Que su obra luzca en las estanterías de los aeropuertos, junto a las de Elvira Lindo o Giocanda Belli, provoca en Rosario Villajos (Córdoba, 1978) algo parecido al pudor. “Me da vértigo”, confiesa la autora que en La educación física narra la transformación que vive una adolescente, mientras toma conciencia de su cuerpo y perfila su propia identidad, en un contexto marcado por el crimen de Alcàsser en 1992. “Catalina tiene la edad que yo tendría entonces y, curiosamente, la edad que tendrían esas niñas si estuvieran vivas”, expone sobre la protagonista.

Catalina es una adolescente que reniega de su cuerpo con una madre que también reniega del suyo, como si el sino de una mujer fuera estar en constante lucha con su cuerpo.

Sí, es lo que nos han enseñado desde que éramos jovencitas. Nos han enseñado a odiarlo desde siempre y parece que la herida se hereda.

Y en dieciséis años no recuerda haber tenido unos zapatos cómodos. Para lucir, hay que sufrir.

Totalmente. Ahora es cuando me planteo que tengo un pie más grande que otro y a ver cuándo puedo comprarme un zapato de cada talla. Tengo amigas que me dicen: “Pero estos zapatos son muy cómodos”. ¡No me cuentes historias! Es imposible que un tacón sea cómodo.

Para ella su cuerpo casi siempre reacciona sin previo aviso, “como una mala amiga que la deja tirada en el peor momento”.

Sí, como cuando te viene la regla sin previo aviso y piensas: “Me voy de vacaciones hoy, ¿por qué tiene que venirme justo hoy?”. O te estás poniendo nerviosa por algo y te entran ganas de hacer ir al baño. El cuerpo somatiza la presión y el estrés que viene de fuera, eso ya no es solo en las mujeres, sino en hombres y mujeres.

¿Pero no cree que relación con el cuerpo es más intensa en las niñas?

Es diferente. En el caso de las chicas, con la adolescencia llega la menstruación y es algo súper intenso. A mi generación se le enseñó a esconder la regla, por ejemplo. O cuando te está saliendo el pecho, que todo el mundo lo nota y te lo dice: “¡Ay, te ha crecido el pecho!”. Es muy desagradable considerarte una niña y que las vecinas, tu madre, la abuela... digan: “Mira la niña, está muy desarrollada”. Es una intrusión que no veo que se haga con los chicos. Y se sigue haciendo.

La descrita es una época que era aún más complicada para quien se salía de la norma.

Para todas las personas queer, claro. O para aquellos a los que no les gustaba nadie. Esto tenía que ser así y todo lo demás era aberrante. ¿Cuándo vamos a tener derechos humanos para todos?

El libro refleja que el despertar sexual de las adolescentes se basa en el consentimiento más que en el deseo.

Claro, porque parece que tienes que esperar a que venga un hombre a decirte cómo se hace en el caso de las chicas heterosexuales. Y en las lesbianas también, porque las había, aunque no se las viera. Algunas chicas de mi instituto que eran lesbianas en aquella época también salían con chicos, era un trámite. En mi caso también lo fue, porque a lo mejor no me apetecía salir con nadie y lo hacía por presión. Mi primera experiencia fue horrible: vomité cuando me besé con un chico por primera vez.

Pero es el rito de paso.

Sí, como un rito de paso que es menos complicado de lo que parece si conoces tu propio cuerpo.

La protagonista lleva siempre un destornillador en la mochila. Las huellas del crimen de Alcàsser en el imaginario colectivo fueron demoledoras en los 90.

Aunque no se nombra específicamente nunca, estamos en el año 1994 y los cuerpos de estas chicas habían aparecido un año antes. Durante todo ese año y medio Catalina ha tenido que aguantar todos los programas de televisión y noticieros hablando del caso y mostrando los cuerpos. Es muy desagradable el miedo que te inculcaban.

También se mencionan las llaves entre los dedos como método de defensa.

Lo han hecho todas. Lo leí en un ensayo de Nerea Pérez de las Heras en el que llegaron a la conclusión de que todas iban con las llaves. Yo todavía voy así, se me ha quedado, pero digo: ¿seremos capaces de usarlo llegado el caso?

¿La creencia de que el peligro acecha en cualquier esquina no sirve para criminalizar a aquellas adolescentes y mujeres que actúan sin estar condicionadas por el miedo?

Las estadísticas dicen, y a Catalina se lo dice la vida, por lo que le ha pasado con el padre de su amiga, que el peligro está en el entorno cercano. Yo también me he quitado a algún baboso en un portal y ha sido una persona cercana.

“Para mamá una niña no debe dar su opinión”, afirma Catalina, a la que le inculcan el eslogan de ver, oír y callar. ¿Las adolescentes de hoy reciben una educación diferente?

Ojalá lo supiera. Estoy deseando que me inviten a un instituto porque me encantaría escuchar a las adolescentes. A nosotros nuestros mayores no nos escuchaban, como cuando decías: “Quiero una guitarra eléctrica para tocar en una banda de rock”. Y te decían: “¡Anda ya!”. Tengo la impresión de que los adolescentes actuales están pidiendo cosas y no se las estamos dando, ni les estamos escuchando.

¿Cómo cree que ha cambiado la adolescencia teniendo en cuenta que ahora los teléfonos son un apéndice de nuestras manos?

Lo digital ha traído cosas buenas y malas. No sé cómo me hubiera puesto a escribir si no hubiera tenido un ordenador, una máquina de escribir me parece un infierno. En lo digital, en vez de enfocarlo en quién está viendo qué, habría que poner la atención en quién está produciendo. Nos hacen desear cosas. El hecho de que el móvil sea un apéndice es ejemplo de ello. Siempre han querido ponernos un microchip y ya lo tenemos: es el móvil.

La novela también demuestra que los adolescentes mienten habitualmente en su día a día.

Sí, porque no tienen confianza en los mayores. Crees que no te van a entender. No escuchamos nunca las generaciones más jóvenes, les estamos diciendo todo el rato lo que tienen que hacer. Y claro, lo ocultas todo porque no tienes ganas de discutir. Cuando hay una embarazada siempre se le pregunta si tendrá un niño o una niña. Cuando dice que es un niño, la respuesta es: “¡Mejor, son más noblotes!”. He escuchado mucho que las niñas son más maliciosas, mentirosas... Habría que preguntarse por qué. A lo mejor ha sido una forma de sobrevivir, de vivir más tranquila.

Escritores como Elvira Lindo, Juan Bonilla o Gioconda Belli han ganado el premio Biblioteca Breve.

Me da vergüenza hablar de ello. Intento pensar en lo feliz que estoy de se haya publicado el libro, pero lo del premio... Es como si le hubiera pasado a otra, a una que me cae muy bien.

¿El síndrome de la impostora?

Es más un sentimiento raro de culpa. Me da pudor que me pasen cosas tan buenas. Cuando era más jovencita, me daba vergüenza ser más guapa que otras chicas. Por eso hacía otras muy mal y suspendía, pensando en que tenía que haber un equilibrio en la vida. No sé si es el síndrome de la impostora o es que mi humildad llega a otro nivel. También considero que escribir, como leer, es un placer, y tiene que serlo. Voy a seguir escribiendo haya premio o no, o no haya publicación. La gente te dice: “¿Te va a cambiar la vida con esto?”. No lo sé, no me han dado un premio en la vida.

Pero ya forma parte del imperio de Seix Barral.

Estoy en los aeropuertos, eso sí que da vértigo. Da vértigo porque he crecido con esa editorial, leyendo a Eduardo Mendoza, Elvira Lindo o Gioconda Belli. Para mí el premio era ese. Incluso poder jugármela y poder elegir yo la portada, algo que para mí, que he estudiado Bellas Artes, es muy importante. l