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Actor

Josep Maria Pou: "Aunque estuviera en una residencia habría pedido permiso para salir a hacer de Falstaff"

El incansable actor catalán participa mañana viernes en el estreno en euskera de la obra 'Erresuma/Kingdom/Reino' en el Arriaga antes interpretar a Falstaff a partir del día 17

Josep Maria Pou: "Aunque estuviera en una residencia habría pedido permiso para salir a hacer de Falstaff"Borja Guerrero

El propósito de Josep Maria Pou (Barcelona, 1944) de ir espaciando las obras de teatro en las que participa siempre se queda en propósito. Tras más de medio siglo sobre las tablas interpretando a personajes como Sócrates, Cicerón, el rey Lear o el capitán Ahab, los productores y directores saben con qué papeles pueden engatusarlo para mantenerlo en activo. Aunque confiesa que durante el confinamiento vivió por primera vez la “maravillosa experiencia” de descubrir que no sentía culpabilidad al no hacer nada, afirma que aún no piensa en retirarse. Ello no impide que tenga la certeza de que ya ha cumplido en su oficio, ayudando a crear un “corpus teatral muy importante”. Su implicación en Erresuma/Kingdom/Reino Lo que era inimaginable es la vitalidad que está insuflando en el actor trabajar junto a una compañía joven. Los promotores que quieran seguir viéndolo actuar deben saber cuál es su talón de Aquiles: “Daría lo que fuera, por mucho que me agotara, por hacer el Falstaff de Enrique IV en toda su extensión”.

Vuelve a encontrarse con Calixto Bieito y con Shakespeare.

—A lo largo de 54 años de oficio solo he hecho dos obras de Shakespeare y ahora voy a estrenar la tercera. Todas con Calixto. Vino dada cuando hicimos El rey Lear en 2004. Aquello bendijo la unión y luego ha habido ocasión en otro espectáculo. En 2012, durante la Olimpiadas de Londres, a él le contrataron para hacer un espectáculo dentro del Festival Mundial de Shakespeare. Que contara conmigo para Forest fue un gran regalo, porque me llevó a Inglaterra a hacer Shakespeare en inglés.

Y ya se sabe que no hay dos sin tres.

—Calixto me llamó hace ya tres años y en aquel momento le dije que sí corriendo, sin saber fechas. Estoy absolutamente feliz. A estas alturas de mi vida esta experiencia en Bilbao es de lo más gratificante. Me siento como si estuviera empezando, como si fuera el más joven de esta compañía de gente muy joven, con muchísimo talento y otro concepto del teatro que me asombra. Procuro estar a la altura de ellos. Estamos bebiendo unos de otros, como si cada ensayo fuera una especie de contubernio.

Participa incluso en la versión en euskera.

—Intervengo de forma simbólica en inglés, no en vano el título del espectáculo es Erresuma/Kingdom/Reino, en los tres idiomas. Me hubiera gustado intervenir más, pero por respeto a la lengua creo que no debo hablar en euskera si no es perfecto. La versión de Bernardo Atxaga es una preciosidad poética. Esa es una de las grandes aportaciones de esta obra.

En esta ocasión interpreta a Falstaff, de quien Orson Welles, al que también dio vida hace unos años, decía que era la mayor creación de Shakespeare.

—Cuando hice la obra Su seguro servidor, Orson Welles tenía la sensación de estar interpretando a Falstaff. Después de que Orson Welles hiciera Campanas a medianoche la imagen de ambos es tan indisoluble que cuando me veía en escena, con aquella barriga y aquel físico falso, sentía que hacía de Falstaff más que de Orson Welles. Tengo la sensación de que no es la primera vez que hago de Falstaff.

En las historias de los reyes de Shakespeare aparecen la violencia, la corrupción, la reflexión, la madurez, el desasosiego, la incertidumbre... ¿Cómo no va a estar vigente?

—Llevamos dos años levantándonos cada día con incertidumbre, en un constante estado de angustia a la que nos hemos malacostumbrado para sobrevivir. En ese mismo estado podrían vivir en el siglo XIV o XV, en el que se desarrollan los primeros años de las siete tragedias de Shakespeare. Es una de las épocas más violentas de la historia Inglaterra, una etapa de guerra civil continua, de familias en las que la línea sucesoria viene marcada por los crímenes.

¿Cómo cree que reaccionará el público ante tanta violencia?

—El público debe sentarse con la mente abierta, como si estuviera en un restaurante de experiencias nuevas, para dejarse llevar por las emociones. Habrá momentos en los que se le ponga un nudo en la garganta y otros en los que disfrutará de la palabra. No hay que buscar una estructura tradicional, son flashes para provocar emociones. Uno ve, al final, cómo esos reyes mantienen la línea sucesoria a base de los crímenes que comenten o de las guerras que propician. Es terrible contemplarlo tan concentrado.

Es usted un gran lector. ¿Ha aprovechado para releer a Shakespeare y hallar en sus textos matices que no había percibido hasta ahora?

—Mi vida está condicionada por la lectura. Además Shakespeare ha sido una de mis vocaciones, desde muy joven empecé a leerlo. Cuando el proyecto se materializó, leí todo lo que pude alrededor de Falstaff, y no solo en Enrique IV, la única de las funciones en las que aparece.

¿Y qué ha encontrado?

—El Falstaff que conoce el gran público es el de las Las alegres casadas de Windsor, una comedia de Shakespeare de la cual Verdi hizo una ópera. Aquel es un Falstaff festivo, divertido, simpático, casi un bufón. Pero Orson Welles definió claramente quién era Falstaff. Junto a ello, Harold Bloom, uno de los estudiosos más grandes de la literatura, le dedicó varios libros. Y se atrevió a decir: “Falstaff es en extensión, si no en riqueza, más grande que el propio Hamlet”.

Y sin embargo no es uno de los personajes con más renombre de Shakespeare.

—Se habla de Macbeth, Hamlet, Otelo, el rey Lear pero no se pone a Falstaff a su altura. Diría que por dos motivos. Primero porque Falstaff no es el título de ninguna función. Y segundo porque los grandes actores de la tradición inglesa, los Lawrence Olivier, John Gielgud y demás, no han querido interpretar nunca a Falstaff. Alguno de ellos ha confesado que le daba miedo por ser un personaje tan rico, exuberante e inabarcable.

¿Y qué es eso que a su juicio lo hace tan atractivo?

—Shakespeare incluyó a Falstaff en Las alegres casadas de Windsor, a petición de la reina Isabel, y lo convirtió en un ser más borracho, más divertido. Pero el Falstaff original de Enrique IV es mucho más negro. Es un ladrón profesional, un timador. Al mismo tiempo es un mentiroso, un egoísta. Posee todas las propiedades negativas del ser humano y, sin embargo, nos cae bien. Ahí está el gran milagro de Shakespeare: lo convierte en un gran seductor. En esta obra hemos querido que aparezca ese Falstaff negro, difícilmente redimible.

¿Cómo se las ingenia para agradar al público?

—Siendo un personaje despreciable, es entrañable por cómo sabe seducir a través del lenguaje. Al interpretar las siete tragedias en dos horas, en esta obra solo le corresponden 20 minutos en escena. En el espectáculo hemos mantenido tres de los mejores argumentos, como el famoso monólogo sobre el jerez que es totalmente reprobable. Los otros son el del honor y el de la muerte.

Escuchándolo hablar de Falstaff, diría que lo pone al mismo nivel de grandeza y profundidad que otros personajes que ha interpretado, como Sócrates o Cicerón.

—Por supuesto. El personaje más difícil que he interpretado es el capitán Ahab de Moby Dick; es una encarnación del mal, de la locura, todo mezclado. Pero Falstaff está a la altura. No he ido en busca de grandes personajes, han venido a mí. Ha habido directores y autores que han creído en mi forma de hacer, mi capacidad y han escrito textos para que los interpretara. Sin embargo, en algún momento de mi vida, he soñado con hacer de Falstaff, sobre todo cuando vi Campanadas a medianoche. Quise ser Falstaff, pero curiosamente fui Orson Welles, y ahora soy Falstaff. Se cierra algo a lo que estaba predestinado.

Debe ser satisfactorio lograr encarnar a un persona que siempre ha querido hacer.

—Lo que me está pasando es que esto es para mí un pequeño aperitivo. Daría lo que fuera, por mucho que me agotara, por hacer el Falstaff de Enrique IV en toda su extensión: esa especie de tramposo capaz de sobrevivir por encima de todo es muy actual.

Sin embargo, la versión actual de esos personajes no cae en gracia.

—Por suerte. Aunque te advierto, si analizas a fondo los últimos años de la historia puedes encontrar algunos de esos personajes. Hubo un tiempo en que Mario Conde era una persona que enamoraba. Y como él, otros. Me gustaría que hubiera alguien que tuviera la capacidad de seducirnos como Falstaff con la dialéctica.

Eso suena a crítica social.

—Una de las cosas más tristes de la sociedad y de la política actual es la enorme pobreza de argumentos. Me muero de vergüenza cuando veo algunas discusiones que hay en el Congreso, parecen de patio de colegio. No solo por el tono, sino por la calidad del lenguaje. Ojalá tuviéramos un Shakespeare para escribir los discursos.

Confesaba recientemente que quiere pasar a la retaguardia, pero por lo que dice...

—Llevo varios años diciendo eso cada vez que me entrevistan. Es verdad que no tengo la idea romántica que ciertos actores expresan, de querer morir en el escenario. Tengo la sensación de que ya he cumplido: he tenido la suerte de hacer personajes estupendos, ser bien acogido por el público y ser reconocido, de haber entregado mi vida y haber mantenido, lo digo con vanidad, un nivel de dignidad muy alto. Estoy muy orgulloso.

Pero hay personajes que no se pueden rechazar.

—Cuando decido que ya va ser mi última función, siempre aparece alguien que me ofrece un proyecto como este, con el que pensé: eso es precisamente lo que debo hacer a estas alturas de mi carrera. Aunque estuviera retirado, y recluido en una residencia, habría pedido permiso para salir a hacer de Falstaff. No digo que voy a retirarme, pero quiero espaciarme poco a poco. Y participar en proyectos muy concretos que tengan algunos alicientes. Tengo comprometido otro espectáculo tras este, para estrenar en Barcelona el año que viene.

Otro papel con el que ha mordido el anzuelo.

—Una pequeña maldición es que los productores y directores saben qué tipo de personajes y qué tipo de textos me gustan. Lo cual es lógico después de más de 50 años de carrera. Es muy difícil decirles que no.

“Me siento como si estuviera empezando, como si fuera el más joven de esta compañía de gente muy joven, con muchísimo talento”

“Quise ser Falstaff, pero curiosamente fui Orson Welles, y ahora soy Falstaff. Se cierra algo a lo que estaba predestinado”

“No tengo la idea romántica que ciertos actores expresan, de querer morir en el escenario. Tengo la sensación de que ya he cumplido”

“Me muero de vergüenza con algunas discusiones del Congreso, parecen de patio de colegio. Ojalá Shakespeare escribiera los discursos”