John Kennedy Toole, autor de La conjura de los necios, resucita entre un montón de basura en Nueva Orleans para ser testigo de que lejos del fracaso al que creyó estar abocado al suicidarse, su figura ha alcanzado el éxito literario que tanto ansiaba. Este es el pretexto que emplea el escritor Abel Amutxategi (Bilbao, 1978) en la obra El puente de los perros suicidas para desplegar su sátira social en la que radiografía todas las miserias del mercado editorial actual. “En Mary Poppins se dice que la píldora entra mejor con un poco de azúcar. Soy partidario de eso”, asevera el autor, que emplea el humor, sin cortapisas, para detallar cómo el novelista estadounidense, a pesar de su gloria literaria, no puede evitar sentirse identificado con su icónico personaje: el inadaptado y anacrónico Ignatius J. Reilly.

“Cuando uno lee La conjura de los necios, es imposible no pensar en el aura de genio incomprendido que tiene John Kennedy Toole”, considera Amutxategi, quien no puede separar la novela de la mística que emana. “Al ser un icono pop que más o menos todo el mundo conoce, en la novela hago un repaso de lo que fue su vida, pero sin tener que explicar mucho el contexto”, detalla. De esa forma, concreta cómo John Kennedy Toole mandó un borrador de La conjura de los necios a la editorial Simon & Schuster. “Se dice que lo rechazaron, pero en realidad le pidieron hacer una serie de cambios para que la historia funcionara mejor”, afirma. Sin embargo, el autor no supo manejar la situación, cayó en una depresión y, como consecuencia, se suicidó. Posteriormente, su madre encontró el manuscrito y comenzó a moverse por agencias y editoriales, hasta que el escritor Walker Percy apostó por la historia espoleando su éxito y su posterior obtención de un Premio Pulitzer.

De esta gloria póstuma es testigo John Kennedy Toole al resucitar en El puente de los perros. “A partir de ahí se convence de que tal y como pensaba, es un genio, a tenor de lo que vendió”, afirma Abel Amutxategi. Así es como intenta publicar una segunda novela, pensando que lo más difícil ya está hecho: que tengas un trabajo publicado y que te conozcan. Sin embargo, se da de bruces con un mercado editorial que ha cambiado muchísimo durante el medio siglo que lleva bajo tierra. El protagonista, además, no solo trata de saldar cuentas con su leyenda, sino también con esa madre narcisista a la que debe toda su celebridad.

En palabras de Abel Amutxategi, “la novela empieza con una cita de Mariano Rajoy en la que dice: ‘Todo es falso, salvo alguna cosa que es cierta”. De esa manera, especifica que se trata de ficción, aunque la parte biográfica correspondiente a la vida del autor estadounidense está muy documentada. Sin embargo, al referenciar la realidad de la industria editorial, afirma que hay poco de ficción. “He cambiado nombres, palabras y cantidades económicas. Pero hay intercambios de correos electrónicos, llamadas entre diferentes actores, ya sean escritores, editores o agentes, que son conversaciones que he tenido yo o han tenido compañeros míos”, asevera el escritor bilbaino, para quien lo “divertido” es resignificar hechos narrándolos de una forma cómica en lugar de inventarlos.

Humor vs. sátira

En su séptima novela –cuarta en el ámbito de la literatura para adultos–, Abel Amutxategi sigue por la senda del humor con todas sus letras. “Hay mucha gente que siendo consciente de que el humor no es un género que venda muy bien, sobre todo a ojo de los editores más que de los lectores, asegura que más que humor hace sátira, creyendo que le da un aire más sofisticado. Reivindico llamar a cada cosa por su nombre, no hace falta asociar el humor con los chistes casposos”, argumenta el autor bilbaino, que debutó en 2014 con el cuento en euskera Berbontzi. No obstante, reconoce que también hay un factor cultural, ya que en Inglaterra, por ejemplo, el humor se considera como algo refinado.

Amutxategi emplea el humor como herramienta con el fin de añadir cierta distancia con respecto a la historia que narra y permitir que la risa fluya. En ese sentido, expone que no hace falta que todo tipo de humor provoque la carcajada. “Cuando una persona se está riendo de algo que has escrito sabes que está en tu bando. Y aunque no piense como tú, conviene que esté en tu grupo”, indica el escritor.

Editoriales

Desde esa distancia que proporciona el humor, Amutxategi también reflexiona sobre lo que supone el éxito para un novelista. “Hace bastante que empecé a publicar y no veo una correlación directa entre calidad y éxito. Tampoco al contrario”, afirma este bilbaino que considera que la calidad, al final, es un ingrediente más, como la suerte. “Si hay un factor que no puedes controlar, más allá de ponerte en contacto con la gente que consideras más afín al tipo de escritura, que en mi caso ha sido la editorial Pez de Plata, ha sido la suerte”, delibera el autor. Y ese sí que es un factor que está fuera de todo control. “Espero no tener que llegar a la técnica de marketing de John Kennedy Toole para que me lean más. Aún no me convence”, añade, haciendo gala de un sentido del humor negro.

En todo caso, Amutxategi señala que es lógico no querer publicar a cualquier precio y, a su juicio, uno de los criterios más importantes a la hora de elegir editorial es el catálogo. “Me siento más cómodo formando parte de un catálogo del que un lector se pueda fiar que ganando más, al vender lo mismo, después de autoeditar”, afirma el autor, quien en su novela hace alusión a este tipo de diatribas a las que se enfrenta un escritor. “No hay un camino que sea correcto, cada persona tiene que observar qué opciones tiene y qué es lo más acorde a su forma de funcionar”, razona. Desde la editorial Pez de Plata, donde han incluido El puente de los perros suicidas en el catálogo La risa floja, avanzan que la novela “recuerda a la farsa política de Evelyn Waugh, los absurdos y desorientados personajes de P. G. Wodehouse o las disparatadas tribulaciones a las que Tom Sharpe somete a Wilt”.