no retiro ninguna, como pasó en mi disco Capitol, que tenía 16 temas.

¿Y el título del disco? “Fuimos adictos a la euforia”, canta. ¿Ya no?

-Es una reflexión generalista porque todos lo somos ¿no? Bueno, igual no alguno de esos de la Cofradía de la Virgen del Suicidio Colectivo. Yo lo sigo siendo, pero el asunto es a cambio de qué. Esa lectura queda para cada uno.

¿Qué es lo que más le quema de la sociedad polarizada actual?

-Desaparecí de las redes sociales en la pandemia porque me sentí ofendido, me dolía muchísimo ver cómo se marcaban las diferencias en lugar de encontrar playas en común. Este orgullo de querer pertenecer a clubes en el que no admiten a gente como tú o como yo, me ofende. Me gusta más el abrazo y la cercanía.

Cierta esperanza es necesaria, no hay otra salida. “El error no es empezar… dejaremos de vivir si enterramos las espadas”, canta.

-Esa letra dice que el error no es acabar, lo es no empezar por si se acaba. Eso tiene que ver con lo que hace cada uno con su vida. Yo preferiré toda mi vida decir no debería haber hecho esto a preguntarme por qué no lo hice. Y lo de las espadas… hay que luchar siempre a favor de lo cada uno decide, por tus cosas, las grandes y las pequeñas. O por nada si así lo decides. Eso sí, si bajas la guardia es probable que empieces a hacer cosas que no te gustan. Eso no lo he hecho nunca, así de simple.

Y siempre nos quedará la música.

-Es que es mi vida (risas). Es lo primero, lo que ha provocado que mi vida sea mejor y tenga más sentido. A la música la cuido con todo el esmero y la respeto profundamente.

Sus letras siguen alternando lo introspectivo y la crónica social. ¿Esa balanza le define?

-Tienes razón. La crónica social es el medio en el que vivo y la otra, la más emocional, es la de la piel para dentro, que suelo decir. No sé si hay algo más (risas). De eso escribo, de lo que conozco y me importa: de piel para dentro y para fuera.

Comió muchos “platos de gloria” en los 90. ¿Duele verse en segundo plano o se siente más tranquilo? Siempre me ha confesado que, a pesar del éxito, vivió años duros en el pasado.

-Esa canción va de si merece la pena vender la vida por un plazo de gloria. Yo nunca lo hice, así que esos momentos de gloria pasaron y se fueron sin que yo les hiciera el mínimo caso. No era ni es mi fin, que es poder acostarme tranquilo pensando que he hecho lo correcto. Por eso, como nunca me imaginé que estaba en primer plano, ahora esto del segundo no lo concibo. Solo hay un plano, el de estar a gusto. Y lo estoy desde el primer día. Mi destino me lo marco yo, eso es ser primer actor.

¿Cómo ha ido el disco, ha tocado bastante este año? ¿Qué le depara 2024?

-Ha ido fenomenal, un n.º 1 en ventas aunque apenas se vendan ya discos. Ha sido un regalo más de los muchos que me da la vida. A mis 62 años estoy en el mejor momento, lo que es la hostia. A cierta edad se echa mano de la nostalgia para referirse a los mejores años de una vida, pero en mi caso, son estos; y a distancia. Y tocar, serán unos 60 conciertos al año. No quiero cruzar esa barrera y han ido muy bien. Ha sido mi mejor gira y el año próximo volveremos a hablar porque hay disco nuevo. Y será sorprendente...

¿La banda, con quien viaja ahora?

-Ese es otro de los regalos. Es la mejor de mi vida, y mira que he tocado con músicos extraordinarios. Viajo con Miguel Giner a la batería, Manuel Bagués al bajo y David Sanz a piano y órgano. Jamás he sonado así de bien.

“Hoy me quiero más que ayer”. ¿En paz consigo mismo?

-Yo no estoy nunca en paz conmigo mismo, sí en paz con la vida (risas). Ojalá pudiera regalar ese deseo a cualquier ser humano. Me he tirado muchos años pensando que la vida me debía muchas cosas, pero ahora me levanto, pienso que no me debe nada y es algo indescriptible.

¿Sigue defendiendo que “tocar es su vida”? Me lo dijo el año pasado.

-Efectivamente, te lo dije. Tocar, escribir, componer, producir, ir al estudio, viajar en carretera… Lo es, lo paso muy bien; y lo hago bien, así que estoy feliz de que la música me siga proporcionando tantísimas emociones y pueda pensar que jamás he subido a un escenario pensando que iba a la oficina. Tengo esa suerte de hacer lo que más felicidad me reporta.