Bruce Springsteen iniciará su gira mundial de regreso este 2023, con dos paradas en Barcelona en abril con todas las entradas vendidas, con 73 años. Acaban de cumplirse 50 del debut discográfico del músico de New Jersey, un verborreico y semi fallido Greetings from Asbury Park que lo emparentaba con Bob Dylan y que marcó medio siglo, hasta la fecha, de compromiso con el rock'n'roll… y el folk, el country, el soul, el r&b, el gospel y hasta el jazz. Aquel año imberbe de 1973, Bruce editó su continuidad, The Wild, the Innocent & The E Street Shuffle, que ya empezaba a entrever la rotundidad de su ingenio artístico.

Greetings from Asbury Park, que se publicó el 5 de enero de 1973, descubrió al mundo a Springsteen con 23 años. Fue el “saludo” sonoro de un chaval casi asocial, barbudo y famélico al que el rock'n'roll, sus sueños y una guitarra eléctrica salvaron de una vida sin horizontes y marcada por la sirena machacona de una fábrica, como la de su padre. Cuando el descubridor de Dylan, John Hammond, le permitió grabar, ya era un músico todo terreno que se había pateado con variadas bandas todos los garitos de la zona de Nueva Jersey, especialmente los del litoral de Asbury Park.

Debut de portada

Eso sí, la multinacional CBS intentó vender a Springsteen como “el nuevo Dylan” y, por tanto, el debut, aunque contiene varios de sus clásicos, como Growing up o Spirit in the night, muestra a un artista todavía a la búsqueda de un estilo propio y casi “obligado” a seguir la estela folk de autor de Blowin' in the wind, tal y como tocó en la audición acústica en la que fue contratado. A pesar de las presiones de la discográfica para que grabara sus nueve canciones en solitario, el “saludo” inicial de Bruce se registró con un grupo de músicos que pusieron los cimientos de la después laureada The E Street Band.

Con el apoyo del apabullante saxofonista Clarence Clemons y el bajista Gary Tallent, el rockero solo pudo mostrar su genio de forma intermitente, ya que su propuesta artística se mostraba solo en estado embrionario, camino de apuntalar su estilo propio, que se mecía sobre un magma de música soul, jazz y rock, aunque con guitarras eléctricas en un plano secundario. Entre el folk de la menor Mary, queen of Arkansas, baladas menospreciadas como The angel y piezas clásicas en su repertorio, como Growing up, For you, Lost in the flood o Spirit in the night. Su insolencia juvenil y arrebatada le hizo escupir una serie de letras callejeras, metafóricas, excesivas e indescifrables en muchos casos.

“Las canciones eran biografías deformadas. Su origen está en gente, lugares, salidas e incidentes que había visto o vivido. Escribí de forma impresionista y cambié los nombres para proteger a los culpables”, confesó Bruce sobre su repertorio, que, a la manera de Dylan, ofrecían intrincados textos, escritos antes que la música y, a menudo, con no pocas y fallidas ínfulas literarias. “Solté una cantidad increíble de cosas de golpe, un millón en cada canción que escribí, como estallidos, en una hora o 15 minutos. No sé de dónde salieron, pero algunas explican por qué nunca tomé drogas. No lo hubiera podido soportar, mi cabeza ya daba vueltas suficientes”, apostilló sobre un disco fallido.

“Baterías locos, exasperantes y los indios en verano con un chaval diplomático alicaído con paperas/mientras el adolescente se masturba en su sombrero/con un gran peso a hombros y sintiéndome un poco viejo puse el tiovivo en marcha”, cantaba en Blinded by the Light. El debut de Springsteen, que escribió en la parte trasera de una peluquería cerrada que estaba debajo del apartamento en el que vivía entonces, solo vendió 25.000 copias en su primer año a la venta. Donde Springsteen sí convenció a todos fue sobre los escenarios, donde demostró su magnetismo irrefrenable y su ardiente pasión rockera, que ya se advirtió en su segundo paso discográfico.

Dos en el mismo año

También en 1973, con pasos ocasionales por el estudio entre mayo y septiembre, y con la banda bien fogueada en los conciertos que les permitían sobrevivir, Bruce grabó su segundo disco, The wild, the innocent & The E street shufle, el primero de rock y soul, el de la aparición de la Banda de la Calle E, el de las letras repletas de romanticismo, el aroma urbano, las juergas y las peleas nocturnas, las guitarras eléctricas en primer plano, el acordeón con regusto a salitre de Danny Federici, la batería loca de Vini Mad Dog Lopez y el piano negroide de David Sancious.

A Bruce le costó grabar el disco tras el fracaso comercial de su debut y el descarado apoyo de CBS a Billy Joel, pero el resultado exhibe un claro avance en su carrera, mostrándolo como un rockero de pies a cabeza aunque influenciado por el soul y el r&b de la Stax y la Motown. El disco se inicia con el sonido de una banda callejera y con un “las chispas vuelan por la calle E” que ponen en marcha la bailable, festiva y contagiosa The E Street Shufle, con una guitarra enloquecida, entre el rock y el funk, y los vientos de cortes soul. Le sigue una de sus cumbres, la emotiva 4th of July, Asbury Park (Sandy), balada enorme y sensual, conducida magistralmente por el acordeón con un fondo nocturno plagado de fuegos artificiales en el paseo marítimo de su adolescencia, calles repletas de navajas automáticas y jóvenes con las camisas abiertas bailando a la caza de pareja antes de que la aurora se muestre y la historia de amor con Sandy concluya.

Disco del blues Kitty´s Back y la olvidable y acústica Wild Billy´s Circus Story, se dispara en su parte final con tres canciones sobresalientes. La primera es Incident on 57the Street, la traslación al paseo de Asbury Park de la historia de Romeo y Julieta mediante un baladón de los que hacen época, con Federici saliéndose al teclado y esos versos finales: “te encontraré mañana por la noche en la senda de los amantes, o quizás podamos caminar hasta que se haga de día”.

La segunda joya es Rosalita, todo fiesta, efervescencia y el primer rock´n´roll claro de su discografía, aunque con sabor hispano y con los vientos empujando esos versos míticos que dicen “sé que no le gusto a tu mamá porque toco en una banda de rock and roll”. Canción legendaria en los conciertos durante los años 70, da paso al escalofriante final de New York City Serenade, diez minutos de auténtico placer que se abren con un piano de aliento clásico y ecos de jazz, y que desarma por su romanticismo y unos personajes que se buscan la vida en la calle al amparo de la noche sin atreverse “a coger el tren y sacudirse su vida de ciudad”.

Después, en 1975, llegó Born to run, donde todas las pistas dejadas en sus dos primeros discos confluyeron en uno de los mejores discos de música popular de la historia y su autor se convirtió no en el futuro, sino ya en el presente del rock'n'roll. Pero esa es otra historia...