QUIQUE González es una de las mejores noticias que nos ha dado la música estatal del último cuarto de siglo. Situado entre la tradición cercana, la de Enrique Urquijo, Antonio Vega y Sabina, y la de referentes estadounidenses como Dylan, Tom Petty y Lucinda Williams, se ha acabado labrando un estilo rabiosamente personal en sus casi 25 años de carrera, que cumplirá en 2023. Conversaciones, de Arancha Moreno y editado por Efe Eme, narra su vida artística y personal en primera persona, siempre con la honestidad brutal y la pasión por el oficio en la proa de su singladura.

Portada del libro.

Portada del libro. Un reportaje de Andrés Portero

Moreno, que ya firmó otro magnífico libro de declaraciones y en formato entrevista con José Ignacio Lapido, es fan de González. Es algo que se advierte en su profundo conocimiento de la obra del músico madrileño y en el cariño que aporta en cada una de sus preguntas. “Yo disparaba y él buscaba en su memoria”, explica la periodista. Al final, gana el lector y fan, que asiste a un relato pormenorizado y en primera persona de la obra de Quique, encuadrada en el contexto en el que fue creada y rodeada de anécdotas y jugosos datos. Dick Turpin se llamó la primera banda de Quique. Allí, siendo un adolescente, ya advirtió que “estaba loco por las canciones” y que las utilizaba para “intentar explicarse a través de ellas”. Tras un viaje a Londres, recibió clases de “un tipo que tocaba con The Godfathers” y empezó el habitual periplo por salas de Madrid. En una de ellas, El Rincón del Arte Nuevo, en la que tocaba Enrique Urquijo con su grupo paralelo, Los Problemas, se hizo amigo del por entonces líder de Los Secretos. A él le acabó cediendo su primera gran canción propia, que él tardó varios años en grabar. Era Aunque tú no lo sepas, y ya es un clásico del pop estatal.

Así, entre “luces y sombras” de su vida y obra, sabemos que una de sus primeras referencias musicales fue José Luis Perales, a través de “mi madre”, explica. Así como Radio Futura y los siempre citados Sabina, Vega y Urquijo antes de llegar a Dylan, Petty –su disco Wildflowers es su favorito de la historia–, la gran Lucinda Williams o The Band. “La música me ha ayudado mucho. Es tan abstracta, sugerente, misteriosa y surrealista que te conecta con lo de fuera y de dentro con una profundidad como pocas cosas”, confiesa alguien que considera que “robar y mentir es lo peor”. Eso sí, antes de reconocer que de joven hurtó un disco de Burning.

El libro nos abre a otras pasiones de Quique como la novela negra de John Connolly y Elmore Leonard, o el cine de Enrique Urbizu. “Soy un cineasta frustrado”, explica alguien que llegó a apuntarse a un curso de guionista… y lo abandonó por esa pasión irrefrenable que siente por la música. “El precio de hacer música es hacerla, no la fama. Lo primero es hacer buenas canciones; el sonido viene después”, explica este detective sentimental metido a músico, que se reconoce “observador, cotilla y aprendiz de espía”. De hecho, muchas de sus canciones se escribieron en bares, fruto de la observación de su fauna.

El libro de Moreno, sabroso en anécdotas, como la de que Danza invisible rechazó el tema Salitre porque ya tenían otras canciones marineras o que Miguel Bosé quiso grabar tres de sus canciones, evidencia el carácter de Quique, alguien que tiene como virtud su creencia en la honestidad, la raíz, la amistad y la camaradería. Y ahí entran sus colegas del barrio de Madrid, los que hizo en el pueblo cántabro de Villacarriedo en los últimos 17 años, o su propio público, al que profesa “el mismo respeto” que a la música y las canciones.

Un romántico

“Seguimos haciendo discos porque somos unos románticos y porque mi generación todavía cree en el formato y en el objeto. No hay ningún beneficio en la venta de CD y vinilos”, responde Quique, alguien que asume su gusto por “el riesgo y el desafío”. De hecho, ha acabado editando sus discos tras diversos desencuentros con multinacionales, que quedan con el culo al aire en estas páginas. Su ética de trabajo, alabada por quienes colaboran con él, del ahora Fitipaldi Carlos Raya a sus lugartenientes más recientes, César Pop y Toni Brunet, se advierte también en su postura frente al uso de la música en la publicidad.

En este apartado está más cerca de Tom Waits que de su amado Dylan. “Utilizar algo tan puro como una canción para vender un producto, me hace arrugar la nariz”, le indica a Moreno antes de explayarse sobre las luces y sombras de cada uno de sus discos, del debut, Personal, todavía con ecos evidentes de Sabina, al sobreproducido y soul Pájaros mojados, el austero y rústico Kamikazes enamorados, sus dos incursiones en Nashville o su adaptación de la poesía de Luis Gª Montero en el crudo pero fantástico Las palabras vividas.

El veterano Al Perkins, Zahara, Lapido, Nina/Charo, Vega, Urquijo, Dylan a espuertas, Neil Young, Rebeca Jiménez, Steve Earle… son solo algunos de los personajes que entran y salen de estos capítulos hablados a calzón quitado por Quique, un tipo que “teje palabras rimadas y melodías”, según Lapido. Alguien que ha dibujado su propio camino, que cree en la inteligencia de su público y que ha salido vivo de múltiples bandazos vitales y artísticos. El libro los explica entre datos, vivencias, anécdotas, experiencias y emociones, así como su ética personal y de trabajo, que resumimos en esta frase: “Para mí, el éxito es tocar en buenas condiciones, en sitios donde la gente va a escuchar mis canciones, y trabajar con gente con la que te llevas bien y conectas también con la música. Y también poder pagarles buenos sueldos”.