Tras la pandemia, el artista Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) decidió alejarse y cambiar de aires. Así es como recaló en Kiwayu, en Kenia. África, junto a Mallorca, son lugares muy especiales para Barceló, considerado actualmente como unos de los artistas estatales de mayor renombre internacional. En muchas de sus obras, se refleja la fuerza de su luz, "más intensa que el color", según ha confesado en algunas ocasiones.

Barceló participó recientemente en el curso de verano que se ha celebrado en el Bellas Artes de Bilbao, en el que habló con Miguel Zugaza, director de la pinacoteca, de su estancia en África, de sus inicios en el mundo del arte en Mallorca y de sus instalaciones escultóricas a gran escala como la Capilla de San Pedro de la Catedral de Palma de Mallorca o la Sala de Derechos Humanos de la sede de las Naciones Unidas en Ginebra.

Pocos momentos antes del encuentro, Barceló posó delante de su cuadro Des potirons , y tiene en la materia su elemento esencial. "Vivimos en este momento historicista casi sin materia. A mí me gusta la naturaleza de las cosas, la fisicidad. Todo lo que no es así, me produce melancolía y ésta es la enemigo del arte, suele provocar la repetición", confiesa Barceló.

Sus inicios

Barceló formó parte del grupo vanguardista Taller Llunàtic de Mallorca. Estudió en la Escuela de Artes Decorativas de Palma de Mallorca entre 1972 y 1973 y continuó en 1974 en la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi de Barcelona, pero poco después abandonó sus estudios. "Duré una semana en la Escuela de Bellas Artes. Un profesor me dijo que fui el mejor alumno, que había aprovechado mucho el tiempo", bromea. Confiesa que su escuela de aprendizaje han sido los viajes, viendo museos. "Estuve en París, pero en los 80 estaba notando ya una gran presión y necesitaba cambiar. Nunca he estado esperando las visitas en el taller. A lo largo de mi vida me he trasladado muchas veces, puedo montar un taller en cualquier sitio. Lo he hecho tantas veces, en un pasillo, en un hotel...".

O en la playa porque el mar es su medio natural, un hábitat en el que se sumerge cada vez que puede. Esta pasión le llevó a montar su taller en las arenas atlánticas de Portugal. Durante la conversación con Zugaza, Barceló recordó su intervención en 1984, con su amigo Javier Mariscal. "Era gracioso porque los portugueses pensaban que cogíamos marisco. Montábamos nuestro taller en diez minutos, hasta que subía la marea; estuvimos allí cuatro o cinco meses. Salir del taller fue algo muy liberador. Mis compañeros contemporáneos pintaban graffitis en Nueva York pero a mí me parecía que llevar el cuadro al acantilado era un gesto más radical".

Después llegaron varias exposiciones, pero pronto emprendería otro viaje a Malí, que le cambió la vida. "A veces, te das cuenta de que algo ha cambiado para siempre y a mí me ocurrió allí; ya nada fue igual. Era un pintor de éxito, con dinero y me encontré allí esa realidad social, el postcolonialismo brutal y la miseria más absoluta. Fue algo terrible, pero también muy atractivo, esa belleza extrema de lo frágil y peligroso".

"Fui a curarme"

Barceló ha reconocido en muchos momentos que aquel viaje le salvó para la pintura en algún momento de sequía. Su primera visita fue en 1988 también junto a su amigo Javier Mariscal, que por entonces acababa del ganar el concurso para la mascota olímpica de Barcelona, su célebre Cobi. Llegaron en Land Rover desde Barcelona después de dos semanas de viaje por el Sáhara. Unos tuaregs que se apiadaron de ellos cuando vieron que el vehículo iba cargado hasta arriba con pinturas, papeles y lienzos les acompañaron en otro coche hasta Goa, la ciudad en la que decidieron instalarse. El segundo viaje fue en 1991 y parece que la inestable situación política no fue un impedimento.

"Fui allí a curarme, cuando llegué pensaba que todos mis pinceles habían perdido pelos, hasta los cuadernos estaban envejecidos. Pero en Malí me sentí más joven. África me provocaba ese efecto y creo que a mi trabajo también. Estuve yendo hasta que pude, hasta que hace ocho o nueve años mis amigos de allí me dijeron que no volviera porque unos barbudos habían preguntado por mí. Era evidente que ya era muy peligroso", explicó.

Malí impregnó su obra durante 25 años y allí aprendió a trabajar la arcilla. "Mi casa estaba en el país dogón, allí están en el neolítico, en una cultura animista. Tuve la suerte de poder hacer cerámica con mujeres que me enseñaron cómo se trabajaba hace 3.000 o 4.000 años. Ningún hombre dogón puede trabajar la arcilla porque es tabú, pertenece al mundo femenino. A mí me lo permitieron, fue un privilegio". Su trabajo creativo se retroalimentó del lugar y de su gente. Ejemplo de ello, es la performance Paso doble, que realizó en la fachada de su casa y que luego ha llevado junto al coreógrafo Josef Nadjen a ciudades como París, Tokio, Aviñón, Madrid... Recrea la construcción de una obra de arte y lo hace a golpes y patadas contra un mural de arcilla fresca, que deforma y modela y que permite al público asistir en directo al proceso de creación del cuadro.Pintar a puñetazos

A puñetazos, con sus manos, Miquel Barceló también ha pintado sobre la arcilla un gigantesco mural para la capilla del Santísimo en la Catedral de Palma. No es creyente, pero ha creado un espacio eterno, místico.

Su obra más monumental ha sido la cúpula sita en el Palacio de las Naciones Unidas en Ginebra para la que "utilicé más de 40.000 litros de pintura". Afilada por miles de estalactitas, resume su idea del mundo: un planeta-cueva que reúne a los hombres y que viaja al futuro. "Suelo ir una vez al año a verla, la gente se tumba en el suelo y la ve como una bóveda celeste. Está siempre llena de público. ¿Escultura? Para mí sigue siendo pintura", explica el artista mallorquín.

Porque Barceló confiesa que su trabajo siempre ha sido el de pintor. "No veo diferencia entre la escultura y la pintura. Los artista que más me han interesado han sido Picasso, Matisse y Miró. Es como la distinción que se hace de abstracto y figurativo, son disquisiciones de los años cincuenta. Hasta el cine es una forma de pintura, todo lo que acabe en "ía" es pintura, cinematografía, fotografía, serigrafía... Dicen que la pintura ha muerto, pero en realidad se ha convertido en King Kong".

Otro lugar que ha marcado la vida del artista ha sido la cueva submarina de Chauvet. Siempre ha confesado que durante una visita que realizó, sintió una de las mayores impresiones estéticas de su vida: "En Chauvet había algo más", ha comentado.

En su estudio de Mallorca cogió el primer cuaderno que encontró y pintó acuarelas de felinos basándose en lo que había visto en Chauvet: así nació el cuaderno de felinos (Cahier de félins). Barceló ha formado también parte del comité de científicos de varias cuevas. "En septiembre, bucearé en la gruta Cosquer. Me parece que lo más moderno está en lo más antiguo; en esa ironía absoluta que es encontrar en la cueva de Chauvet, que tiene 46.000 años, el gesto de pintura más moderno encontrado hasta ahora. Estas sucesiones de ismos, al fin y al cabo, no son más que convenciones, la obra de arte siempre nos habla de lo mismo, de lo que necesitamos oír".