Sus dos últimos discos, siendo ya septuagenario, sacaron del ostracismo al cantautor, pianista y cantante británico Bill Fay gracias al apoyo de seguidores irredentos como los miembros de REM y Wilco... y, sobre todo, a la sencillez, naturalidad, lirismo y sosiego de sus canciones. Su disco actual se titula Countless branches (Dead Oceans. Everlasting) y mantiene, si no aumenta, esa sensación de arte con mayúsculas, pleno de sensibilidad y con unos arreglos minimalistas aderezados con el poso de la experiencia.

"Se producen milagros en los lugares más insospechados", canta en una de sus canciones recientes este músico que vivió un corto y lejano reconocimiento en los años 70, tras la estela de Dylan y del doliente Nick Drake. Su primer sencillo, que incluía Some good advice y Screams in my ears, se editó antes, en 1967, pero sus dos trabajos de la década posterior, uno de título homónimo y el más conocido, Time of the last persecution, apenas vendieron para amortizar los gastos.

Y pasó lo que sucede casi siempre que los números no cuadran. A Fay le rescindieron el contrato, lo que nos ha privado de disfrutar de su genio durante cuatro décadas. Ya en este siglo, entre 2004 y 2005, se reeditaron sus primeros discos, acompañados de unas grabaciones caseras de su juventud en los 60, y algunos de los músicos más creativos de la música alternativa reciente reaccionaron y le devolvieron a la actualidad con sus comentarios laudatorios e, incluso, en el caso de Wilco y Marc Almond, versionando sus temas.

Cuando ya todo parecía perdido, se produjo el milagro al que hacíamos referencia anteriormente. El líder de Wilco, Jeff Tweedy, varios miembros de REM y otros abanderados del rock y el pop alternativo más lustroso, como el gran Nick Cave, provocaron el regreso de este autor de culto a los estudios de grabación. ¡Y vaya si mereció la pena!

Los dos discos de su regreso se titulan Life is people (2012) y Who is the sender? (2015), ambos producidos por Joshua Henry, que creció escuchando a Fay gracias a su aita, y lo convenció para volver a grabar. Merece destacar ambos, muy vestidos instrumentalmente, con coros femeninos y guiños al gospel, a los sonidos progresivos de Pink Floyd, al blues, a la religiosidad y al Jesus, etc., que versionaba de forma escalofriante para agradecerle su apoyo a Tweedy.

Y ahora llega su tercer álbum desde la vuelta, con Henry al frente. Countless branches resulta estremecedoramente emocionante. Se asocia mayoritariamente la valentía al arrojo de la juventud, pero cuando se está de vuelta de todo, a los 76 años, Fay nos sorprende con la desnudez kamikaze y honesta de un aitite frágil pero sabio y de genio desbordante.

Sencillez espartana Son diez temas de arreglos espartanos, cortos (pocos superan los tres minutos), envueltos en una sonoridad minimal y vertebrados en torno al piano de Fay (con las notas justas, exprimiendo el silencio) y su voz de su autor, como prueban baladas sensibles como Salt of the earth. La guitarra acústica de Matt Deighton se suma a la celebración y colorea canciones como How long, how long, donde el piano cobra brillo.

Your little face añade una tenue guitarra eléctrica y suma una sección rítmica junto a un sensible violín, que se repite en Time's going somewhere. Y entre lo espartano de los arreglos, aparece un instrumento de viento (parece un fliscorno) en Love will remain para realzar un repertorio en el que la melodía de Filled with wonder once again refulge, como la de los himnos de Van Morrison y evoca su momento vital, "lleno de asombro" a pesar de encarar el ocaso de su existencia.

Su voz ajada, con el aroma del vino envejecido, como los discos crepusculares de Johnny Cash, Warren Zevon o Kris Kristofferson, nos arroja imágenes ligadas a la naturaleza (la lluvia, el bosque, los valles, el sol, ese recio árbol de su portada), al poder del amor ("el amor permanecerá", canta), a la importancia de buscar en el interior para sentirnos en paz, al discurrir inexorable del tiempo... Temas que marcan nuestra vida, a la que canta en One life, en un disco de tono taciturno y triste que nos deja versos maravillosos como "permaneceré entre la colinas de mi juventud, me quedaré aquí y buscaré la verdad oculta", y "como el mundo sabe, este mundo no está seguro en manos del ser humano".