EL atrio del Guggenheim cobijó ayer una de los primeros actos sociales de peso de la temporada 2019-2020. El museo inauguraba la exposición, organizada en colaboración con la Haus der Kunst de Múnich, sobre la obra del influyente fotógrafo alemán Thomas Struth. La muestra recoge lo más significativo de medio siglo de trabajo del artista germano.

A eso de las 20.15 horas, una elegante cascada de invitados y personalidades bajaba por los anchos peldaños de las escalinata de la pinacoteca. Ayer resultaba especialmente ecléctica. A los eventos del Guggenheim acuden personas que parece que van a un estreno de la ópera de Viena, por lo clásico y formal de sus ternos, y otras que se diría que tienen un boleto para un concierto de rock & roll, si es que no van a tocar ellos mismos. En medio de ambos estilismos cabe todo aquello que la imaginación provea: casual, sport, trendy, hobo, bilbaino de toda la vida, chic... Y un largo etcétera. Resulta un aspecto curioso de los actos culturales: la diversidad. Un cruce de mares y tendencias en el que se fluye sin remolinos. Y en el que todo el mundo va bien, porque se viste como considera oportuno.

El principio de octubre sumó otro ingrediente más a esta riqueza de estilos. En estas fechas no hay quien acierte en el botxo: sale un calor del demonio, pero se nubla y puede llover a mares. O no. Así que conversaron hombro con hombro señoras con sandalias y trajes de dos piezas de lino blanco y caballeros que habían entrado portando un enorme paraguas negro. El otoño tiene estas cosas. Entretiempo lo llaman.

Thomas Struth subió al estaribel habilitado en la zona acristalada del atrio que deja la ría a sus espaldas vestido con un traje azul y camiseta gris. Junto a él, el director del museo, Juan Ignacio Vidarte; el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto; la presidenta de las Juntas Generales, Ana Otadui; la diputada foral de Cultura, Lorea Bilbao, y el viceconsejero de Cultura del Gobierno vasco, Joxean Muñoz. También ocuparon un lugar preferente el director de la Haus der Kunst, Bernhard Spies, y los comisarios de la exposición, Lucía Agirre y Thomas Weski.

Tras un breve saludo y reseña del artista y la muestra por parte de Vidarte, tomó la palabra el propio fotógrafo. Struth expresó su alegría y agradecimiento, así como la emoción por exponer en un lugar “que parece un gran Titanic”. Eso es lo que entendimos, aunque seguro que se refería a la grandeza y lo impresionante de la creación de Ghery y no al desafortunado transatlántico.

Pudimos ver a varios fotógrafos entre los asistentes, como el estadounidense David Hornback, junto a Luis Tejido o Enrique Moreno Esquibel, quien manifestó su satisfacción por que “expongan fotografía en el Guggenheim”·.

Acudieron Pilar Aresti, Viki Ibarra, Gabriela de la Serna, Alfonso Icaza, Alberto Delclaux, José Ramón Prieto, José Antonio Isusi y Mercedes Prado, así como el modisto Javier de Juana, el anterior alcalde, Ibon Areso, o Jon Ortuzar, además del subdelegado del gobierno español, Vicente Reyes.

Tampoco faltaron el director de Bilbao Arte, Juan Zapater, o el de Itsas Museum, Jon Ruigómez. Vimos a Pilar Álvarez, al pintor y ceramista Ángel Garraza, a Fidel Díez, al galerista Roberto Sáenz de Gorbea, a la letrada Igone Ossorio, al cardiólogo Juan Mari Irigoien, Esther de Miguel, José Cepero, Rubén Otero, Carmen Miral, Álvaro Díez de Lezana, Isabel Bátiz, Lourdes Fernández o al arquitecto César Caicoya, Susana Fonseca, Rocío Llorente, Petra Joos o Javier Llorente. El restaurador Prado-Egia’tar Julen conversó animadamente con Aitor Ibarra, Óscar Ugarte y Mikel Bagán.

De la oficina de Thomas Struth en Berlín estaban Min-young Jeon y Vanessa Enders, junto a Jan-Frederic Golk. Con ellos, Zsa-Zsa Eyck y Carlos Escobar, de la galería que lleva al artista en Ámsterdam.