En la poderosísima canción La gent, los catalanes María Arnal y Miguel Barcés cantan: "La gent no s'adona del poder que té". El foto y vídeo periodista donostiarra Javi Julio, director del documental Aita Mari, resume con este tema, publicado en el disco 45 cerebros y un corazón, lo que simboliza el buque de rescate de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario (SMH): "La gente no sabe el poder que tiene". Los voluntarios trabajando juntos materializan milagros como el del Aita Mari, que, junto al resto de embarcaciones de rescate, plantan cara en el Mediterráneo Central a los Estados de la Unión Europea en una partida desigual.

La 18ª edición del Festival de Cine y Derechos Humanos arrancará mañana en Donostia, marco en el que el próximo miércoles se estrenará Aita Mari, un proyecto en el que Julio ha estado inmerso durante varios años, desde 2018 hasta 2020 ?dos de rodaje y uno para la posproducción?. Estrenar en el Victoria Eugenia es para él "muy emocionante", ya que es un lugar en el que ha visto películas de "gente que admira".

"Para mí el Aita Mari, explica Julio, que se embarcó en el Mediterráneo por primera vez a finales de 2017 en la embarcación Lifeline.

A los pocos meses, el vicepresidente de SMH, Iñigo Gutierrez, llamó al periodista: iban a comprar un barco atunero y a transformarlo. "Me dije, esto es una historia" y la historia se tradujo en un documental y, por supuesto, en cientos de vidas salvadas. Una labor no sin pocas dificultades.

El rodaje de Aita Mari se inicia en marzo de 2018, con la adquisición del pesquero Stella Maris Berria en Getaria. El plan original era que para julio de aquel año, la conversión del navío estuviese completada y el buque saliese en su primera misión, con el documentalista a bordo. No pudo ser. "Estuve un año con la mochila preparada en la puerta de casa", se lamenta el donostiarra, que resalta el "desgaste" personal y profesional ?es freelance? que le supuso la incertidumbre de no saber cuándo iban a zarpar.

Mientras tanto, más y más gente se lanzaba a la incertidumbre huyendo de Oriente Medio. "Para morir en Libia, me muero ahogado". Esto es lo que respondió a Julio uno de los migrantes que rescató el Aita Mari en noviembre de 2019, cuando el periodista le preguntó si había sido consciente de las probabilidades de no conseguirlo que había tenido al enfrentarse al Mediterráneo. Las situaciones desesperadas hacen que la gente tome decisiones desesperadas.

LA ESTRUCTURA DEL DOCUMENTAL

Aita Mari recoge tanto la compra como la transformación de la embarcación, el levantamiento del proyecto mediante el auzolan, hasta su primera misión en el Mediterráneo frente a las costa de Libia en la zona conocida como SAR ?Search and Rescue?. El foto y vídeo periodista donostiarra, forjado con historias vinculadas a las migraciones en países como Jordania, Ucrania y Grecia, ha intentado que las imágenes hablen por sí solas, reduciendo los testimonios a lo mínimo indispensable. Pese a tener muchísimas horas de grabaciones con las que poder "hacer una serie", optó por ser directo y conciso, que las explicaciones se circunscribiesen mediante testimonios a cuestiones más complejas y contextuales como qué fue la Operación Mare Nostrum o cómo los países de la Unión Europea intentan frenar una migración que les resulta amenazadora, regionalizando los problemas como ocurrió en Grecia e Italia.

En todo este trabajo ha contado, además, con la colaboración del guionista Fernando Erre. "Yo tenía claras muchas cosas que quería contar: la salida y la llegada del barco, la música, explicar qué significa Mare Nostrum. Y Fernando me ha ayudado mucho a identificar los personajes y a qué iba a hacer cada uno de ellos", relata.

Al mismo tiempo, el realizador destaca la labor de edición de Igor Arabaolaza y la música de Pello Remírez, que le da una "enorme personalidad al barco". "Estuve meses hablando de la música. Para mí era clave encontrar un sonido que simbolizara que el barco es de aquí, como el auzolan", describe.

Horas antes de dar con aquella balsa, y después de varios días sin toparse con ninguna patera, se comunicó a los tripulantes que la misión había concluido, que volvían a casa. No obstante, la alarma de rescate sonó. "Unas horas antes nos habían chivado que iba a haber un simulacro sorpresa"; pero la alarma no pudo ser más real. "Salió todo muy bien, todo funcionó como un reloj". Cuando ocurre algo así, se confiesa, hay nervios, miedo, "pero lo dejas para luego", porque en un momento así, "actúas sin tiempo a reflexionar, no puedes permitirte el lujo de dudar".

Cada migrante es una historia. Cada voluntario es una historia. Y buques como el Aita Mari son a la vez testigos y arcas de esas experiencias. No obstante, año y medio después de aquella misión, los gobiernos de la UE han encontrado una excusa perfecta para volver a silenciar lo que ocurre en el Mediterráneo: el covid-19. Ahora, si se efectúa un rescate, los tripulantes deben someterse a una cuarentena de dos semanas y a una inspección que puede durar hasta tres meses. Solo las ONG más grandes pueden permitírselo.

A todo ello se suma otra circunstancia, la de la normalización de los fallecidos. "Parece que la gente está más anestesiada", opina el foto y vídeo periodista, aunque no pierde la esperanza: "Si no, no hubiese empezado a filmar nada". En este sentido, el donostiarra enumera las embarcaciones de distintas nacionalidades que, como el Aita Mari, se han fletado en el último tiempo para actuar en el Mediterráneo. El SeaWatch, Aylan Kurdi, Mare Jonio y el Sea Eye son solo algunas de ellas: "Por un lado están los Estados que están bloqueando esto, pero la gente no para de hacer cosas. Es una partida en la que ellos tienen las de ganar, pero no han ganado". Solo hay que recordar que la gente no sabe el poder que tiene, la gent no s'adona del poder que té.