Getxo Folk cede hoy el escenario de Muxikebarri a Hevia, figura estatal de los sonidos tradicionales que hace 25 años llevó la gaita a los primeros puestos de las listas a través de su fusión con la electrónica. Hevia llega a Bizkaia con el disco Al son del indianu, en el que su gaita ofrece un homenaje a los emigrantes que se fueron a América Latina zambulléndose en merengue, chachachá, bolero, son y bachata.

‘¿Al son del indianu’ es, más que un disco, un tributo a los llamados indianos que cruzaron el charco?

—Podríamos hablar de dos tipos de emigrantes: el indiano y el americano del pote. El primero volvía y se hacía casas enormes con palmeras, y el segundo lo hacía sin hacer fortuna. A todos les dedico el disco.

¿A qué países se dirigieron desde Asturias?

—Como en Euskadi, desde Estados Unidos a Ushuaia, en Argentina. Y hay todavía centros asturianos en Nueva York, Florida, Argentina, México o La Habana. Este último llegó a tener 100.000 miembros en los 50. Del centro cubano decían que era la segunda ciudad más importante de Asturias. Y eso que la Corona española no permitió emigrar a los habitantes del norte –gallegos, asturianos y vascos– hasta finales del siglo XVIII. Luego esa emigración se hizo masiva y conformó el tejido industrial del continente.

¿El asturiano llevó las gaitas?

—Sí, claro. Hay testimonios gráficos y más personales. Tuve la suerte de conocer a Emilio Rodríguez Moriyón, gaitero que ejerció en Buenos Aires durante 90 años y que dejó tras de sí unas 250 partituras de temas adaptados a la gaita. De tangos a pasodobles, cumbias y foxtrots.

¿De ahí surgió el disco? Usted mismo fue emigrante caribeño.

—Lo fui durante cuatro años y soy padre de dos asturdominicanas, pero ya he vuelto. El asturiano nunca vive fuera de Asturias, vive en un estado mental llamado así y que te acompaña adonde vayas. En América Latina conocí a gente de tercera generación que se siente asturiana aunque no haya pisado Asturias. Es el síndrome del indianu. Y en República Dominicana siempre vi mucho cariño y comprensión.

El disco incluye danzones, bachata, son, chachachá, rumba y bolero. Es su obra más bailable.

—Esa es la premisa de la música latina, que tiene que ser bailable.

¿Qué es lo que más le atrae de los sonidos caribeños?

—La capacidad de pasárselo bien. En lo musical son máquinas perfectas, unas apisonadoras, pero lo que más me admira es que disfrutan sin plantearse nada más. Es impensable que haya un grupo de gente unida y no haya música. Ron y música… y palante. En los entierros dominicanos, por ejemplo, llevan una banda con muchos vatios celebrando el paso a mejor vida del finado.

¿Cómo recibieron allí el disco?

—La comunidad asturiana lo hizo suyo, pero también la local, que apenas conocía la gaita. Hablo de Santo Domingo, ya que en La Habana sí se conoce. La primera vez que fui a la capital cubana bajé del coche y escuché una gaita asturiana. Un miembro de la banda de la ciudad estaba practicando en el Parque Central. Fue sorprendente.

Se abre a la música de otros continentes, pero sin dejar de lado el folclore asturiano. ¿Sería su ADN?

—Sí, es lo que sé hacer desde guaje. Y cuando me fui al Caribe rastreé qué gaiteros anduvieron por allí, qué tocaron y qué vida llevaron. Resultó trabajoso integrar ambos mundos porque la música latina tiene una síncopa característica, esa manera de caminar que hace que sientan el compás una semicorchea después que el europeo. Además, la gaita es un instrumento muy melódico y solista. Lo logré con horas de estudio y trabajo con gente como Víctor Víctor, ya fallecido.

‘Tierra de nadie’, que cumple 25 años, le llevó a encabezar las listas pop junto a Carlos Núñez.

—Algo sorprendente fue que me pidieran autógrafos. La gaita, durante años, se la oía, pero no se la escuchaba. Estaba presente en romerías y fiestas, pero solo estaba ahí.

Eso pasó en Euskadi con la trikitixa hasta que aparecieron renovadores como Kepa Junkera.

—Está clarísimo. En ese momento vivimos un momento de puesta en valor de las músicas de raíz en Europa. Antes pasó con la música celta, con Milladoiro y Oskorri, por ejemplo. El folk vive momentos de sierra, de subidas y bajadas. Eso sí, ha quedado un poso de escuelas y nunca estará ya tan baja como antes.

Aquel ‘pelotazo’ fue irreal ¿no?

—Sí, sabía que volveríamos al circuito del folk, pero me supuso poder dejar de vivir de la gaita desde la docencia y hacerlo desde el escenario. Y aquí sigo. Aquello fue algo desmedido. Recuerdo llegar a Budapest y sorprenderé ante una gran cola de gente que estaba esperando para que yo les firmara un disco. Para un gaitero era algo sorprendente (risas).

Imagino que ahora se sentirá más en tierra propia, la del folk.

—Absolutamente. Uno de los formatos con los que giro es a dúo con mi hermana María José. Usamos pedaleras de grabación y superponemos instrumentos. Y contamos las historias de los viejos gaiteros y del propio instrumento. La gaita se estudia hoy en el conservatorio, felizmente, pero esas historias viejas se pueden perder. Nosotros las contamos y las ilustramos con música.

Unió folk y electrónica. ¿El arte y la música es libertad?

—Estás vendido sin libertad, hay que hacer lo que apetece en cada momento. Yo siempre lo he hecho, incluso cuando estuvimos en grandes circuitos. El único impedimento que tengo para hacer lo que quiero, es el tiempo. Lo que hago responde a mis gustos y emociones.

¿En qué trabaja ahora?

—Estoy viviendo un momento introspectivo y tiro hacia lo que mamé de pequeño, a la música asturiana más pura. Además de ese disco casi preparado, hay otro más con la sonoridad del Hevia de directo.

¿Y qué veremos hoy en Getxo?

—Seremos ocho músicos, sección de metales incluida con saxo, trombón y trompeta. Logramos lo mismo que hacen en El Caribe: pasárnoslo muy bien con la música. Y esperamos transmitirlo.