Es un año feliz para Paco Roca. Su cómic La casa, publicado por Astiberri en 2015, ha conseguido este año un Premio Eisner, uno de los más importantes del noveno arte, por su edición estadounidense. Además, está contemplado que esta obra, que el valenciano ideó tras el fallecimiento de su padre, sea llevada al cine por Álex Montoya. Además, Alejandro Amenábar está convirtiendo en serie de televisión otra de sus obras, El tesoro del cisne negro; mientras que Daniel Monzón prepara la adaptación de Los surcos del azar, en la que este ganador del Premio Nacional del Cómic narró la historia de la unidad de republicanos españoles que ayudaron a liberar París en 1944. En medio de todas estas noticias llega a las librerías el nuevo libro de Roca, Regreso al Edén, una nueva historia familiar, personal y, a la vez, colectiva, que parte de una fotografía que la madre del propio autor, Antonia, guardó durante años en su mesilla.

Durante el confinamiento comentó que le vino bien para poder adelantar el trabajo de 'Regreso al Edén'. ¿Finalmente ha sido así?

-Me vino tan bien que entregué un mes antes de lo previsto. He podido ir más relajado de lo que nunca había ido. De cualquier modo, es verdad que mi vida ha cambiado poco, quitando todos esos viajes y presentaciones que no he podido hacer. Tengo ganas de que volvamos a una normalidad. Aunque las librerías estén abiertas, echas de menos determinadas cosas, el contacto con los lectores.

En esta obra plantea cuál es el Edén de su madre, Antonia, pero, ¿cuál es el paraíso de Paco Roca?

-Un poeta que no recuerdo decía que la patria de todo hombre es la infancia, incluso para los que la tuvieron difícil. Es una época despreocupada en la que no hay problemas que no se puedan solucionar, prácticamente, de una forma sencilla. Mi paraíso sería ese. De hecho, hago un guiño con ese día de playa que es el Edén de mi madre, pero también lo uno con el mío: esos días en familia en la infancia. En mi caso, íbamos a una reserva natural que se llama El Saler, en Valencia; ese sería para mí el Edén que, como cuento en esta historia, nunca es perfecto, pero en la memoria se queda como si lo fuese. Luego pasas la vida intentando reencontrarte con ese paraíso.

Al inicio del cómic habla sobre cómo los seres humanos intentan capturar el tiempo con herramientas como la fotografía o la pintura. Usted que es dibujante, ¿con cuál de los dos se queda?

-El dibujo tiene esa cualidad del recuerdo. Suelo llevar siempre una libreta y dibujo cuando estoy de viaje. La fotografía suele ser algo más concreto, un momento en el que has estado; sin embargo, cuando veo los dibujos que he hecho, me evocan más la sensación de cómo estaba: si estaba en una cafetería, en un escalón de una plaza, con quién estaba... El dibujo me transmite más una sensación. No es una realidad, es como si estuvieses escribiendo un diario. Me ancla más a todo un momento vivido.

Su madre guardó esa foto durante muchos años. ¿Usted guarda alguna?

-Tengo algunas. Ahora, con el permiso de mis hermanos y de mi madre, me he quedado con la fotografía que dio inicio a Regreso al Edén. De tanto mirarla y de tanto reflexionar sobre ella, se ha convertido en algo muy especial. No la guardo en la mesilla de noche como hacía mi madre, pero sí en el estudio, en un lugar privilegiado. También tengo otra fotografía de mi madre con mi padre, que ya no está. Aun así, es verdad que cada vez son menos. Tengo de mis padres, pero no de mis hijas, más allá de la pantalla de la tablet. Al dejar de ser física, la fotografía se ha convertido en algo más intangible, se le da menos valor.

'La casa' surgió tras el fallecimiento de su padre. 'Regreso al Edén' parte de la memoria de su madre en la posguerra. ¿Visitar esta historia familiar le remueve?

-Cuando inicié La casa mi padre acababa de fallecer y saqué fuera determinadas cuestiones, fue más difícil. En este caso, mi madre vive, tiene 88 años aunque está muy delicada, y es verdad que lo he tratado de otra manera. En La casa lo doloroso era hablar de la ausencia y aquí lo que he intentado plasmar es un cariño. Para mí, pensar que mi madre iba a ver el cómic, me emocionaba mucho. Y también reconstruir su vida, poner voz a alguien que nunca sería protagonista de ninguna historia, porque su vida es tan épica o tan poco épica como la de la mayoría de gente. No ha habido momentos tan difíciles como en La casa, pero sí en los que he tenido que estar casi aguantando la lagrimilla.

¿Y es terapéutico?

-Infinitamente. A mí me ocurre que, a veces, me cuesta reflexionar sobre lo más cercano. Comprender a mi madre ha pasado por tener que hacer este cómic. Mil veces nos había hablado a mis hermanos y a mí sobre el hambre y la miseria. Cuando no comíamos o nos dejábamos la cena, nos decía aquello de ¡Una guerra teníais que haber pasado! Cuando te paras a pensar en lo que tuvo que ser aquello, ves el drama.

¿Qué le ha parecido a su madre el resultado?

-Ha sido curioso. Ella se emocionó. Con esta situación tan extraña la veo menos de lo que me gustaría y hasta la semana pasada no se lo pude llevar. Primero lo miró, lo abrazó con lágrimas, me dio las gracias y luego empezó a hacerme preguntas que no entendía muy bien como cuánto tiempo me había llevado. Cuando le respondí que unos dos años, me lo agradeció muchísimo. Y me dijo que cuando ella no estuviese lo guardásemos bien porque es algo único. Le tuve que decir que no era único, que había otros 25.000 como este (ríe). Se quedó abrumada pensando, Caray, alguien va a leer mi historia.

En las citadas obras, como en la 'Trilogía del hombre en pijama', utiliza a su entorno como personajes.

-Intento disfrazarlo todo de ficción y eso me ayuda a no autocensurarme. Estoy acostumbrado al exhibicionismo que, además, es necesario. Si quieres ser honesto con lo que haces, tienes que tirarte a la piscina de cabeza. Yo lo tengo claro, pero es cierto que la gente de mi entorno no tiene ninguna culpa de que yo quiera contar este tipo de historias. El darle esa pequeña pátina de ficción me sirve para seguir hablando de la realidad sin ningún pudor a la hora de contar todo lo que quiera y a la hora de poner en boca de personas que son reales determinadas cosas. Si fuese todo real, me cohibiría bastante.

Pero también ha abordado historias reales como en 'El invierno del dibujante'.

-En esos casos le doy demasiadas vueltas a cómo se lo tomarán determinadas personas, porque El invierno del dibujante es una historia real con sus nombres y sus apellidos. En esos casos lo trato de manera diferente, cuando pienso que, quizá, lo vayan a leer los hijos de Rafael González o alguien cercano a Vázquez, porque me sabe fatal que, quizá, lo que estoy diciendo les pueda molestar. Ahí empiezo a tener problemas, empiezo a no decir lo que la narración requiere. La ficción me sirve mejor para poder acercarme a la realidad, que cuando la traslado directamente.

En 'El regreso al Edén', una vez más, habla de la memoria; tema recurrente en su carrera.

-Es un tema que me he dado cuenta que es importante para mí. Vuelvo a él una y otra vez, por varias cuestiones. Me parece que somos un país desmemoriado en lo que se refiere a nuestro pasado reciente. Acabas encontrando un montón de historias con las que te preguntas cómo puede ser que esto no se haya contado antes. Todo entra dentro de eso que algunos consideran Abrir heridas, en lo relacionado con la Guerra Civil y el franquismo. Esa desmemoria no es buena para cerrar heridas, para quienes lo sufrieron, ni para la democracia en general. Al no saber mucho de la dictadura, acumulamos mentiras y leyendas de lo que supuso el franquismo. Podemos oír a gente negando la existencia de fosas y a políticos decir que en la dictadura no se vivía tan mal, que muchas cosas eran una exageración. La normalización de la dictadura es uno de los problemas implícitos de la desmemoria.

¿Por ello busca saber más?

-Poner rostros a la gente es la mejor manera de contextualizar una dictadura. Es como se descubre cómo lo sufrió la mayoría de la gente y no una elite social, para la que, seguramente, sería una dictablanda. Para el resto, para el 99% de la población, no lo fue; y decir que sí, es poner en poco valor la democracia.

Pero hurgar en la memoria también tiene un valor personal para usted.

-Permite que me comprenda mejor, por ejemplo, haciendo El invierno del dibujante, y sabiendo cómo era la vida de esos dibujantes y cómo es mi vida como parte de esa cadena. En La casa, lo mismo; hace que me comprenda mejor. Y con Regreso al Edén, lo mismo. Se juntan, por un lado, la curiosidad por un periodo de la España que se quiere olvidar y, por otro, la búsqueda de mi propia identidad.

En definitiva, en el caso de 'Regreso al Edén' parte de la memoria personal y familiar, para hablar de la colectiva, de las clases humildes que padecieron la posguerra.

-Cuando hablas de la vida de una persona hay que entender que esa persona no vive en una burbuja, sino en una sociedad que marca su existencia. Por eso se nos hace raro que películas o series de televisión hablen de personas en el centro de una dictadura y en las que nunca se ve cómo ese contexto afecta a la persona. A partir de esas personas puedes abrir el foco y analizar la importancia que puede tener la religión, la miseria, el clasismo de una dictadura... Este tipo de cosas son imprescindibles para comprender la importancia que tenía la familia.

Refleja una época muy dura, en la que preponderaba la idea de que las mujeres debían estar al servicio de los hombres que, en muchos casos, eran maltratadores.

-Cuando empecé a grabar los testimonios de mi madre, de repente, salió el tema de que mi abuelo pegaba a mi abuela. Es algo que yo no recuerdo que nunca antes hubiese dicho. Ahora es rara la vez que hablo con ella y en la que no saca el tema de que su padre pegaba a su madre. Le ha hecho falta que le preguntase, para sacarlo. Dentro del sometimiento de la mujer, era bastante habitual esa violencia de género. En el caso de mi abuelo, era llevada al extremo, según recuerda mi madre. Me ha costado dibujar a mi abuelo pegando a mi abuela; era necesario para la historia, pero me ha hecho sentir incómodo. No estás para nada disfrutando mientras lo haces.

En todo 'Regreso al Edén' destaca la aparición de La Muerte, con guadaña y hábito negro incluido.

-En determinados casos quería mostrar la visión que podían tener tanto mi madre como mi abuela: ese mundo imaginario que, de alguna manera, yo también recuerdo de la infancia, de cómo mi madre me contaba ciertas historias, que sería como se las contaba su madre. He representado a La Muerte como pensaba que se la imaginaría mi madre. En determinados momentos quería recurrir a esos imaginarios, a la Torre de Babel, a un Titanic más grande que una ciudad... Tanto La Muerte como la no existencia tienen mucha importancia en esta historia porque muestra lo efímero de la vida.

una imagen, una viñeta

Playa de Nazaret, 1946. A partir de esta fotografía (a la derecha) que la madre de Paco Roca, Antonia, guardó durante años en su mesilla, el dibujante valenciano ha creado Regreso al Edén, un ejercicio de memoria familiar y colectiva, sobre las clases humildes en la posguerra. En la fotografía, tomada en la desaparecida playa de Nazaret de Valencia, aparecen los hermanos y la hermana de Antonia, así como su madre Carmen.

"La normalización de la dictadura en el Estado es uno de los problemas implícitos de la desmemoria"

"Me ha costado dibujar a mi abuelo pegando a mi abuela; era necesario para la historia, pero me ha hecho sentir incómodo"