En épocas de reggetón y músicas urbanas, Bruce Springsteen ha decidido regresar a su adolescencia, a la música con la que vivió sus primeros amores y decepciones, la banda sonora de aquellas fiestas de coche, playa y carretera en las que “anhelaba un lugar más honesto y que fuese mío”. Only The Strongs Survive (Sony), que se publica este viernes próximo, supone un buceo en la gramola de la memoria del veterano rockero de 73 años, a la vez que un tributo a la gloriosa música negra de Aretha Franklin, Dianna Ross, The Four Tops o The Walker Brothers. The Boss visitará Barcelona el 28 y 30 de abril de 2023.

¿Hacía falta una revisión como la realizada por Springsteen? A priori, no. Las versiones originales de las 15 canciones que ha grabado en su nuevo disco, sin su The E Street Band, al igual que el tributo reciente a la música country que realizó en Western Stars y el ya lejano al folk de Pete Seeger en We Shall Overcome, suenan vivas –diría que inmejorables en su concisión, sonido y frescura– más de medio siglo después. Así pues, Only The Strong Survive no lo esperaban ni sus fans más acérrimos, pero se acaba disfrutando.

De entrada, Bruce sabe lo que canta. Lo mamó en su niñez y adolescencia. Aquel rebelde de pelo largo, cuyo padre no soportaba y que adoraba a Elvis, Dylan, The Beatles y al Roy Orbison que inmortalizó en Thunder Road “cantando para los solitarios”, también sentía predilección por The Coasters, Olympics o The Drifters, a quienes escuchaba en la radio o en el juke–box de un restaurante cercano a su casa. “Eran cantantes que parecían estar a la vez tristes y alegres, y cantaban temas que evocaban la alegría y la angustia de la vida cotidiana”, explica Bruce en su autobiografía, en un tiempo en el que con la música viajaba a “un lugar más honesto, un lugar que fuera mío”.

Todo eso está en Only The Strongs Survive, una carta de amor a aquella música negra gloriosa de finales de los 50 y los 60 que condensaba la belleza y el dolor de la vida y el amor adolescente en dos minutos. 15 canciones ahora revisitadas que nos retrotraen “a otro tiempo y lugar”, como se oye en Soul days, grabada por el desconocido Dobie Gray. Sí, dias de soul… y de r&b. Días que combinaban la dulzura del primer enamoramiento de un joven en vaqueros y camiseta que paseaba en su Chevrolet abrazando a su chica… Y de la marcha de esta, con su correspondiente dolor y evocaciones nocturnas en soledad.

“Mi primer amor siempre fueron las canciones”, canta Bruce en Soul Days. El verso representa al veterano rockero, que ha grabado este tributo –su disco vigésimo primero– en los estudios Thrill Hil de Nueva Jersey bajo la producción de Ron Aniello y con el apoyo vocal de Sam Moore (miembro de los míticos Sam & Dave), cuerdas a cargo de Rob Mathes y coros de Soozie Tyrell (violinista en The E Street Band), Lisa Lowell, Michelle Moore, Curtis King Jr., Dennis Collins y Fonzi Thornton.

Arrollador

El soul y el r&b han acompañado siempre a Bruce desde el inicio de su carrera, de The E–Stret Shuffle a Rosalita, su éxito Hungry Heart, las menos conocidas Soul Driver o Man´s Job (ya con Sam Moore), y los más recientes Land of Hope and Dreams o My City of Ruins. Y la aparición del saxofón de Clarence Clemons, que habría disfrutado como un niño grabando este disco, marcó su pasión por los metales de cuna negra, a la vez que su directo tomaba como modelo la entrega de maestros afroamericanos como James Brown y Sam Cooke.

El disco soul de Bruce es el de un músico que no se limita a versionar éxitos –hay alguno, sí–, sino que escarba en el legado negro con pasión, conocimiento y una visión rockista del soul y el r&b que apenas opta por la sutileza, excepto en algunas baladas como el himno The Sun Ain´t Gonna Shine (Anymore) o I Forgot to Be Your Lover, de los Walker Brothers y el desconocido William Bell, respectivamente, sino que se asienta en la exuberancia musical y el rugido de su garganta, propulsada por una sección de metales y coros arrebatadores, y que baja el ritmo con las cuerdas orquestales.

El álbum suena a robusto r&b en el tema titular, que llegó a grabar Elvis; mezcla alegría y dolor en Nighshift, el tema más cercano en tiempo del lote, que firman Commodores; monta una fiesta gospel con Do I Love you (Indeed I Do); acerca al doowoop Wish it Would Rain, de The Temptations, con falsete y cuerdas que remiten a My girl; juega con el falso directo en Don´t Play That Song, de Aretha Franklin; se vuelve meloso en I Forget to Be Your Lover, de William Bell, y What Becomes of the Brokenhearted, de Jimmy Ruffin; le hace un guiño a la música de las pelis de la Blaxpoitation en 7–Rooms of Gloom, de Four Tops, únicos grupo que repite, y explota todas las virtudes de la Motown en el cierre, con Someday We´ll Be Together, de Dianna Ross y las Supremes. Necesario, no; disfrutable, mucho.