El poliamor o la violencia sexual, la falta de autoestima o el miedo a envejecer... son algunas de las cuestiones que Amarna Miller desgrana en el libro donde analiza el jeroglífico que supone ser mujer en una sociedad llena de estigmas que limitan su libertad. Que fuera actriz porno es una de esas líneas de su currículum de las que prefiere no hablar al considerar que no definen ni su trayectoria ni su presente. Muy activa en redes sociales, le horroriza el temor, cada vez más extendido, a disentir con la opinión predominante. Ante ello, defiende la importancia del pensamiento crítico. Hoy martes estará firmando libros en la FNAC de Bilbao.

Vírgenes, esposas, amantes o putas. ¿Es imposible que las mujeres salgan de ese encasillamiento?

—El título es como una metáfora, una manera de decir: la sociedad nos ha categorizado con todas estas etiquetas. Todas hemos sido vírgenes prudentes, esposas diligentes. Lo que tenemos que hacer no es tanto renegar como asumirlas desde una voz propia, desde la identidad sujeto.

¿Condiciona a las mujeres vivir con respecto a lo que se supone que son bajo mirada de los hombres?

—Por supuesto. Ya lo dijo John Berger en los 70 en Modos de ver. Los hombres hacen cosas mientras se miran a sí mismos y las mujeres hacen cosas mientras sienten que otros las están mirando. No se nos ha enseñado que nuestros actos son legítimos, sino que se nos enseña en términos de culpabilidad, complacencia. Es uno de los trabajos que tenemos que hacer desde el feminismo.

En el libro narra cosas muy personales. ¿Le ha servido como terapia?

—Sí, fue un resultado inesperado. Empecé el libro desde una perspectiva teórica, pensaba que iba a ser de corte académico, pero según iba escribiendo me daba cuenta de que mi motivación, en el fondo, era inspirar y fui consciente de que para llegar al lector tenía que hablar desde primera persona. Al hacerlo, me he empoderado en muchos sentidos. Nos han enseñado que mostrar aquellas partes que nos hacen vulnerables nos hace un blanco más fácil. En mi caso ha sido al contrario. Hablar de esas partes más íntimas de mí misma me ha hecho más fuerte.

¿Ha podido abstraerse de su condición de mujer para escribir sobre feminismo?

—Hay algo ahí que te empieza a arder en la tripa. Esto de lo que estoy hablando lo he vivido yo, mis amigas y es bastante probable que también las lectoras. Es una forma de apelar más directamente. Cuando hablamos de teoría desde un punto de vista académico tendemos a una abstracción filosófica que en muchas ocasiones no se trae a tierra. Hablar de la experiencia apela al lector para que sienta en sus carnes esas cosas que estás narrando.

¿Qué le hubiera gustado saber hace diez años con respecto a ahora?

—Lo que más me hubiera servido es saber que muchas de las experiencias que he vivido como mujer son estructurales. Había muchas cosas de las que yo me culpabilizaba o sentía vergüenza, y que conforme el feminismo ha ido avanzando y he ido leyendo, me he dado cuenta de que, por ejemplo, la violencia callejera, el estigma de puta, el síndrome de la niña buena... nos atraviesan a todas. No es algo que yo haya vivido como Amarna.

¿Sigue habiendo tabús en el feminismo?

—Muchísimos. Decimos que lo personal es lo político. Es ahí donde están las nuevas batallas o las que no hemos librado del todo. El análisis de lo que hacemos en nuestra intimidad. La relación con nuestras familias y parejas, la crianza. Y también la relación con nosotras mismas, la necesidad que tenemos de legitimar nuestras acciones con la aprobación de otros.

Esa misma aprobación que buscamos para nuestro físico. ¿Sigue siendo un acto subversivo no depilarse?

—Quiero pensar que no, pero cada vez que subo una foto con pelos a las redes parece que estoy declarando una cosa loquísima por los comentarios y la gente que me deja de seguir. Intento no darle bombo porque al final me parece alimentar a los ogros. Si alguien en el siglo XXI aún no sabe que las mujeres tenemos pelo, que podemos depilárnoslo o no, sin ser más o menos feminista, que se lo gestione, pero no es mi problema.

Algo que trata en su libro es el amor romántico, que condiciona la vida de muchas mujeres por muy independientes que sean.

—Esos mitos condicionan a hombres y mujeres porque todos los referentes que hemos tenido nos llevan a pensar que el amor es algo tóxico. El amor todo lo puede, pase lo que pase; el amor conlleva sufrimiento, dolor; los que se pelean, se desean; si es celoso, es porque te quiere... Hay una normalización de comportamientos tóxicos. Desde hace poco, comenzamos a recibir otros patrones que nos pueden llevar a tener otras relaciones más sanas y constructivas. Pero es algo muy moderno. Hasta hace nada Pretty Woman era el adalid de película romántica presentando una relación jerárquica, desigual y paternalista. Nos hace falta un cambio de paradigma.

¿En lo que se refiere a la exclusividad también?

—Desde hace unos años a esta parte se comprende que los modelos relacionales pueden ser distintos al modelo monógamo, que se pueden crear vínculos desde perspectivas que se salen de lo hegemónico y que aún así pueden ser sanos y constructivos.

Es muy activa en Instagram. ¿Alguna de sus opiniones ha sido más controvertida que otras?

—Instagram se ha convertido en mi safe space. Siento que puedo hablar de lo que quiera sin miedo a una reacción adversa. Vivimos en una sociedad en la que cada vez hay menos pensamiento crítico y más miedo a opinar, sobre todo si implica decir lo contrario a lo que piensa la mayoría, entendiendo la mayoría por lo que piensa la gente en las redes sociales. Intento alentar a ese pensamiento crítico pero sin imponer ningún dogma.

¿Alguna vez se ha sentido cuestionada por exteriorizar una opinión que no iba con la mayoría?

—Se me ha cuestionado como feminista y como persona pensante. En las redes las opiniones sobre los temas del actualidad se iteran hasta tal punto que parece que llegamos a conclusiones: Twitter opina que en este tema tenemos que pensar esto. Y ahí se ha acabado la cuestión. La democratización de las opiniones está muy bien pero no está respaldada por personas que sepan sobre lo que están opinando. Al final creamos demagogia y abstracciones y las voces expertas quedan diluidas entre toda esta marabunta de opiniones. Existe miedo a hablar, a disentir. Me da escalofríos. Veo la dirección a la que nos dirigimos que no me gusta para nada. Hay que alentar al pensamiento crítico.

En sus inicios repudiaba el feminista. ¿Por qué cambió de idea?

—Cuando era pequeña no solo no se hablaba de feminismo sino que la gente no entendía lo que era. Mi despertar tuvo que ver con una conversación que tuve con una amiga. A raíz de empezar a interesarme me di cuenta de que muchas de las cosas que me ocurrían estaban recogidas dentro de las teorías de género.

Escribió el libro para crear un espacio de debate. ¿Lo ha conseguido?

—Aspiro a poder sacar mis experiencias e ideas, que puedan servir a otras mujeres como inspiración, para comprender mejor sus propias vivencias. Escribir un libro de feminismo aspirando a crear una revolución me parecía bastante narcisista. Por ahora las críticas están siendo bastante buenas. Con eso me quedo más que contenta.

¿Cree que ha conseguido alejarse del estigma de dedicarse al porno?

—No lo sé. Y me da un poco igual. He escrito este libro porque me ha apetecido, porque tenía ganas de sacar estas ideas y porque llevo colaborando en medios desde 2013.

"Hasta hace nada 'Pretty Woman' era el adalid de película romántica presentando una relación jerárquica y paternalista"

"Los hombres hacen cosas mientras se miran a sí mismos y las mujeres hacen cosas mientras sienten que otros las están mirando"