Apenas ha tenido tiempo para pasarlo con su familia en Ondarroa, su localidad natal, desde que aterrizó de Nueva York. Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) lleva desde el pasado sábado inmerso en la promoción de su novela, La vida anterior de los delfines, que como siempre publicó primero en euskera, y ahora la presenta en castellano. Una novela surgida de su investigación sobre la figura de la feminista y pacifista húngara Rosika Schwimmer, durante su estancia estos años en Nueva York.Aunque el libro es mucho más. El escritor relata también a través de sus personajes su estancia en la ciudad neoyorquina, que le ha ayudado desde fuera a tener otra visión, “a ver más tranquilamente y objetivamente lo que ha pasado. Con el tiempo, te ayuda a reencontrarte con tu propio pasado”.

Ha confesado que su último libro es como una vuelta a su estilo en ‘Bilbao-Nueva York-Bilbao’.

—Una vuelta a esa forma transgresora de meter tres voces y dividir la novela en tres perspectivas. He querido ser un poco más atrevido formalmente. Con Bilbao-New York-Bilbao tuve mucho éxito, gané el premio Nacional, pero en las obras posteriores quise alejarme un poco y buscar otros formatos, otras maneras de contar. Luego vinieron dos novelas más históricas, de la Guerra Civil y la posguerra, que fueron tan duras con nosotros. Con esta cuarta, quería volver a ser Kirmen, un poco transgresor formalmente, un poco travieso de nuevo y plantear las cosas de otra manera.

¿El libro es el resultado de su beca en Nueva York?

—Así es, buceando por internet me encontré con la figura de la feminista, sufragista y pacifista húngara Rosika Schwimmer, que emigró a Nueva York. La encontré por casualidad. Pedí la beca -solo se la dan a tres novelistas al año-, y me la dieron. ¡Increíble que los americanos dijeran que sí para una novela escrita en euskera! La vida de Rosika está metida en 176 cajas en la Biblioteca Pública de Nueva York, cuando las abrí me encontré con una historia fascinante.

Feminista, pacifista, judía y además, sin marido ni novio conocido, como dice en su novela...

—Lo tenía todo para ser marginada y así ocurrió, pero fue una mujer que quiso parar la guerra mundial, habló con el presidente Wilson para que mediara y lograra un alto el fuego. No lo consiguió. Y no se desanimó. Luego trató de convencer a Henry Ford, que era el hombre más rico del mundo, y entre los dos intentaron parar la guerra. No lo lograron, pero las ideas de Rosika sirvieron después para la creación de la ONU. Tantísimas cosas, pero pasó al olvido más absoluto hasta ahora, que hemos podido recuperarla. Pero no solo quería contar esto, quería contar también cómo fui a Nueva York con mi familia, el cambio que esto nos supuso y cómo se ve Euskadi desde la distancia.

Es también un recorrido sobre la experiencia vital de los vascos desde los años setenta hasta ahora.

—Cuento, por ejemplo, cómo las niñas Nora y Maider se bañaban en Ondarroa y veían una mancha de gasoil y decían que era el arcoiris. Era un contexto de escasa conciencia ecológica, violencia política, de mucho más machismo que ahora. Llegaron los ochenta con la reconversión industrial, la heroína, el sida, que también aparece en la novela, pero yo creo que echando la mirada atrás era una sociedad con mucha tensión, pero al mismo tiempo muy activa. Había gente que creía en una Euskadi mejor, en una Euskadi moderna, que quería mejorar nuestro país, salir del agujero... Y así surgió el Guggenheim, el metro... Todo cambió, en un contexto tan difícil hubo gente que miró hacia adelante. Hay que agradecerles que hubieran tenido esa visión entonces.

Lleva ya cuatro años viviendo en la ciudad neoyorquina.

—Confieso que me fui con ganas, pero luego me he reconciliado con mi propio pasado y con el pasado tan conflictivo que hemos tenido. Sobre todo, Nora, mi personaje, me ha ayudado en ello. El primer año estuvimos con la beca, y cuando se acabó nos planteamos qué íbamos a hacer, si volver a Euskadi o quedarnos un rato más. Y decidimos intentar quedarnos pero es dificilísimo que te alarguen el visado. Toqué muchas puertas y se abrió la de la Universidad de Columbia que me dio una beca y allí di un curso de literatura y luego entré a trabajar en la de Nueva York. Trabajo medio año allí, doy clases en el master de escritura creativa, y otro medio año me dedico a escribir, que es lo mío.

De momento, la novela está publicada en euskera y castellano, ¿se va a editar en inglés?

—También está en catalán, se han comprado los derechos en alemán y se está traduciendo al inglés. Pero aún no ha llegado al gran público estadounidense, lo que si sé es que en la biblioteca están muy contentos y la familia de Rosika está expectante para ver cuándo sale el libro para ayudar a que su figura sea más conocida.

Uno de sus personajes afirma que a los migrantes les cambia la vida cuando cruzan la frontera. ¿Le ha ocurrido también a Kirmen Uribe?

—Sí, la visión que tenía de Nueva York era la de los libros, la de las películas, la de la música... eran los cantos de sirena que vienen de ahí. Y cuando vives allí es una ciudad totalmente diferente, ves cómo vibra la ciudad por dentro y es fascinante. Lo bueno es que nuestros hijos están creciendo en ese contexto de diversidad, en el que todos piensan a su manera y en el que todos tienen raíces. Porque en Nueva York tener raíces es bueno, eres vasco y te dicen qué bien que eres vasco. Reconocen el euskera, Bilbao, el Guggenheim, su gastronomía...

¿Cómo ve el futuro más inmediato?

—De momento, seguiré allí. Estamos aprendiendo mucho, para un escritor es bueno cambiar de ambiente, tener otros estímulos, ver cómo se hacen allí las cosas para luego crear. Hay que ir fuera para luego crear desde tu vasquidad algo universal y algo contemporáneo. En otoño, va a salir reeditado Bilbao-New York-Bilbao, publico en revistas... Estoy haciendo camino allí y eso es bueno para mí y para el euskera.

“Con esta novela, he querido ser un poco más atrevido formalmente, un poco travieso de nuevo”

“Estoy haciendo camino en Nueva York y creo que eso es bueno para mí y para el euskera”