Hasta 25.000 personas poblaron los montes que circundan Bilbao en la década de los cincuenta. Entonces, la capital vizcaina era el epicentro de la industria estatal y sus fábricas se convirtieron en el sustento de muchos foráneos. Quienes migraron de Extremadura, Andalucía o Castilla y León huyendo de la precariedad, se la volvieron a encontrar en Bilbao, en el monte, en forma de chabola. Estas construcciones de quita y pon constituyen el fenómeno que el historiador e investigador getxotarra Iñigo López Simón ha expuesto en su último ensayo: Este Barrio de Barro (Txalaparta, 2023), que ya va por su segunda edición. DEIA ha hablado con él para reflexionar sobre un fenómeno que él considera clave para entender la composición urbana y social del Bilbao contemporáneo.  

¿Por qué es el chabolismo un fenómeno ignorado por la historiografía oficial cuándo, según usted, influenció no sólo el urbanismo de Bilbao, sino también su carácter, sociología y política? 

Porque es una mancha, un elemento de vergüenza. Creo que en el relato del Bilbao actual, el de una ciudad reluciente en la que el Guggenheim brilla y la ría está limpia, no encaja; porque el chabolismo fue un fenómeno inherente al sistema, que necesitaba de mano de obra barata para funcionar. Y eso nunca es bonito de contar. Contar que para tener la ciudad que tenemos esta gente ha tenido que pasar por esto no es agradable.  

¿De qué maneras moldeó todos estos aspectos de la ciudad? 

Tiene mucho que ver con los orígenes de esta gente, que al llegar a Bilbao necesitaba un sitio en el que vivir. En un primer momento se construyó Otxarkoaga para solucionar esa demanda, pero fue insuficiente. La migración siguió y tuvieron que construir otros barrios como Rekaldeberri, Zorroza, Uribarri… Todos los barrios de la periferia, que se levantan para alojar a los trabajadores de la industria. Esa necesidad urgente de tener casas nos lleva a un urbanismo muy atropellado, muy poco planificado y muy precario. Todos los barrios altos son consecuencia de los procesos migratorios y de la urgencia por alojar a toda esta gente para que siguiese trabajando. 

Comienza en la década de los 50, ¿pero existe algún precedente en la Villa? 

Chabolas ha habido siempre, desde la edad media; infraviviendas, arrabales, gente que vivía en condiciones precarias extramuros de la ciudad… En todos estos lugares vivían personas para las que no había lugar en la ciudad, y tuvieron que buscar una alternativa.

¿Dónde reside el valor histórico de este fenómeno?, ¿por qué se caracteriza? 

Creo que el chabolismo explica muy bien qué es esta ciudad. Siempre damos la espalda a los otros a la par que hacemos gala de un chovinismo bilbaino que dice que la villa “es la mejor ciudad del mundo”. La cara b está en las 25.000 personas que estuvieron viviendo en el monte. O, actualmente, en la gente que vive en pisos-patera en los barrios altos de Bilbao. Yo he hablado de este tema por justicia, aunque quizá este término me quede un poco grande. Simplemente quería que no cayera en el olvido. Hay investigadores que han escrito antes que yo sobre esto y hay documentales, que he utilizado para mi propio libro. Tenía muchas ganas o tenía la necesidad de que esta historia quedase plasmada en un libro para que no se perdiera un ápice. 

25.000 personas son muchas. ¿En qué condiciones vivían? ¿Qué problemas atravesaban sus vidas?  

Vivían en todos los montes que rodean la ciudad. A esa zona, en referencia al cinturón de hierro, se la bautizó como “el cinturón de la miseria”. Era imposible no verlo, pero muchos bibainos daban la espalda a esa realidad. La mayoría de los que allí vivieron están muertos, las personas con las que yo pude contactar eran niños en aquella época. Y la visión que me han transmitido es muy infantil, está muy romantizada. Es decir, ellos recuerdan ser felices. Tenían todo el monte para jugar y no tenían que ir al cole, no había. Es en la adultez cuando se han dado cuenta de las condiciones en las que vivían. Les faltaban muchas condiciones materiales: agua corriente, luz eléctrica, calles asfaltadas, sistemas de saneamiento, recogida de basuras, transporte… un montón de cosas muy básicas. Pero también carecían de una red en la ciudad, donde no eran aceptados. Eran extraños, eran los coreanos, los maquetos, en definitiva, los otros.  

Esta historia está narrada por sus propios protagonistas. ¿Le costó contactar con ellos?, ¿tuvo que derribar alguna barrera emocional, o de otro tipo, para acceder a éstos?  

Veía fundamental dar voz a todas estas personas. Al final, ¿quién va a contar su historia mejor que ellos? Yo puedo aportar datos de investigación histórica, pero mi labor como historiador también consiste en darles voz, y utilizar la historia oral como una forma de crear historia. Me resultó muy fácil dar con estas personas. Fui a Uretamendi, donde los chabolistas se quedaron en el barrio, no tuvieron que abandonarlo. Andando, me encontré con un montón de personas que habían vivido en chabolas. Contacté con la asociación de vecinos, que sigue funcionando, y ellos me pusieron en contacto con los antiguos chabolistas. 

¿Qué queda de este fenómeno en la Villa? 

¡Ja! Esta es una pregunta muy difícil. De las chabolas de Bilbao queda la gente que echó raíces y que ha contribuido a construir esta ciudad a todos los niveles. De hecho, las asociaciones de vecinos más potentes en los últimos años del franquismo y en la transición son las de Rekalde y las de Otxarkoaga.