La agenda de Eneko Sagardoy no para. Incluso acaba de rodar en tierras alavesas su primer cortometraje como director.

Un hombre entre mujeres muy poderosas, ahí está su personaje, Eneko, en ‘Irati’.

—Él ha crecido en un entorno mayoritariamente masculino, con todo lo que eso supone, aunque tiene una figura importante en su madre, que ha sacrificado gran parte de su vida con una firmeza inquebrantable. Eso a él le inspira de alguna manera. En la película son ellas las que traen el cambio, las que ponen en cuestión absolutamente todo, las que están dispuestas a arriesgarse. Eso dota al filme de profundidad y no me he podido sentir más a gusto en ese sentido.

Es un personaje que hace un viaje personal, no solo en sus creencias, un tránsito complicado y muy actual, por cierto.

—Sí, sí. Lo que le pasa a Eneko es que pasa de creer a no creer y todo eso con una máscara adecuada a una persona muy acostumbrada al poder y a no dejar ver ningún atisbo de duda. Es un personaje muy poderoso y muy encorsetado. A pesar de que durante la película, ese corsé se va, de alguna manera, resquebrajando, él tiene una experiencia, unas creencias, que no concuerdan con la transformación que está sufriendo. Eso me parecía muy interesante porque teníamos que dejar ver esa fractura en él, que tenía que ser muy gradual para hacerla creíble, pero al mismo tiempo muy comprobable, para que la historia no quedase plana.

Hay aquí muchas historias de amor, ya sea físico, a la naturaleza, a las creencias...

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—Totalmente, pero es que, al final, todas las historias son de amor. Justamente el amor que tiene Paul hacia el cine que hace, hacia los cuentos que trata, se transmite en lo que hace. Eso aporta a los personajes una pasión impresionante que se traslada a la pantalla. Es lo que convierte a Irati en una película realmente atractiva y excitante para el público.

También ha tenido que haber por su parte un gran amor por los caballos porque se tira media película sobre uno.

—Calla, calla. Además, ahora me voy seis meses fuera y me voy a tirar trabajando con caballos todos los días (risas). Los caballos son preciosos pero para trabajar es difícil. Ellos mandan. Hay que tratarlos con el máximo respeto y saber que tienen sus tiempos, aunque eso suponga en ocasiones cierto descontrol en el trabajo del actor. También es verdad que a mí me aportó mucha ternura el caballo, más allá de que fue un lujo trabajar en los sitios donde rodamos.

Lugares que quedan muy bien en pantalla, pero solo pensar en el frío que tuvieron que pasar...

—Terrible, pero también te digo que en Errementari pasamos más (risas). En aquella película eran siete horas de maquillaje. En esta ha sido tener una gran disciplina durante seis meses de comer muchísimo, ir al gimnasio todos los días, hacer esgrima y equitación, además de pelea física. Ha sido un trabajo en el que se ha aprendido muchas cosas.

Usted que ha hecho y hace mil cosas en cine, teatro, televisión... ¿cómo recibe una película así, tan distinta? ¿Es un trabajo más?

—El 100% de mis amigos actores, entre ellos gente muy reconocida y famosa, me preguntan cómo hemos hecho esta película. Productores extranjeros me han preguntado cuánto presupuesto tenía, cómo lo hemos hecho, qué hemos utilizado, qué profesionales estaban para intentar imitarla. Eso ya te da una pista de lo extraordinaria que es la película. Es muy ambiciosa y está muy bien pensada. Una película así es una excepción y es una fortuna poder trabajar en ella.

Ahora le toca el turno a los espectadores. ¿Qué le gustaría que pasase?

—El espectador ideal es el que quiere ir al cine. A partir de ahí, no quiero especificar más porque tampoco quiero limitar al intelecto del espectador. Alguien que igual no está acostumbrado a ver películas históricas o de género fantástico, a lo mejor se puede sorprender. La película la ha visto, entre mi entorno personal, gente mayor, personas muy jóvenes, euskaldunes y no, gente muy cinéfila y otra no tanto, y todos han salido emocionadísimos de verla. Creo que el hecho de que la película haya ganado los cuatro premios del público en los festivales en los que ha estado, habla por sí mismo.

Entre el euskera alavés de ‘Errementari’ y el euskera navarro de ‘Irati’...

—Es un reto al que están muy acostumbrados los intérpretes anglosajones, que ponen en sus currículums qué tipos de acentos y dialectos manejan. Y es un valor. Siendo conscientes de que somos una lengua minorizada, tenemos que exigirnos también. La elección del tipo de euskera aporta información del personaje y del contexto. Debemos valernos de eso, siempre primando que sea legible, es decir, que los espectadores vascoparlantes no necesiten de subtítulos en euskera para entender. Como actor es un trabajo extra, pero estamos acostumbrados. Yo ahora me voy a rodar en inglés seis meses y para mí es un reto que entiendo. Es una herramienta más.

¿Qué se llevó del rodaje, la espada?

—La tiara (risas).